Oriol Puig Grau, abre y se cierra su obra Dibujo de un zorro herido, en el mismo lugar y con el mismo diálogo: la galerista conversa con Ferran ante un autorretrato de gran formato de Daniel Gómez Mengual. El joven artista, se ha retratado de frente y con un gesto seguro, parece a punto de decir algo. Ese marco inicial y final, sostenido en la elipsis, otorga a la pieza un desenlace abierto, mientras que el desarrollo avanza con un ritmo tan frenético como ordenado hacía delante.
El texto tiene un carácter literario: Un único actor en el escenario, que encadena conversaciones con múltiples interlocutores: la galerista, un compañero de piso en inglés, la novia de este en francés, los niños y profesores de la escuela infantil donde trabaja, las parejas de los encuentros sexuales ocasionales, e incluso la madre del joven artista. Durante casi dos horas no hay tregua: Ferran enlaza diálogo tras diálogo sin detenerse, y tanto la puesta en escena como la interpretación consiguen mantener en todo momento esa intensidad que exige la obra.
Dibujo de un zorro herido / Dibuix d’una guineu ferida
La obra transcurre en un presente continuo. De Ferran solo sabemos lo que anuncia que va a hacer y lo que le vemos llevar a cabo. Su única constante es la de un enamorado: queda prendado de Daniel, el joven artista por el mero hecho de haberle visto en su autorretrato. Ese enamoramiento, tan libre como arrebatado, recuerda a las pasiones adolescentes hacia un cantante o un deportista, que llevan a coleccionar fotografías, discos o pósteres de alguien inalcanzable. Pero en este caso la fascinación se intensifica con la facilidad con la que internet permite desvelar biografías. Ferran pronto descubre que Daniel era hijo de una mujer famosa, que tenía pareja, y que está muerto. Una grabación en YouTube, en la que aparece tocando el piano y dedicando una canción navideña a su madre, basta para encender una obsesión que ya no se conforma con admirar: Ferran desea poseer, habitar, dejarse atravesar por Daniel.
Esa pulsión se hace visible en dos escenas especialmente significativas. En la primera, Ferran aborda con la madre de Daniel en plena calle y, fingiendo haber sido amigo de su hijo, la convence para tomar un café. Lo que podría parecer una conversación afectiva se transforma poco a poco en un interrogatorio: quién decidió que el muchacho llevase ortodoncia, quién le aconsejó que aprendiera a tocar el piano, cómo esas elecciones marcaron sus manos, su sonrisa y, con ellas, su destino. La mujer, cada vez más incómoda, acaba por levantarse y marcharse, no sin antes advertir que llamará a la policía.
La segunda escena es de carácter más íntimo. Ferran charla con una compañera de trabajo acerca de los niños de la escuela infantil, afirma que no saben nada de ellos, y comenta que no son los golpes o la violencia evidente lo que más hiere -eso hacia sonar alarmas enseguida-, sino el desprecio cotidiano, silencioso, que va calando gota a gota hasta deshacer la confianza en uno mismo.
Ambos episodios arrojan luz sobre lo que el propio Ferran no confiesa directamente: su vacío, su forma atropellada de estar en el mundo, y la necesidad de esa codicia amorosa que, al proyectarse sobre Daniel, le ofrece la ilusión de poder habitarse.
El delirio llega a su extremo cuando decide convertirse en Daniel: se tiñe el pelo de negro, viste como él, concierta citas en las que pide ser llamado por su nombre y busca el lugar exacto donde perdió la vida para tumbarse de noche en la carretera, en el mismo gesto final. No es raro desear vivir a través de otro; lo insólito es querer dar cobijo en uno mismo a un muerto. Esa contradicción, que une la fragilidad y la obsesión, define el corazón de la obra.
Ferran es un personaje atropellado, hueco, marcado por dolores físicos —en las costillas, la cadera, la oreja— que convierten hasta un gesto cotidiano, como ducharse, en un suplicio. Y, sin embargo, sobre el escenario esa fragilidad se transforma en motor dramático: el frenesí verbal y físico, sostenido durante dos horas, genera una tensión que mantiene alerta al espectador.
Lo que podría quedar reducido a la crónica de una obsesión se convierte en una experiencia escénica. Dibujo de un zorro herido indaga en el deseo, en la falta, en la imposibilidad de poseer a otro y, al mismo tiempo, en la necesidad de sentirse habitado por aquello que nos falta. No es un relato cerrado ni una historia al uso, sino una obra que se despliega en presente continuo, y que interpela de manera directa al público cuando se cierra en elipsis.
Por eso no basta con leerla o escuchar su argumento: hay que verla en la sala, donde el vértigo y el desgarro de Ferran adquieren toda su intensidad
La interpretación de Eric Balbàs, es capaz de sostener esta escritura torrencial y convulsa sin perder precisión ni energía. Su trabajo es enorme, y convierte a Dibujo de un ciervo herido en una experiencia teatral absorbente y difícil de olvidar.
está programada del 17 de octubre al 16 de noviembre Funciones en catalán: 17 de octubre y el 16 de noviembre de 2025, Teatro María Guerrero|Sala de la Princesa
Texto y dirección Oriol Puig Grau / Reparto: Eric Balbàs
Escenografía: Monica Boromello Iluminación: Marc Salicrú Vestuario Ana López Cobos Música y espacio sonoro Fernando Epelde
Coach de acentos Carlota Gaviño / Ayudante de dirección Rita Molina Vallicrosa / Ayudante de escenografía y vestuario Mauro Coll Piotrowski / Estudiantes en prácticas Melvin Parrales y Alba Vinton / Diseño de cartel Emilio Lorente / Fotografía Geraldine Leloutre / Tráiler Macarena Díaz /Producción Centro Dramático Nacional
Desde que me puse delante de una cámara por primera vez a los dieciséis años, he fechado los años por películas. Simultáneamente, empecé a escribir de Cine en una revista entrañable: Cine asesor. He visto kilómetros de celuloide en casi todos los idiomas y he sido muy afortunado porque he podido tratar, trabajar y entrevistar a muchos de los que me han emocionado antes como espectador. He trabajado de actor, he escrito novelas, guiones, retratado a toda cara interesante que se me ha puesto a tiro… Hay gente que nace sabiendo y yo prefiero morir aprendiendo.
Crónica de Nacho Cabana desde el IN-EDIT 2025, donde Frank Scheffer, Jean-Cosme Delaloye y Alexis Manya Spraic exploran la música y la identidad en tres documentales que viajan del jazz árabe de Kinan Azmeh al techno de Detroit de Carl Craig y al universo kitsch de Allee Willis.
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