«Llámalo clan, llámalo red, llámalo tribu, llámalo familia: como quiera que lo llames, quienquiera que seas, necesitas una».
Jane Howard
Feliz me adentro en las casi dos horas que dura Yernos que aman porque pertenece a ese genero familiar, con muchos personajes que se cruzan las vidas (otra de mis predilecciones) lo cual ya tiene asegurado el trasiego , y que nada más empezar ya aventuro que nos va a presentar miserias, muchas miserias, en un vaivén constante de carretera emocional en plena hora punta.
Todo se cumple, con creces, exceso de creces. Un poco excesivo en algunas historias, más cruces de los debidos para la atención, alguna actuación un poco por encima o por debajo de lo convenido para lo que cuentan y algún que otro efecto escénico absurdo metido un poco a presión.
El exceso en ocasiones es un acto de generosidad, y creo que el autor y director, que se ve que ama las historias y que tiene suficiente ingenio para crearlas y dibujar un universo particular, inteligente, cínico y surrealista nos quiere dar mucho para contar muchas cosas, porque quizá considere que el publico se merece ser agasajado con mucho, con múltiples sensaciones, con diferentes acepciones de los conceptos.
Pero también dice el propio autor, Abel Zamora, que “por mucho que decoremos un cupcake con un montón de cosas bonitas, dulces y vistosas, en el fondo, sigue siendo la vulgar magdalena de toda la vida”.
Bien, pues a esta magdalena teatral ,para mi gusto, le ha puesto demasiadas substancias, colores innecesarios y la ha sobrepasado de elementos.
Aun así, la propuesta es atractiva, diferente y apetitosa si se toma en dosis adecuadas.
Por ejemplo, para el buen digerir, destacaría la historia contada excelentemente por Marta Belenguer (la hermana agresiva); por Manolo Caro (el marido pusilánime y maltratado) y Mamen García (la madre ausente y carente de amor) ya que por si sola tiene los elementos suficientes para ser una función independiente si se desarrollara más. Añado que además está magníficamente construida por los actores que le dan vida en todo el arco dramático que la sostiene.
Interesante también es la propuesta que esbozan Emilio Gavira (grande en su discurso final) y Mentxu Romero, pero solo es un esbozo. Me pareció interesantísima esa relación desigual buscando equilibrio normativo.
La historia del hijo muerto, fantasma presente (inquisitivo, seductor y cínico papel de Ramón Villegas) y de Felipe su atormentado novio viudo (Abel Zamora) es otra cosa, esta en otro plano. De esos de perplejidad, de esos que no se muy bien como encajan, pero no porque sea malo, este mal hilvanado o no cuente cosas interesantes, si no porque tiene mas presencia de la convenida, es menos ligera, es más filosófica. La sentí como si le hubieran echado bacon a la magdalena , no le pegaba; pero el bacon es delicioso en otros platos o por si solo.
Y luego tenemos también a rarita, la artista parada de pañuelo en el cuello (María Maroto) con su novio Alberto (Juan Caballero bordando un papel de personaje que cae mal) que son la parte surrealista, lo que da a esto de la tragedia un punto de cuento chungo, pero cuento al fin y al cabo, donde los príncipes azules son pijos del PP y aman en actos de onanismo con mezcla de voyeur culinario.
¡Ah! Se me olvidaba, el cuento viene dado porque en mitad de este día a día asumiendo cada uno su complicada vida, aparece el hada de Bella con una varita mágica que lleva un gloss de labios incorporado y concede deseos llenos de mala baba. El hada es David Matarín que interpreta a un hada travesti, gritona y descarada.
Y entre el del PP, el hada y un baile raro, percibo una función desigual, donde algunas narraciones se quedan a medio camino, o no siguen un patrón demasiado definido, o tienen disparidad de actuación, o quizás golpe efectistas poco necesarios.
Es interesante que el audiovisual arranque y termine la representación porque la propuesta de Abel se mueve como pez en el agua, aunque en teatro, en registros de cine.
Nada más empezar, el personaje de Bella involucra al publico presentando a su familia en una video creación donde todos son felices en su cotidianidad. Involucración de todos. Escenas del día a día con sonrisas y buen rollo.
Los momentos que capta la cámara también existen. Tras la apariencia de dolor y dureza emocional, están esos momentos felices. Una vuelta de tuerca más. Se ven personajes desgraciados en escena, para mostrártelos felices al principio y al final de la obra, en imágenes audiovisuales. Claros y obscuros de todos nosotros, de toda relación; de la vida.
Por tanto los personajes se someten de forma descarada desde un principio al juicio del espectador presentándole su felicidad para exponer su miseria, lo cual engrandece la propuesta de Abel Zamora.
El autor y director se arriesga sin red, con descaro y generosidad de elementos y eso hay que tenerlo en cuenta a la hora de ver la función.
Sobre todo perciban en todo su olor y sabor lo más delicioso de la función: la creación de personajes. Esta magdalena tiene su lugar preferente en los escaparates teatrales por ellos.Freud, Jung, gestálticos y/ o conductuales se podrían las botas en este festín de seres traumáticos y con una precaria gestión del amor.
Cada cual hace con el amor lo que puede, lo relativiza, lo ensalza, lo enmascara, lo anhela, lo envilece o lo sublima. Son los yernos en los recae esa tarea, ya que según la madre las hijas son un desastre y ellos son los salvadores que dan vida al hogar amatorio, para compensar el yin y yan de las energías. Pero ellos tampoco tienen desperdicio, supongo que como ese otro hombre que no se ve, el padre que nunca tuvo presencia y que trataba con modales de militar a su familia, aunque fuera un carnicero.
Diez personajes presentes entre hijas, yernos, madre y hada excelentemente construidos por el autor Abel Zamora, y dispares en su construcción por los actores, porque es complejo bregar con tanto y tantos.
Ausencias y presencias matizadas con fuerza para crear un aquí y ahora desesperanzador , asfixiante y con brotes de absurdo escapismo.
La contradicción de la presencia con la ausencia, de donde estoy y no quiero estar, de cómo esto y no quiero estar, de quien soy y no quiero ser.
La ausencia de la madre que ahora ha regresado después de la muerte de su único hijo varón a un espacio nada hogareño, agrietado por los reproches y las frustraciones. Una madre que escapa cubriendo de afecto excesivo ese desapego espacial, que se justifica cada poco llena de culpa ante sus yernos. Unas hijas que que huyen de si mismas, a través del ruego del amor, del odio del amor o de quedarse ancladas en una infancia de rechazo.
Nueve elementos de una familia y el mágico que configura la historia como un cuento de monstruos familiares, que esgrimen sus carencias como plato fuerte para rellenarlas de amores más carentes todavía.
Son personajes de los que no se olvidan porque sus características tienen fuerza y credibilidad en las controversias que les ha definido el autor.
El final, con su audiovisual proyectado en el techo y con todos los actores en una de las tres salas que recorremos durante la función en La Pensión de las Pulgas es una loa y justificación de la imperfección que a toda familia atañe.
¡Viva lo imperfecto!
Titulo: Yernos que aman / Autor y Director: Abel Zamora/ Interpretes: Marta Belenguer, Juan Caballero, Manolo Caro, Mamen García, Emilio Gavira, María Maroto, David Matarín, Mentxu Romero, Ramón Villegas, Abel Zamora. /Espacio Escénico: Alberto Puraenvidia /Proyecciones, fotografías, cartel: Amparo Balsas.
La Pensión de las Pulgas Calle Huertas, 48
Lunes y martes a las 22, miércoles 20:30.