Tres poemas de José María Flores García

Tres poemas de José María Flores García

José María Flores García es poeta, escritor y profesor de Lengua Castellana y Literatura, Cultura Clásica y Latín. Autor de la novela Un bolero (junto a Ramón F. Souto), ha colaborado con diversos medios como la Cadena Ser (a través de la sección “El Policía del lenguaje”), el fanzine La Factoría, la revista de creación literaria Otras Palabras y AirMadrid Magazine. Actualmente compagina su labor docente con la poesía y su cuenta de Instagram El filo de la logía (@elfilodelalogia), donde denuncia con humor los errores (y horrores) ortográficos que se cuelan en nuestro día a día.

A continuación tres poemas de José María Flores García:

 

LA LUZ

Desde ayer hay una luz extraña.

Lo advertí desde que salió el sol por la mañana.

Lo comenté con mi mujer al atardecer fumando en el balcón.

Y seguía iluminado cuando cerré los ojos en la cama

–esas chiribitas deslumbrantes bailando debajo del párpado,

todo el día el ojo afectado

por el impacto de rayos inusuales–.

La realidad parecía retocada por un filtro sepia,

vista a través de retinas polarizadas

–contacto lunar de lente–,

o envuelta en una gasa fantasmagórica,

velo de vida que tamizara nuestra equívoca percepción.

Creí que se debía al influjo de la luna rosa,

el eclipse total de la superluna de mayo,

en Sagitario,

recién llegado de Piscis,

lo que traería nuevas oportunidades y revelaciones;

luna llena de sangre por roja,

satélite de amor,

telequinética Selene,

que, aunque no pudo verse en estas coordenadas,

sí pudo notarse,

dejar su impronta en las almas sensibles.

Pero nadie más parece verla.

Lo vengo diciendo,

pero ninguna persona ha respondido:

“¿Verdad? ¡Sí! ¡Yo también lo había notado!”.

Apenas un encogimiento de hombros

o alguna que otra mirada aviesa.

Falta de curiosidad

e incredulidad en el fenómeno.

O puede que, después de todo,

esa misteriosa luz

sea interna,

una luminiscencia emanada por mí mismo,

abisal en la zona crepuscular de la superficie,

mi propio cuerpo convertido en involuntario proyector del colectivo inconsciente,

cámara oscura que recoge esa luz

e irradia,

no esa u otra luz (modificada, distinta),

sino palabras de esa luz,

descompuesta en haces de letras multicolores por mi prisma,

descriptivas o interpretativas de su mágica naturaleza.

Quizás deba ir al oculista.

Quizás haya llegado el momento

de pedir cita

en la consulta del psiquiatra,

o esperar a que esa recóndita llama,

sea transitoria,

deje de entrometerse en los asuntos de los astros,

se extinga,

y no lo haga yo con ella.

(De Ordalía)

 

CADA VENTANA EN OTRA CASA

 

Cada ventana en otra casa,

en una habitación de hotel,

o incluso en la de un hospital,

cualquier espacio de paso

acotado por el tiempo

te brinda la oportunidad de percibir la realidad de una manera distinta,

te invita a adoptar una nueva perspectiva dentro de los límites de ese marco,

a asistir al transcurso de un fragmento inexplorado de cielo,

a otear un horizonte inédito,

a observar sin ser visto a personas desconocidas pero coexistentes,

aprovechando esa cercanía transitoria,

su ajetreo, su actividad, el ir y venir de sus cuerpos que pasan por una vez percibidos

ocupados en una tarea ordinaria,

sin percatarse de tu discreta presencia en la distancia media,

tú que miras pegado a esa pantalla abierta al mundo exterior

pero atento a sus cambios,

plenamente consciente de su devenir,

captando esa visión parcial, inhabitual, inusitada,

que parece no pertenecerte porque no forma parte de tu vida cotidiana,

y te abre

–esa apertura practicada en la pared,

vano en la caverna–,

la posibilidad de ver con otros ojos,

ver a otros con tus ojos,

ver lo otro, algo distinto,

y ser, por tanto, otro por un momento,

atisbando otra existencia o la existencia misma desde otro ángulo.

(De Ante mis ojos en la muerte)

 

LAS PIEDRAS Y EL VIENTO

 

Quien no responde, parece

que nos entiende,

como las piedras o el viento.

José Hierro

 

Las piedras y el viento,

tu auditorio inerte,

es el único capaz de comprenderte.

El mineral es sensible y clarividente

y necesita hacerse carne para expresar lo que siente.

Tu voz es la suya,

eco consciente que suena

en el silencio de un desfiladero

de insonorizadas paredes.

A través de ti el fondo de los lagos

cobra vida y flota,

sedimento en suspensión, en el aire.

A través de ti el pulido pedregal de la costa

se vuelve inteligible y enuncia

su teoría poética.

A través de ti los cantos rodados de los ríos

vuelan como verbos

sin deseo de permanencia.

Te irriga el flujo de la materia.

El suelo que pisamos,

cargado de significado,

se yergue y camina sobre tus dos piernas.

Somos un corrimiento de tierras cansadas

de su condición subterránea,

que respiran y cantan.

 

¿Y de qué hablan las piedras y el viento?

Hablan de todo aquello

que ocupaba sus inanimados pensamientos,

del mutismo impuesto

a sus corazones endurecidos,

órganos blandos de roca,

y de la inmensa fortuna de poder articular palabras.

Puede que nadie las oiga,

pero serán escuchadas por la nada.

(De Ante mis ojos en la muerte)

Autor

Revista cultural

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *