Susana Hornos nació en 1972 en Logroño, en el seno de una familia normal con tres hijos que disfrutaban del aire libre y la naturaleza. Siendo muy joven, se trasladó a Zaragoza para vivir y trabajar, y fue allí donde hizo sus primeros pinitos, actuando, escribiendo y dirigiendo, sobre todo, teatro.
Pronto sintió la necesidad de seguir creciendo y se marchó a Argentina. Allí, además de trabajar, tuvo una relación con Federico Luppi. Cuando él falleció, destrozada por dentro y por fuera, regresó a España. Actualmente, continúa con su trabajo y, por puro placer, está estudiando Técnico en Jardinería.

Hemos quedado en una oficina céntrica en Madrid. Casi llego tarde, pero ella ya estaba allí, esperándome. Vestida “arreglada, pero informal”, es una mujer con unos ojos azules que, como todo en ella, transmiten tranquilidad y paz.
Lleva dos pequeños (aunque enormes) tatuajes. Uno honra la memoria de una hermana fallecida demasiado pronto; el otro, una frase que Federico utilizó en una película y que desde entonces formó parte de su historia. La lleva en la piel, la llevaron en sus alianzas y sigue siendo muy importante para ella: “Permanece a mi lado”.
Estamos sentadas en una pequeña sala. Hace calor, pero con el balcón abierto corre una leve brisa. Para romper el hielo, le pregunto sobre sus cambios de aspecto.
.- Susana Hornos (S.H): Te cuento que, más que una cuestión personal, se debe a que soy “una chica muy obediente”. Con cada personaje han hecho conmigo y con mi pelo verdaderas barbaridades, pero ya me he plantado y creo que hay unas magníficas pelucas que mantendrán mi pelo a salvo.
.- Cielo Muñoz Martínez (C.M.M): ¿Cómo una chica de Logroño termina viviendo, trabajando y amando en Argentina?
.- S.H: Parece loco, pero fue viendo cine argentino. De Logroño me fui a Zaragoza; allí trabajé de manera estable en una compañía de teatro. Actué, escribí, me sentía a gusto, pero un poco cuadriculada: misma compañía, mismo director, mismos compañeros… Y entonces vi la película “Martín H.”, y después, aunque es anterior en el tiempo, vi “Un lugar en el mundo” y sentí que eso era lo que quería, lo que necesitaba para seguir creciendo.
.- C.M.M: ¿Conocías ya a Federico Luppi?
.- S.H: Otra cosa de locos (se ríe). Me quedaban diez días para marcharme a Argentina. Yo había vendido mi casa, tenía todo preparado, y una amiga me invitó al teatro a ver “El vestidor”, una obra que estaba representando Federico en Zaragoza.
Yo soy y siempre he sido muy vergonzosa, pero mi amiga no. Fuimos a pedirle un autógrafo y mi amiga le dijo que me iba a Argentina. Él se asombró, me preguntó si iba con alguien, le dije que no… Me preguntó si tenía compañía, tampoco la tenía… Él, en el mismo papel que me firmó el autógrafo, me apuntó su número de teléfono. Todo muy loco.
Ese papel estuvo guardado durante meses, pero ante un problema que pretendí evitar, le llamé para pedirle consejo… Y así empezó. Lo que uno cree que son casualidades de la vida, pero en el fondo, las cosas aparecen porque uno las está buscando. Te cuento… fue mi casera argentina, “que veía cosas”, la primera que me visualizó con mi marido, tiempo antes de que sucediera.
.- C.M.M: ¿Hablamos de Federico? ¿Qué te queda de él?
.- S.H: Sí, claro… De Fede me queda todo, es como soy, como respiro, es mi legado (se le llenan los ojos de lágrimas, se emociona). Hace ya casi ocho años que se fue; fueron momentos muy duros en los que me encontré muy sola. La enfermedad te enseña quién está contigo y quién no, y a mí apenas me acompañaron, me dejaron ocuparme de todo; le cuidé con todo mi amor y toda mi vida.
Nosotros, más que una pareja, éramos compañeros; le echo tanto de menos… Fueron dieciocho años maravillosos. Federico fue un revolucionario en muchas cosas, se atrevía a lo que otros solo soñaban. Hay veces que los radicalismos son los que consiguen que la lucha siga adelante; él siempre fue un pionero.
Es un tema doloroso para Susana; le sigue teniendo muy presente en cada momento de su vida, así que le damos un giro a la conversación.

