Don Juan ya no puede ser celebrado como héroe seductor. Esa imagen, sostenida durante siglos por la tradición literaria y teatral, encubre la verdad de un personaje que no ama ni desea, sino que conquista, humilla y violenta. Don Juan mata a sus rivales, viola a las mujeres y las abandona, gozando con el dolor y el sometimiento. No estamos ante un mito erótico, sino ante la glorificación de la imposición brutal y del poder masculino elevado a destino.
Este mito no es inofensivo. Ha dañado y sigue dañando: a las mujeres, reducidas a cuerpos disponibles y desechables; a los hombres, obligados a encarnar una virilidad agresiva y caduca que los priva de ternura, empatía y libertad emocional. Como nos recuerda R. W. Connell, la llamada masculinidad hegemónicanaturaliza jerarquías que atraviesan todas las relaciones sociales; y, como plantea Judith Butler, el género es performativo: cada vez que repetimos a Don Juan, lo mantenemos vivo.
Por eso, desmontar a Don Juan hoy es más que una labor académica: es un acto político y ético. Significa rechazar la herencia de un relato que aún coloniza nuestras formas de desear y de amar. Significa denunciar que el sometimiento no es erotismo, que la violencia no es pasión, que el goce en la humillación es enfermedad y no libertad.
Llamamos, entonces, a desobedecer el mito: a negarnos a reproducir en nuestras vidas el patrón de conquista y dominio que Don Juan encarna. A imaginar y practicar una masculinidad no basada en la violencia, sino en el reconocimiento, la vulnerabilidad y la reciprocidad. A construir relaciones donde el deseo no signifique sometimiento, sino encuentro.
Hoy más que nunca necesitamos una cultura que rechace la máscara del Don Juan y abra paso a un horizonte distinto: aquel en el que mujeres y hombres se liberen juntos de las cadenas de un mito que, disfrazado de seducción, no ha hecho más que legitimar siglos de opresión y dolor.
¡Basta de Don Juanes! ¡Otro amor es posible!

Actualidad
“Taxidermia de una alondra” de Iván López-Ortega
¿por qué seguimos buscando la tragedia? Quizá porque permite bordear el miedo sin atravesarlo, porque al convertirse en relato el dolor pierde filo.


