Cómo ser tierno sin ser ñoño podría ser una lección impartida por el director de Truman. A veces, en el cine, hay que hilar muy fino, y eso hace Cesc Gay (Barcelona, 1967), director de Hotel Room, Krámpack, En la ciudad y Una pistola en cada mano, en Truman, su última película, una coproducción entre España y Argentina, que es el ejemplo perfecto de melodrama sustentado por un trabajo actoral superlativo y que fue una de las mejores películas del pasado festival de San Sebastián y habría conseguido la Concha de Oro de no haber tropezado en su camino con la joya islandesa Sparrow.
Si en Mi vida sin mí Isabel Coixet conseguía armar un drama tremendo sobre los últimos días de la vida de una chica interpretada por Sarah Polley, en Truman, el nombre de un perrazo viejo de un actor desahuciado por el cáncer, el drama se viste de comedia enternecedora de la mano de un director que aborda el relato cinematográfico sin más pretensión que contar al espectador una historia que puede resultarle próxima y por ello le toca.
Julián (Ricardo Darín), un veterano actor de teatro que está interpretando a Valmont en Las amistades peligrosas de Pierre Charderlos de Laclos en los escenarios madrileños, recibe la visita de su amigo Tomás (Javier Cámara), que vive en Canadá. El motivo de ese salto transoceánico no es otro que despedirse formalmente el uno del otro ante la enfermedad irreversible del primero. Pero el problema de Julián, además de preocuparse por cómo va a ser enterrado o incinerado (impagable la secuencia de los dos amigos recibiendo pormenores en pompas fúnebres), es buscar a una persona que adopte a su perro. Y los dos amigos empiezan a buscar a la persona ideal que se haga cargo del animal mientras recorren Madrid, bromean ante una copa de cerveza, recuerdan el pasado, minimizan las pequeñas mezquindades a las que tiene que hacer frente el desahuciado de la vida o se enfrentan a ese futuro en el que ya no se verán más, rehuyendo el dramatismo.
Cesc Gay conmueve lo que hay que conmover, sin pasarse al lagrimeo, en esta historia muy medida que empatiza con el público gracias a unas interpretaciones soberbias de Ricardo Darín y Javier Cámara, entre los que existe un feeling perfecto. Si Isabel Coixet iba a tumba abierta hacia el drama desopilante en su relato mortuorio, Cesc Gay le echa humor al asunto y compone una serie de gags impagables con los que suaviza el dramatismo de un relato que se articula como una sitcom y sale airoso, por los actores, en todos sus tramos. Lo bueno de Truman es ese tono sostenido, y distendido, desde el principio, que no decae ni cuando los dos amigos deciden hacer una escapada a Ámsterdam para visitar por sorpresa al hijo de Julián, y los cara a cara de los dos personajes. Cine de actores y bien dialogado de principio a fin que no suena nunca a impostura. Un festín para los que adoran, y son muchos, al gran y carismático actor argentino.
Truman es una loa al amor entre amigos, ese que, cuando se produce y retroalimenta, suele ser el que más dura. Toda la vida.