Por NACHO CABANA
Las películas de J.A Bayona acostumbran a ser exactamente lo que prometen. No defraudan pero tampoco añaden demasiado a lo que su título contiene (virtuosismo técnico aparte). Lo imposible era una película sobre un tsunami y nada más que eso; Un monstruo viene a verme fue un largo sobre un monstruo que visitaba a un niño que necesitaba su ayuda en momentos difíciles…
Lo mismo ocurre con La sociedad de la nieve, pero, esta vez, Bayona angustia y emociona más que nunca. Lo que conlleva un doble mérito ya que buena parte de sus espectadores conocerán el desenlace de la historia real en la que se basa. Es más, habrán visto, como mínimo, Viven, la película que Frank Marshall firmó en 1993 haciendo que los miembros del equipo de rugby uruguayo fueran interpretados por actores estadounidenses hablando en inglés (hay otra versión previa, Supervivientes de los Andes, producción mexicana de 1976 dirigida por René Cardona Jr.)
Rodar esta historia de resistencia y compañerismo, sin eludir el tema de la antropofagia ni recurrir a metáforas o coartadas religiosas, usando la tecnología de hoy en día (la secuencia del accidente aéreo es para no volver a agarrar un avión nunca más) ha sido el objetivo de Bayona quien logra estupendas interpretaciones de un elenco, ahora sí, latinoamericano (gran descubrimiento el de Enzo Vogrincic Roldán) evitando pagar los peajes habituales en las coproducciones de este tipo.
No sabemos todavía el recorrido que Netflix le dará a La sociedad de la nieve en salas de cine, pero sería una lástima que toda la expectación y entusiasmo que está despertando en los sucesivos festivales de cine donde ha sido presentada (y el esfuerzo del equipo de sonido) fueran desaprovechados al caer directamente el film en el infinito catálogo de la plataforma digital, sin la cual, todo sea dicho, jamás hubiera existido.
Es La sociedad de la nieve una excelente elección para representar a España en los próximos Óscar. Con ella es más posible que, por lo menos, pasemos el corte que nos permita competir por el premio mayor.
En cierta forma, también luchan por su supervivencia la familia protagonista de la película serbocroata The uncle, de David Kapac y Andrija Mardesic, hasta el momento, la mejor de las vistas en Noves visions. Es prácticamente imposible hablar de ella sin destripar nada, así que solo les diré que sus directores usan los hallazgos y radicalidad narrativa del cine griego de hace una década, mezclándola con el mal rollo provocado por el mejor Haneke, envolviéndolo todo en papel de regalo ferozmente antinavideño (sin necesidad de tener a Papás Noel reventando gente) y solo yerran puntualmente en lugares muy concretos de la fontanería del guion.
Obsesiva y claustrofóbica, la pasan de nuevo mañana martes a las 16:45 en el Prado. No se la pierdan.
Y si The uncle ha sido una grata sorpresa, Vincent debe morir de Stéphan Castang es justo lo contrario. Se había creado cierto “hype” en este Sitges 2023 con este largometraje francés que al final ha resultado ser una versión alargada (y descafeinada) de un episodio de la serie El colapso.
Tiene Vincent debe morir un planteamiento original (a un tipo normal y corriente de repente le intentan matar, sin motivo alguno y de repente, gente de su entorno primero y cualquiera con quien se cruce después) que le hubiera permitido a Castang aunar sátira, existencialismo y apocalipsis pero se queda a medio camino de todo sin aclararar lo que pretente aportar con su relato al espectador: ¿el hombre es un lobo para el hombre?, ¿solo es posible el amor si uno de los dos tiene los ojos vendados?.