Un Cielo, de Sigfrid Moleón o Los recuerdos del penal infantil donde Jean Genet pasó su adolescencia, revividos desde la cárcel donde cumple condena.
Jean Genet, es un creador sin peligro de etiqueta, es sencillamente único, su obra se nutre de su experiencia, y su experiencia nace del epicentro mismo de lo maldito. Maldito nace, sin padre conocido es abandonado por su madre. Un caso manifiesto de trasgresión desde el minuto cero: yendo contra toda natura de los cacareados amores filiales y disimulos sociales, marcado en la frente y de entrada con el estigma de «non grato». Lo que supone una ruina para el equilibrio y un allanamiento para la autoestima, imposible de nivelar jamás, por mas que la vida y los dioses te colmen de amores o gloria en el devenir, ese taladro afectivo y la desazón que ocasiona, no tiene manera de ser taponado jamás.
A la corta edad de 10 años a Genet se le pone la etiqueta de delincuente, y a partir de ahí su dulce hogar serán reformatorios y cárceles. Allí se forjará su personalidad y despertará a su opción homosexual, que al ser entre tan lúgubres muros, nace sazonada y marcada con un carácter de dominio jerárquico, llevándola a la práctica a la manera castrense romana, de sexo puro y duro, sin ternura ni amor.
Su necesidad creativa le obligara a escribir y lo hará de lo que sabe, siente y conoce, fijando en lo más alto de su especularlo de perfección, un ángel del mal digno de adoración y sometimiento. Su ideal es un delincuente capaz de todo: fuerte, guapo, macho sin fisura, ejecutor del mal como una mística pura.
Sigfrid Monleón, acomete un reto al condensar este infinito universo de Jean Genet en un monólogo de una hora mas o menos, reto del que sale mas que airoso, porque si alguien está capacitado para hacerlo, y tiene sensibilidad para hablar de abismos es precisamente el creador de «El cónsul de Sodoma«.
La función de en Un Cielo, parte de los escritos del propio Genet, y recrea el encuentro de Jeannot, con dos colonos del correccional donde pasó su adolescencia, dos colonos que le fascinaron y alimentaron su ideal masculino, dos ángeles del mal que posiblemente no fueran como él los recrea en Un cielo, y pertenezcan ya, a la galería de héroes del Genet escritor que está a punto de nacer. El reencuentro remueve recuerdos dormidos del correccional y de las severas normas jerárquicas, no escritas, que regían la relación entre esos hombres-niños en una competencia sin tregua, ni concesión marcada por la misma agresividad en el acto sexual con el designado por su «bravo», que en la lucha con el enemigo.
Monleón nos presenta en principio a un Jeannot que solo es palabra, como acabo siendo la experiencia de Genet en su escritura. Le oiremos hablar sin verle, poco a poco la neblina se dispersa y veremos a un hombre barbado que nos hablaba tendido en un camastro carcelario, por lo que antes de conocerle ya sabremos algo de él. El hombre y su voz nos hará avanzar y retroceder en el tiempo y el espacio, iremos del reformatorio a la cárcel, su único marco de su vida hasta ese día, un pasado evocado en un tono agreste y desazonador como la escritura del propio Jean Genet, como su forma de hacer poesía con el feísmo de la existencia en el peor sentido de la palabra.
El espacio escénico es minimalista, casi sin color, correctamente iluminado por David Ricondo, para mí un acierto porque es una función donde la protagonista es la palabra, Monleón deja libre un discurso tan inasible por barroco como es el de Genet, que se prende en el aire y se presta a la recreación, el áspero mensaje en la forma que se torna poético en el fondo, porque sencillamente es la otra cara de la moneda de la existencia. Una palabra apasionada, que a veces es miedo, otras chulería impostada y siempre soledad, y fruto de esa soledad, Monleón nos sugerirá el un momento en que surge en Genet, la necesidad de escribir cuando es encerrado en una celda de castigo y lee los mensajes desesperados que escribieron los que antes estuvieron en el lugar que ocupa ahora él, y siente la necesidad de plasmar el suyo, y sobre todo quiere dar voz a a los que ya no pueden hablar.
Francesco Carril, realiza un trabajo excelente, y tiene mucho mérito, porque su personaje pasa por todos los estados de ánimo negativos, partiendo desde arriba, y ese hándicap a la hora de hacer crecer un personaje, Carril lo supera realizando un trabajo hermético y fronterizo, en el suelta por un momento el hilo del sentimiento y lo recoge para volver a su lugar, nunca cae en el drama y su interpretación es dolorosamente vigorosa, matizando cada estímulo negativo en una función oscura en la que no sale nunca un el sol.
No es una reseña fácil de hacer, tanto por lo rico que es el tema que nos propone Monleon en la función, como por la alambicada de la vida y obra de Genet, se trata de mariposas en constante movimiento y la propuesta de Sigfrid Monleón, está llena de sugerencias, lo único que es real y tangible es el briilante trabajo que realizan Monleón y Carril, no tiene un pero, e intentar apresar en una simple crónica un empeño semejante, de entrada es un despropósito en el que no voy a caer, pero si que he querido dejar un testimonio emulando al propio Genet, personalmente me fascina su obra y su figura, solo afirmar que el señor Monleón está a la altura.
Título: Un Cielo/ Dirección y dramaturgia: Sigfrid Monleón / Intérprete: Francesco Carril / Iluminación: David Rincodo / Escenografía: Objetos perdidos / Vestuario: Cristina Rodríguez / Imagen Sweet Media / Produción y Comunicación Traspasada y Teatro Saraband.
Sala Tú Calle Valverde 15-17 Madrid
Fechas: viernes y sñabados: 23, 24, 30 y 31 de mayo de 2014 a las 23:0o