Imagen de Michel Setboun. Gentileza de Ediciones La Cebra. Veinte años y después. Conversaciones con Michel Foucault, de Thierry Voeltzel Michel Foucault y Thierry Voeltzel. Imagen de Michel Setboun.
Por Ferderico Ocaña
Al filósofo francés Michel Foucault le gustaba llamarle “el chico de veinte años”, pero Thierry Voeltzel no dejó de ser un perfecto desconocido en los círculos intelectuales del París de los años setenta salvo para Daniel Defert, Claude Mauriac, Mathieu Lindon, André Glucksman y pocos más.
Cuando Voeltzel encuentra a Foucault, o Foucault a Voeltzel, en el verano de 1975 en una carretera camino de Caen donde el muchacho hace autostop, se genera una confianza casi inmediata entre ellos: conocido por Voeltzel por su Pierre Rivière, podríamos decir que Foucault comienza este libro ya en esa primera conversación entre conductor y acompañante, entre el profesor de filosofía trajeado y el desarrapado estudiante. Queda fascinado por la vida, un poco a lo Rimbaud, de este joven, y cuando regresan a París lo integra en su círculo.
Quien lea hoy Veinte años y después sentirá algo de esta fascinación: a pesar de tomarlo como una suerte de paradigma del “chico de veinte años”, Voeltzel se revela, y se rebela, dentro y contra esa categoría. ¿No es esta lucha la que le convierte precisamente en paradigmático?
Durante los años que dura la amistad, Foucault lo atosiga a preguntas, tienen un breve romance, se lleva como traductor al muchacho durante su viaje a Irán, y Voeltzel, por su parte, explora el lado más político o militante de Foucault, al que encuentra apoyando una manifestación de inmigrantes, o con el que se implica en varios trabajos -no culminados- de traducción y prensa. A Voeltzel le interesaba más “vivir”, y en ese sentido el libro de conversaciones no arroja luz tanto sobre la filosofía de Foucault, como sobre la diferencia entre la vida del espíritu y la vida vivida.
Alfredo Sánchez señala en el prólogo que una de las mayores tentaciones para el lector es comparar la biografía de Voeltzel con la nuestra, su experiencia como estudiante desencantado con las estructuras y el régimen de escolarización y universitario, como militante de organizaciones sin rumbo político, como trabajador en fin en permanente situación de precariedad, con nu. Si nos dejamos caer en la tentación, leeremos en Veinte años y después a una persona que se ha impuesto madurar al margen de su familia, que no respeta los cánones sexuales, que ha renunciado a la educación sentimental de los clásicos que rescató y permitió evolucionar a las generaciones precedentes.
Como muchos lectores contemporáneos, que se sentirán retratados, Voeltzel no siente un vínculo especial con las formas nacionales de cultura: no ve cine francés, escucha jazz y a los Rolling Stones, no lee a los clásicos. Su lectura de Marx es fragmentaria, lo considera una herramienta útil, no un pensador científico, se fija en China como modelo de sociedad ante la ya constatada brutalidad e ineficiencia de la URSS, cuyo programa político tacha de “contrarrevolucionario” (¿no diría hoy, pasada la moda del maoísmo tanto en Europa como en la propia China, donde se ha prohibido la lectura de ciertos textos de Mao, lo mismo del gigante asiático?) y a cuyos líderes no perdona ni las ejecuciones sumarias, ni las disputas internas. Su revolución, por el contrario, y esto entusiasma a Foucault, pasa en gran medida por una liberación del placer, por relaciones no identitarias, donde las prácticas, homosexuales o heterosexuales, no determinan la identidad del sujeto ni llevan consigo la asunción de roles de género. De hecho, su implicación política deja de lado a sindicatos y partidos, a los que desprecia en gran medida, y se centra en la militancia homosexual. El FHAR, Antinorme, Sexpol, distintas agrupaciones que sentarán las bases -piensa Voeltzel- para un partido del que no tomarán parte, como una especie de borramiento de las huellas que conducirán a la revolución. Es el mismo tipo de actitud, por otra parte, que el propio Voeltzel soporta y apoya en su trayectoria laboral, particularmente en el hospital, donde trata, sin demasiado éxito, de establecer conexiones y redes de apoyo entre pacientes y personal sanitario al margen del PC o de la CGT.
Diría que la otra gran tentación es la búsqueda, en todos estos campos, de ciertas líneas del pensamiento foucaultiano. A favor de resistir a esta tentación estaría el pensar que el filósofo decidió eliminar su nombre, borrar de nuevo las huellas, para que las transcripciones de las conversaciones tuvieran como protagonista real al entrevistado, Voeltzel. A favor de sucumbir, en cambio, juegan la oposición, el interés, y la guía que marca Foucault durante varios de los apartados de las entrevistas. En esos intermezzos, en las apreciaciones, por breves que sean, que se cuelan entre pregunta y pregunta, asoman el flirteo personal y el desarrollo de la teoría. Voeltzel compara a Foucault con un cura tomando confesión, y en gran parte es así: indaga sobre la represión de la homosexualidad en el entorno familiar y educativo, quiere conocer los detalles del deseo incestuoso, la pulsión infantil (aún no definida la sexualidad), la forma en que se relacionan, cómo y dónde lo hacen, Voeltzel y sus diversos amantes, la experiencia del joven como militante homosexual de extrema izquierda, la ruptura con determinados núcleos de esta ideología, la ruptura también, acaso, de la categoría o identidad “homosexual”, la ausencia, en contrapartida, de nada parecido al “amor” o al “enamoramiento”, etcétera.
Las preguntas dejan de parecernos ingenuo cotilleo si pensamos que Foucault estaba preparando su Historia de la sexualidad, una historia que apostaba por examinar la sexualidad a la luz de su genealogía, de las prácticas individuales, sociales y políticas que determinaban en cada momento histórico su aceptación o su represión. La relación de las drogas con la sexualidad, la “intensificación de los placeres”, como la describe Alfredo Sánchez en el prólogo, o la categorización familiar y social de las relaciones.
En estas conversaciones emergen ciertas líneas de trabajo que añaden a este experimento sociológico un doble valor: el valor de reconstruir una última etapa en esa Historia de la sexualidad a partir del testimonio directo de uno de sus protagonistas, un “chico de veinte años” que encarna el triunfo parcial, pero también el descontento, de los acontecimientos de Mayo del 68; y el valor de rescatar materiales inéditos de Foucault que en muchos casos le obligan a confrontar su experiencia personal y su trayectoria intelectual, como a nosotros nos obliga a comparar las nuestras, y ponerlas en tela de juicio.
Veinte años y después. Conversaciones con Michel Foucault, seguido de Letzlove, de Thierry Voeltzel
Traducción y prólogo Alfredo Sánchez Santiago
Ed. La Cebra, 2019, 167 páginas
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