El imperativo categórico, según Kant, es una regla moral que ordena lo que debemos hacer de manera absoluta, sin depender de deseos, intereses o consecuencias. En la obra, a Clara -profesora de filosofía-se le presentan varios de esos “imperativos”: tiene que marcharse del piso donde vive, su pareja la ha dejado, sufre vértigos que le provocan desorientación y desmayos, y para colmo su jefe de estudios considera que no trata a los alumnos como debería. Su consejo es que vaya al médico, pero en realidad lo que le advierte, veladamente, es que si sigue así puede quedarse sin trabajo.
Buscar piso en ciudades como Barcelona o Madrid es una manera descortés de recordarte cuál es tu lugar. Lo que se puede pagar con esfuerzo no pasa de ser una habitación con cocina y cama abatible que, al cerrarse, deja espacio para una mesa, y un baño en el que -como dice Clara- “te puedes duchar sentada en la taza del váter”.
La sociedad aparta con pequeños empujones: la imposibilidad de vivir en un piso digno, los sueldos que bajan mientras la vida sube, la publicidad que incita a consumir sin pensar. Y entonces uno se pregunta: ¿para qué sirve una profesora de filosofía en este panorama?

Szpunberg construye un personaje inicialmente antipático, como cuando imparte clase obligando a leer El proceso de Kafka, o cuando discute con el agente inmobiliario que le ofrece una vivienda inhabitable. Sin embargo, pronto entendemos que Clara solo intenta mantener su dignidad. Reclama cosas justas: que los alumnos que se matriculan voluntariamente en la universidad la atiendan, que la vivienda que se le ofrece sea habitable y que su jefe le permita ejercer sin presiones.
El espacio escénico -tanto el piso como el despacho del jefe de estudios o el restaurante- aparece sucio, desconchado, casi como salido de una posguerra. Solo el pasillo de la casa de donde echan a Clara conserva cierta normalidad. En medio de esa atmósfera degradada, Clara va extrayendo conclusiones que inquietan a quienes la rodean porque, paradójicamente, habla con cordura. En la consulta, llega a confesarle al psiquiatra que “hay gente que sobra” y que, si desapareciera, sería una ganancia para la sociedad. Lo sorprendente es que él no se alarma: lo considera algo normal, pues en su consulta escucha cosas peores y hasta admite que también piensa cosas terribles, aunque nunca las diga en voz alta.
Clara, inasequible al desaliento, trata de convencer al empleado de la inmobiliaria de que baje el precio a lo que vale la vivienda, de seducir al jefe de estudios para que no la presione o de buscar pareja en una aplicación. Pero el oxígeno se agota. En su primera visita al piso, se queda con un cuchillo que la empodera, aunque claro, no es práctico ir clavando cuchillos.

Todo acaba bien, por “imperativo categórico”, pero no voy a desvelar el final. Mi único propósito es animar a acudir a la sala a ver esta magnífica representación.
La interpretación es primorosa: Àgata Roca despliega todo el arco del asombro que la vida puede provocar desde lo cotidiano, mientras Xavi Sáez encarna a todos los personajes masculinos, reduciendo la capacidad de asombro de Clara. Sus hombres son estereotipos llevados al límite, pero verosímiles. En cada aparición, Sáez entra en escena como si fuera la primera vez, dándole frescura constante a la obra.
Victoria Szpunberg, autora sensible al presente, demuestra un oído extraordinario para el diálogo. Clara aparece en dos versiones: la docente segura en el aula del inicio y del final, y la mujer zarandeada por lo cotidiano. Él, en cambio, es múltiple: agente inmobiliario, jefe de estudios, vecino, ligón de aplicación, camarero… La escena en la que Clara baila “A mi manera” sin texto ni coreografía es uno de los momentos más deliciosos de la función.
Tras Vulcano con Imperativo categórico, Szpunberg confirma su habilidad para rozar el thriller, atrapar al espectador y reflejar, con humor ácido y ternura, las grietas de nuestro presente.

Imperativo Categórico está programada del 30 de octubre al 4 de noviembre de 2025 en la Sala José Luis Alonso del Teatro de La Abadía -Madrid-
Autoría y dirección Victoria Szpunberg / Intérpretes: Àgata Roca –Ella– y Xavi Sáez –Él–
Espacio escénico Judit Colomer / Vestuario Joana Martí / Espacio Sonoro: Lucas Ariel Vallejos / Iluminación Marc Lleixà (A.A.I.) / Asesoría dramaturgia Albert Pijuan / Asesoría de movimiento Ana Pérez / Ayudante de dirección Iban Beltran / Ayudante de escenografía Idoia Costa / Fotos Sílvia Poch / Producción Teatre Lliure
 
				 
				 
											 
								 
		

 
		