JAURÍA en el Romea.
Por NACHO CABANA
Nuevo reparto para el estreno en el Teatro Romea de La jauría, un texto de Jordi Casanovas del año 2018 estrenando por el Teatro Kamikaze en Madrid, en 2018 con María Hervás, Álex García, Ignacio Mateos, Martiño Rivas, Pablo Béjar, Raúl Prieto, Franky Martín y Javier Mora en roles ahora son encarnados por Ángela Cervantes, Artur Busquets, Francesc Cuéllar, Quim Àvila, David Menéndez y Carlos Cuevas.
No tuve la ocasión de ver el montaje original pero, en el actual, el dispositivo dramático y escénico funciona estupendamente. Es Jauría una pieza del llamado “teatro (o ficción) documental” lo que puede sonar a oximorón pero no lo es. Porque lo que ha hecho Casanovas es agarrar las transcripciones tanto del juicio celebrado entre 2017 y 2019 como fragmentos de las declaraciones de los acusados y la denunciante publicadas en diferentes medios de comunicación y acortarlos, reordenarlos, darles una funcionalidad narrativa precisa.
Es decir, más o menos lo mismo que haría un documentalista a la hora de editar horas de material en bruto y condensa la información y su significado en 90 minutos.
Se beneficia, además, Jauría (no sé si intencionadamente o no) en su puesta en escena de un, ya tradicional, truco de las compañías teatrales para ahorrar presupuesto en obras que cuentan con muchos personajes: usar a los mismos actores (más o menos caracterizados y disfrazados) para dos o más roles.
Lo que suele redundar en detrimento del espectáculo o, al menos, en una cierta confusión pasajera, se convierte en Jauría en portador de significado. Los encargados de juzgar e interrogar a la víctima de la violación en grupo son interpretados por los mismos actores que encarnan a los miembros de “la manada” lo que supone una identificación terrible entre agresores y jueces.
Miguel del Arco dirige a todos sus actores exigiéndoles algo terriblemente complicado: que reproduzcan fielmente los textos de lo que es una declaración judicial y policial de unos hechos pasados pero que los interpreten como si estuvieran sucediendo en ese momento.
Reto que el elenco supera con creces, en especial Ángela Cervantes que parece estar realmente viviendo a la vez en el escenario el proceso psicológico que le ocurrió a la víctima antes, durante e inmediatamente después de la violación al tiempo que lo experimentado al recordarlo y sentirse de nuevo acosada por abogados y juez tiempo después.
Miguel del Arco subraya todo ello con una escenografía no demasiado original o relevante y usando las sillas como elemento adicional y sonoro de acoso.
Un excelente montaje no solo porque sea “necesario” sino porque es muy buen teatro.
Están hasta el 5 de mayo en el Romea y vuelven en septiembre al Goya.