Había comprado el Corriere della Sera. Quería leer <<el suelto>> dedicado a esa mujer. Seguramente había llegado de París en el andén en que estaba yo ahora; y yo iba a hacer el recorrido inverso con cinco días de diferencia… Qué idea tan curiosa esa de venir a suicidarse aquí cuando unos amigos te están esperando en Capri… A lo mejor había, para aquel gesto, un motivo que yo nunca llegaría a saber.
Modiano es Premio Nobel. Toda acaba un poco antes de que realmente acabe. Luego ya te mueres. Pero hay un lugar en el mundo que es el inicio del declive. Si eres Nobel no te mueres en la puta vida. O sí, cuando muera la literatura. Si la literatura muere, habrá cierto alivio, nunca más Coelho, nunca más vuestros poemas de Facebook, nunca más un Premio Lengua de Trapo. Esa expiración implicaría el impulso del libro ególatra (petulante). Pero si así fuera, si la literatura fuera un cadáver, qué autores serían Dios. Un poeta ni de coña. Un poeta sería el perfecto Santo Brasa. Un autor cuyo tratado implicara la muerte del talento, del arte literario; una novela que fuera cincuenta obras maestras, desde Mortal y Rosa a Crimen y Castigo, coetáneo de la evanescencia de la literatura. La literatura se muere. Viva Play Station. Viva el porno. ¿Aspirantes a matar la literatura? Modiano sale al terreno de juego. Leer Patrick Modiano por tanto es inagotable. Es una lectura de diferentes percepciones, incluso diferentes sentidos en diferentes libros con diferentes personas. Detesto el término; pero Modiano es infinito. Leerlo es comenzar con el primer viaje iniciático de la historia, la Odisea de Homero y seguir por todas las obras maestras hasta nuestros días. No acabas en la puta vida. Alabado sea Modiano.
Los días, los meses, las estaciones, los años pasaban monótonos, en una especie de eternidad. Ingrid y Rigaud recordaban apenas que estaban esperando algo, que debía ser el fin de la guerra.
A veces, les daba señales de su existencia y alteraba lo que Rigaud había llamado su viaje de novios. Una noche de noviembre, unos bersaglieri tomaron posesión, a paso ligero, de Juan-les-Pins. Pocos meses después, fueron los alemanes. Construían fortificaciones a lo largo de la costa y rondaban alrededor de la villa. Había que apagar las luces y hacerse los muertos.
Excitante y expedita para la lectura de Dios la exploración de las estelas, las cicatrices del camino, cuya juventud se desvanece en el París de la Ocupación, en hoteles de Milán, en la bruma de las avenidas, en la amenaza del chaflán, en la Costa Azul. Como si de un cuadro de René Magritte se tratara, Viaje de novios es enigma y silencio. Piezas de puzle, piezas de capítulos hábiles y fascinantes que conectan épocas remotas y razonan la tragedia, a veces con la maniobra del arqueólogo. Afortunadamente para narrar el mundo, la literatura, a veces basta la prosa de Modiano y las dos b: breve y brillante.
Un exigencia categórica al lector de recordar siempre el inicio de la novela, o bien los antecedentes del inicio de algo, y que ese arranque sea la continuación de la obra de Modiano, una segregación, una jaculatoria; la droga de un puto amo de la literatura. Una experiencia religiosa decía aquel cantante que se hostiaba con un dron. La novela va de amor, huida, memoria y muerte.
Para terminar, Modiano tiene cierto misticismo, pero no da el coñazo (ni es brasileño, ni nació en 1947) y hay tal vez puritanismo literario (quizá severidad y austeridad de formas). Lo agradezco. Aquí la violencia es mesurada y cuando todo va medio bien, parece que vaya a salir un ángel a tocar el arpa. Es muy difícil escribir tan bien y no aburrir a las ovejas con este decoro seráfico, ahora que suplimos el talento con obscenidad y locas del coño. Claro, es la Sintaxis. 152 páginas. Anagrama. Del tirón.