Adolfo Fernández Un legado sin humo ni atajos

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El actor Adolfo Fernández @Luis Muñoz Díez

Dicen que la inspiración existe, pero que es imprescindible que te encuentre trabajando. A  le encontró así desde el principio, en el teatro vasco de los años ochenta, cuando ya se intuía su manera de entender la escena como un territorio para decirse a sí mismo.

Los actores no mueren, por eso escribo en presente. El vértigo del hueco que dejan pertenece solo a quienes convivieron con ellos, y no me corresponde apropiarme de ese dolor. Adolfo permanece en mis archivos de fotos, en las grabaciones de las entrevistas que le hice, cada vez que vuelvo a ver un programa de mano o enciendo la televisión.

El cine llegó pronto y de la mano de un realismo que parecía hecho a su medida. En los años noventa, el llamado cine social español encontró en él un rostro reconocible: hombres corrientes atravesados por la incomodidad, figuras secundarias que sostenían el peso moral de las historias. Familia, Barrio, La buena estrella o El bola no lo convirtieron en una estrella, pero sí en algo más duradero: un actor fiable, exacto, incapaz de falsear una emoción.

Adolfo Fernández interpretó a Agustín en la serie 'Águila Roja'
Adolfo Fernández interpretó a Agustín en la serie ‘Águila Roja’

La fotografía que abre este texto pertenece a una mañana de junio de 2012, cuando fui a entrevistar a Adolfo Fernández. Acababa de interpretar al proxeneta de Evelyn, la película de Isabel de Ocampo. Yo me empeñé en fotografiarlo con un fondo azul que, para mí, era ideal para retratos. Me advirtió que era un actor fotogénico, sí, pero no fácil de retratar.

La película fue un éxito. Él estaba estupendo: tenía una presencia sin fisuras, de esas que la cámara agradece, igual que el escenario. A los pocos días vi que había puesto aquella fotografía como imagen de perfil en Facebook, y me alegró profundamente saber que le había gustado En esa imagen hay algo de su forma de estar: firme, atento, sin impostura

Con el tiempo entendí mejor por qué. Durante años sentí que Adolfo estaba ahí, formando parte de un paisaje compartido. No hacía falta buscarlo: aparecía. En la televisión, en la memoria, en esa familiaridad que solo dan los actores que no se imponen, pero permanecen. Lo vi pasar por series como Policías, en el corazón de la calle o Los 80, y recuerdo especialmente Águila Roja, donde interpretaba a uno de esos personajes que saben acompañar, sostener al protagonista sin eclipsarlo, con una autoridad tranquila que nace del oficio.

Adolfo Fernández, en B&b, de boca en boca, rodeado deDani Rovira, Fran Perea, Jorge Usón, Cristina Alarcón, Neus Sanz, Belén Rueda, Cristina Brondo, Gonzalo de Castro
Adolfo Fernández, en B&b, de boca en boca, rodeado deDani Rovira, Fran Perea, Jorge Usón, Cristina Alarcón, Neus Sanz, Belén Rueda, Cristina Brondo, Gonzalo de Castro

Siguió apareciendo después, casi sin hacer ruido —en B&b, de boca en boca, La noche más larga, Amar es para siempre, Machos Alfa— y también en trabajos más ásperos y densos como Patria o Los favoritos de Midas. Siempre con la misma impresión: estaba bien ahí donde estaba. No sobraba. No impostaba. Era reconocible sin volverse previsible.

Sus apariciones constantes en la televisión le dieron una popularidad masiva, pero no alteraron su brújula. Pensaba igual que cuando llegó a Madrid. No tuvo que elegir: los trabajos que le ofrecían parecían encontrarlo a él. Encarnó a menudo a hombres incómodos, reflexivos, atravesados por contradicciones; personajes poco complacientes y, por eso mismo, dolorosamente cercanos a la realidad.

Con K Producciones su compañía de teatro fundada en Bilbao en 2002 por Adolfo Fernández como actor y director y su mujer Cristina Elso como productora eligió textos que no buscaban la facilidad. Vida y muerte de Pier Paolo Pasolini, de Michel Azama, dirigida por Roberto Cerdá en La Abadía en 2003, o La flaqueza del bolchevique y Medea no eran solo representaciones, sino intentos honestos de pensar el mundo desde el escenario.

