SITGES 2023: Comer, dormir, rezar.
Por NACHO CABANA
La sombra de Ulrich Seidl (no en vano, su productora está entre las implicadas en la película) planea sobre todo el metraje de Club Zero, de Jessica Hausner, film presentado a competición en la Sección Oficial Fantàstic del festival de Sitges 2023 y, desde ya, una de las más serias aspirantes a premio (aunque su conexión con el género al que está dedicado el certamen sea bastante por los pelos).
Hausner no es tan borde como Seidl con sus criaturas (comparen Club Zero con Paraíso: Esperanza) pero disfruta estirando la cuerda de lo permisible, caminando sobre el afilado filo que separa la denuncia de la sátira; nos cuela una película de sectas como si fuera un drama social y logra descolocar a los que juzgan una película por su conexión con determinado tema candente (aquí, los trastornos alimenticios).
Y lo hace a través de una frialdad que solo puede ser austríaca, con composiciones en gran angular reencuadrados a golpe de zoom, con una Mia Wasikowska que manipula a (casi) todo su entorno usando argumentos que el mundo de la publicidad utiliza para hacer “green washing” y los conspiranoicos para alardear de su ignorancia.
Por todo ello, Club Zero no es solo un film sobre anorexia y bulimia (de hecho, los asistentes a su proyección en Sitges 2023 esperábamos que hiriera más nuestra sensibilidad) sino también un relato sobre la manipulación mental, la (en mayor o menor medida) dejadez de los padres respecto a sus hijos y sobre cómo la falta de verdades objetivas lleva a la muerte vía redes sociales.
Club zero es la película que, de haber ganado este año la Palma de Oro, habría continuado la apuesta de Cannes por el cine transgresor y polémico que llevaba dos años seguidos premiando (Titane y El triángulo de la tristeza). El jurado del certamen francés prefirió un académico drama judicial, Anatomía de una caída, tan correcto como atemporal.
Y, junto al film de Hausner, otro gran título a concurso en Sitges 2023, Sleep, de Jason Yu; esta sí, un título totalmente “sitgeriano”.
Con una planificación que nos retrotrae al mejor Park Chan-wook, Sleep cuenta la historia de una pareja enamorada que espera su primer hijo y en la que el marido comienza a sufrir episodios de sonambulismo cada vez más graves que ponen en peligro la estabilidad mental de su cónyuge cuando a la depresión postparto se le une la nefasta influencia de su madre y el pensamiento mágico de esta.
Juega Yu con los mínimos elementos posibles, renunciando incluso a desarrollar la relación entre la protagonista y su progenitora con tal de no sumar focalizaciones a su relato. Consigue, de esta manera, que Sleep resulte gratificantemente ambigua, dejando en el espectador la responsabilidad de decidir el significado de su final.
Una historia de amor que, por un momento, a la mitad de su metraje, parece que va a reducirse a un cuento de fantasmas pero que usa este midpoint para hacer crecer su propuesta.
También hay bastante amor en la familia protagonista de In my mother´s skin de Kenneth Dagatan, una película filipina que cuenta un argumento algo similar al de Mamá de Andrés Muschietti (o el cortometraje Ahora vuelvo de Lucas Paulino y Gabe Ibáñez que pudimos ver en la inauguración de este Sitges 2023) con el folk horror local que, en este caso, no es sino una herencia de la colonización española.
Muy bien rodada y fotografiada, con una niña protagonista (Felicity Kyle) capaz de llevar sobre sí todo el peso de la historia, In my mother´s skin utiliza muy bien tanto el aislamiento de la casa donde se desarrolla la acción en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial como el de la jungla que la rodea. Y altera de manera inquietante y “naiff” la iconografía habitual de la Virgen María.
Es algo larga y un poco repetitiva, pero Dagatan acaba articulando un subtexto muy interesante: mientras el mal campa a sus anchas sobre la tierra, el bien es solo una estatua impasible.