Rubén Romero Sánchez (Madrid, 1978) es Licenciado en Humanidades y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Ha publicado los poemarios La Luna lleva tu nombre tatuado (2001), El mal hombre (2012), Historia de la locura (2017) y Madre (2022), las plaquettes poéticas Lo que importa (2002) y Cuando los dioses no existían (2014) y las novelas La tristeza (2014) y Ayer no fue la vida (2018). Ha escrito sobre literatura, ópera, cine o teatro en periódicos como Diagonal o El Confidencial, y en revistas digitales como Tarántula, Babab, Tormenta en un vaso o El síndrome de Stendhal. Su obra ha aparecido en diversas antologías de poesía y narrativa breve, y en revistas como Cuadernos del matemático, Paralelo Sur, El coloquio de los perros, Álora, Buensalvaje o Qi. Ha sido redactor jefe de cine de la web Culturamas y presentador de las tertulias de cine de Periodista Digital TV, y ha participado en el libro colectivo Vivir el cine: 120 películas que no podrás olvidar (2013). Ha impartido conferencias en la Academia de Cine, el Ateneo de Madrid o la Asociación de Escritores y Artistas Españoles, y formó parte de la editorial Ártese quien pueda. Parte de su obra ha sido traducida al árabe, ruso y portugués.
A continuación, tres poemas de Madre, el último poemario publicado por Rubén Romero Sánchez:
1
marzo y abril trajeron cálidos augurios de un verano interminable
los días cada vez eran más largos, le daban de cenar cuando el sol aún ardía
pronto dejó de encenderse la tele, de algunos pacientes no pudimos despedirnos
dábamos el pésame a las familias, yo leía y ayudaba a mis hijos con los deberes
el dieciocho de abril mi madre dejó de respirar y ese día comenzó a llover
estuvo lloviendo casi dos semanas, como si el cielo se hubiera puesto triste de pronto, como si alguien se mostrara arrepentido
salí del hospital y la lluvia salpicaba en los charcos, no volvería a pisar la doscientos veintidós, aquella mañana había perdido el color la primavera
¿decís que el sino de los hombres es la insignificancia?
algún día os hablaré de mi padre que nada entendía,
de la bondad que se expatriaba y siempre anhelé,
del cielo desplomándose a los pies de mi madre
2
los primeros días la llevábamos en su silla a la terraza a que fumara
aún huelen sus libros que me traje a tabaco, cálido y seco olor de mi niñez
más tarde había que levantarla y colocarle las piernas y a pulso sentarla en la silla
un día llegó en que había que encenderle el cigarro, acercarle el cenicero, mamá la ceniza
cuando no quiso fumar comencé a despedirme, a añorar lo que nunca había necesitado
poco a poco fue llegando el silencio, poco a poco el cuerpo inmóvil, la piel blanca bajo el camisón, el ceño cada vez más suave, ausente de tragedia, evadido de rutina
las manos continuaban poderosas entre tanta mediocridad
luego ya ni agua ni alimento, y los árboles seguían pintando de verde la imparable primavera
será imposible un mundo sin mi madre, me decía, absurdo afán de seres inexactos
si en la noche me arropaba es absurdo que no exista, si sufrió con mis traiciones es injusto que no me lo reproche
la nieve no es culpable de fundirse al contacto con el suelo
y yo no sabía cómo era posible el alba, pero creía en su forma de mirar el mundo
cuánto dolor causado que nunca restañé, cuánta flor atrapada en mis entrañas
ojalá supieras que lo siento, ojalá me hubiera atrevido a pedirte perdón
3
“y el otro se encontró a sí mismo por la noche
en el umbral de la habitación del sueño, escuchando
a una mujer respirar, tan solo una mujer
normal
respirando”
Los muertos y los vivos, Sharon Olds
en la doscientos veintidós hay estrellas azules desprendidas del cielo
que no permiten que a oscuras vague mi padre en las madrugadas heladas
que se apagan dulces cuando amanece y es un día más arrebatado a lo ineludible,
cuelgan violines de las bolsas de suero y morfina y un arroyo de agua fresca atraviesa por debajo de la cama de mi madre
la gente entra y observa y casi nunca dicen nada y a veces traen galletas, o frutos secos, y desconocen la miel que habita en las manos de mi padre cuando se queda dormido y en esos precisos instantes vuelve a ser libre
en la doscientos veintidós hay acróbatas circenses que nos entregan generosos el arte de la huida, el don de de su precario equilibrio cuando mi madre deja de pronto de comer, o deja de moverse, o cierra los ojos, o no me vuelve a dar un beso
y todos desconocen el otoño y creen que siempre es primavera, y se despiden hasta el día siguiente porque confían en la ciencia de los calendarios, en que a cada día otro le sucederá, como si eso no fuera tan solo una cuestión azarosa
mi padre cada mañana dobla las sábanas y desayuna y coge de mi madre su mano
no ve el fútbol ni sigue con especial interés las noticias y acerca el vaso a la boca de mi madre y ríe con ella y discuten y ni un solo segundo de todo el mes y medio se le pasa por la cabeza dormir una noche en su cama
en la doscientos veintidós hay estrellas azules desprendidas del cielo
y yo soy diminuto en su presencia