En la imagen con Marcial Álvarez Rafael Calatayud “En la orilla” la novela de Rafael Chirbes, adaptada por Ángel Solo y Adolfo Fernández, y dirigida por el propio Aldolfo.
En la imagen con Marcial Álvarez Rafael Calatayud “En la orilla” la novela de Rafael Chirbes, adaptada por Ángel Solo y Adolfo Fernández, y dirigida por el propio Aldolfo.

En la orilla, la adaptación que le valió el Premio Max, condensaba su idea del teatro como un acto de responsabilidad. Fernández defendía que todo teatro es político, no desde la consigna, sino desde la pregunta. Prefería el rigor a la espectacularidad y confiaba en la inteligencia del público más que en cualquier artificio.

La televisión lo hizo visible, el cine lo fijó en la memoria colectiva, pero fue el teatro el lugar donde dejó su huella más honda. No aspiraba a ser una estrella: ya lo era. Aspiraba a ser fiel a su oficio.

Adolfo Fernández nos deja una lección de dignidad. Se tomó el trabajo en serio y se entregó sin reservas. Su legado no admite la loa fácil: es el de alguien que supo vivir como trabajaba, sin humo ni atajos. Y quizá por eso, en contraste con muchos de los hombres que interpretó, era alguien que hacía que todo pareciera sencillo.

Esa es, tal vez, la forma más alta de respeto al arte y al público.

Sonia Almarcha y Adolfo Fernández “Siveria” de Francisco Javier Suárez Lema Director Adolfo Fernández ©Sergio Parra
Sonia Almarcha y Adolfo Fernández “Siveria” de Francisco Javier Suárez Lema Director Adolfo Fernández ©Sergio Parra

Siveria, se estrenó en Madrid el 11 de febrero de 2021 en el Teatro Español / Sala Margarita Xirgu , y de la que escribí con motivo de su estreno:

“La dirección de Adolfo Fernández está acorde con una obra discursiva, y se podría decir que hasta didáctica. El director realiza un trabajo muy limpio, para que el texto lo reciba el publico con claridad, y lograrlo como es su caso, no es tarea fácil.

En el resultado del trabajo actoral es bueno, otro acierto del director, pero no el último porque su trabajo como actor es impecable, de una sobriedad elegante, a pesar de las cosas que salen de su boca, con su voz bien timbrada”.

Adolfo Fernández, con 67 años, se subió al escenario en El nadador de las aguas abiertas con valentía y rotundidad, mostrando el cuerpo como parte esencial del relato, en lo que sería su despedida del teatro. En la imagen con el actor Markos Marín en la pieza de Adam Martín Skilton, dirigida por Fernando Bernués @David Ruíz
En la imagen con Markos Marín en “El nadador de las aguas abiertas” de Adam Martín Skilton, dirigida por Fernando Bernués. @David Ruíz

Adolfo Fernández, con 67 años, se subió al escenario en “El nadador de las aguas abiertas” con valentía y rotundidad, mostrando el cuerpo como parte esencial del relato. Entonces pensé que quizá aquel fondo azul, aquella advertencia, aquella presencia tan consciente de sí mismo, tenían que ver con lo mismo: con una manera de estar en el oficio sin esconderse, sin alardes, con una valentía serena. De esas que no necesitan explicarse.

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Luis Muñoz Díez

Desde que me puse delante de una cámara por primera vez, a los dieciséis años, he ido fechando mi vida por las películas y las obras de teatro. Casi al mismo tiempo empecé a escribir de cine en una revista entrañable, Cine Asesor. He visto kilómetros de celuloide en casi todos los idiomas, he pasado buena parte de mi vida en el teatro —sobre el escenario o sentado en una butaca— y he tenido la suerte de tratar, trabajar y entrevistar a muchos de los que antes me emocionaron como espectador. Creo firmemente que algunas premoniciones se cumplen cuando quien las pronuncia tiene el ascendiente suficiente; y a mí, la persona con más autoridad en mi vida me dijo: “Vas a ser alumno de todo y maestro de nada”. Y así ha sido. He estudiado cine y teatro, he leído todo lo que ha caído en mis manos, he trabajado como actor y como ayudante de dirección, he escrito novelas y guiones, he retratado a toda persona interesante que se me ha puesto a tiro… y la verdad, ni tan mal. Hay quien nace sabiendo; yo prefiero morir aprendiendo. Y aquí estoy ahora, en la Cultural Tarántula, con la intención de animaros a leer, ver cine o acudir al teatro, donde siempre nos espera una emoción irrepetible que, por un instante, nos hace creer que en la vida lo mejor está siempre por venir.

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