Por NACHO CABANA
“Mientras lo pintas, nunca sabes cuando un cuadro está acabado. De repente miras para otro lado y cuando vuelves al lienzo te das cuenta de que ya está. Lo mismo pasa con la vida”. Más o menos ésta es una de las frases claves del monólogo Un obus al cor escrito por Wajdi Mouawad en 2007 y que se representa en la Biblioteca de Catalunya hasta el 18 de diciembre en versión catalana de Ramón Vila, dirigido por Oriol Broggi y Ferrán Utzet y protagonizado por Ernest Villegas.
Y son esas líneas fundamentales porque enlazan directamente con la temática (el coma allí, la muerte aquí) y el final de Seuls que vimos en el Lliure de Montjuich en 2014. Al final de aquella , el propio Mouawad se encerraba entre planchas de metacrilato y comenzaba a lanzar pintura sobre ellas durante diez, quince minutos. Hasta que dejaba de hacerlo y miraba al público. La obra había terminado, la representación, también.
En Un obus al cor, Mouawad aplica su talento a narrar el momento que va desde que el protagonista recibe una llamada de su hermano diciendo “Mamá está muy mal, ven corriendo” hasta que su progenitora ha fallecido y él regresa a casa, todo en medio de una descomunal tormenta. Mouawad aprovecha la situación para reflexionar acerca de la búsqueda de una palabra que ayude a entender el silencio que hay tras el fallecimiento de la mujer que te trajo al mundo; para poner a la muerte el rostro de la guerra primero (de nuevo los recuerdos del pasado en situaciones críticas del presente) y de la mamá que vino a llevarse después; para llenar la aséptica habitación de hospital de los lobos que le atemorizaron en su huida de casa cuando aún era un niño.
Un texto descomunal que incorpora múltiples voces, tiempos y espacios en una sola voz (la de Wahab) en un momento de la vida que afortunadamente solo se produce unas pocas veces, al menos para los que han podido escapar de la guerra o ésta nunca les ha atrapado. Por supuesto, sin sensiblerías ni fáciles golpes bajos.
Ernest Villegas interpreta al protagonista con extraordinario convencimiento, aplicando a cada fragmento, a cada frase la técnica precisa sin que se note. Acelera el discurso, lo ralentiza, lo detiene al tiempo que su cuerpo expresa todo el trayecto emocional y físico que su personaje realiza en pocas horas.
Le ayuda a ello la dirección de Broggi/Utzet así como el espacio de la Biblioteca modificado para la ocasión ubicando las butacas en el extremo lateral derecho quedando todo el ancho del teatro como fondo coronado por una pantalla donde, al modo de Robert Lepage, eterno referente y maestro de Mouawad, se hacen algunas proyecciones (responsabilidad de Francesc Isern) que, empero, aquí son el punto más flojo de la función al no interactuar prácticamente con el actor sino servir como un fondo, dicho sea de paso, bastante convencional y obvio en su mayor parte.
También se podría haber aprovechado más la profundidad del espacio escénico para alejar al actor del público en algunos momentos. Son estos dos, en todo caso, los únicos peros que poner a un espectáculo que entra al corazón como un obús.
Un obús al cor.
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