.- C.M.M: ¿Cómo escribes? ¿Tienes una disciplina?
.- S.H: Bueno, yo soy, porque tengo que serlo, una persona muy disciplinada; no me cuelgo medallas, es por necesidad. Soy disléxica y muy aleatoria, muchos años de logopeda, así que cuando tengo que escribir, me preparo y me siento una hora y media, descanso, continúo, paro a comer… y así, entre ocho y doce horas diarias.
Luego, los fines de semana los dejo para repasar, para ejercitar mi faceta de actriz con ejercicios, respiraciones, música, inspiración. Mis herramientas como actriz me sirven para escribir.
Utilizo lápiz, la pizarra, audios que grabo cuando la inspiración me pilla fuera de casa. Siempre llevo conmigo mi libreta de notas y luego ya, para colocarlo todo y para poder entender mi propia letra, utilizo el ordenador.
.- C.M.M: De todas tus facetas, ¿en cuál te sientes más a gusto?
.- S.H: Con todo, pienso que cada cosa está entrelazada con las demás. Con todo creas historias, creas desde el personaje que interpretas, creas desde la primera letra que escribes… Lo primero que hice fue escribir, pero ahora mismo no sería capaz de prescindir de ninguna: escritura, dirección, interpretación; yo necesito CREAR.
.- C.M.M: ¿En qué estás ocupada ahora?
.- S.H: Acabo de terminar mi segunda novela, pero no puedo decir de qué va, me lo han prohibido; deseo que guste. Además, arranco con una serie de cuentos de “Memoria Histórica de España”. Tengo escritos ocho o diez, pero quiero llegar a veinte.
Estamos en un momento en que se habla mucho sin saber: la ignorancia premeditada, buscada, aleatoria, en fin. Siento que nos tienen entretenidos, pero es necesario retomar la memoria. Por otro lado, me han pedido la adaptación al cine de la novela, y me apetece mucho.
.- C.M.M: Susana, hemos hablado de ti, de Federico, de costumbres y manías. Yo creo que es momento de pasar al libro “Mañana seremos otro día”. ¿Qué te hace sentarte a escribir?
.- S.H: Hubo unas circunstancias en mi vida en que tres tipos me hundieron, me dañaron, me agredieron, me hicieron la vida muy difícil… Sentarme a escribir me salvó la vida. Estaba hundida y escribir consiguió que volviera a renacer, que me calzara la valentía y que surgiera esa Susana con la que nadie puede, la mujer dura. Desde el desgarro y la angustia sale esta novela.

.- C.M.M: Y nace “Mañana seremos otro día”, una historia de dos personas, Carmen y Tomás, que, sin tener aparentemente nada que ver, se convierten en compañeros del viaje de la vida.
.- S.H: Sí, Carmen fue una imagen que tuve. La imaginé en una rueda de prensa delante de muchos periodistas, dando explicaciones de la violación a la que había sido sometida (justo un año después, aparecería por televisión Gisèle Pelicot).
Carmen surge desde mi feminismo, desde la necesidad de defender la condición de mujer. No me interesa la violación como delito, sino lo de después, todo lo que conlleva. Hay una frase que se repite constantemente y que no termina de calar en la sociedad: “Los que tienen que avergonzarse son ellos”.
Tomás surge del personaje del padre, un Diógenes de diccionario, sin paliativos; un hombre rudo, antipático y desagradable. Al imaginarlo a él, aparece el hijo, un homosexual marcado por una infancia terrible, traumática y condicionada por la familia, los amigos y la sociedad.
De los dos, surge la figura del cuidador, una figura que conozco de primera mano, desgraciadamente, y donde la soledad, la necesidad de tomar decisiones y las consecuencias de esas decisiones atormentan al CUIDADOR.
Un día en la playa de Los Ángeles, visualicé a una pareja viendo el atardecer. Una de las dos personas se intuía muy enferma y la otra la abrazaba por detrás. De esa imagen nace la madre de Carmen.
Carmen y Tomás son dos cuidadores con un mismo trauma que deben decidir si seguir o no adelante, con las luces y las sombras de cada uno, sin buscar ni necesitar un perdón, juntos o separados, pero la vida continúa.
“La persona que menos pensamos nos puede salvar la vida”.

.- C.M.M: Me llama la atención la forma de nombrar cada capítulo. Cuéntame.
.- S.H: Pues al principio fue la búsqueda del título del libro, pero, a la mitad, me di cuenta de que un capítulo me pedía uno de esos títulos. Yo soy muy del lenguaje, del María Moliner, de escribir con el diccionario delante. Soy de significados y de metáforas, y los títulos son un conjunto de todo eso.
.- C.M.M: ¿Qué significa esa acacia que está tan presente en el libro?
.- S.H: Yo en Zaragoza vivía en un campo y, cuando miraba por la ventana, veía una acacia. Es un árbol muy particular, con un olor extraordinario, pero que solo se siente cuando estás debajo de ella. Neurológicamente, los olores nos transportan, nos acercan o alejan, y yo creo que todos tenemos esa acacia a donde queremos volver. Y allí, allí es donde visualizo a Carmen.
.- C.M.M: Susana, para terminar, me gustaría saber a qué dedicas tu tiempo en Madrid y qué echas de menos de Argentina.
.- S.H: Pues empiezo por el final: echo de menos a la Susana argentina, la que trabaja creando en cooperativas, la que trabaja con pocos recursos, aunque con unas escenografías espectaculares. A mis gentes de allí, hacemos videollamada cada poco tiempo, porque necesito escucharlos.
Y en Madrid, salgo, voy al cine, al teatro poco, porque para mí es muy caro y lo siento, pero resulta un exceso que no me puedo permitir. Y sobre todo, a la amistad; es de lo que más disfruto.
Podría seguir charlando eternamente con ella, porque creo que tendríamos millones de temas sobre los que hablar. Ella lo hace muy fácil, pero tenemos que terminar.
.- C.M.M: Susana, te agradezco muchísimo este buen rato. Espero volver a verte pronto para charlar sobre tu segunda novela. Millones de gracias.
 
				 
				 
											 
								
 
		
 
		
