El odio, la genética, la culpa, los pájaros, Mouawad.
Por NACHO CABANA
El odio, los odios que se creen heredados. La culpa, las culpas de generaciones que se transmiten de manera genética. La tradición, las tradiciones que te permiten dejar de pensar. El pueblo, los sucesores de las víctimas de un genocidio convertidos a su vez en genocidas de otro pueblo. Por el odio, por la culpa, por la tradición.
Por dios.
Y frente a todo ello, el cuento persa de un pájaro que, envidioso de la belleza de los peces que ve desde el cielo, se atreve a ser uno de ellos lanzándose en picado al fondo del mar donde, sorprendentemente, le salen branquias para poder respirar y vivir en armonía con los de otra especie.
Algo que nunca podrá sucederles a Eitan y Wahida, la pareja protagonista de Todos pájaros. O sí, siempre y cuando vivan lejos de la tierra prometida convertida en tierra maldita. Que se olviden de dónde provienen y habiten el mundo al margen de sus padres y abuelos. Algo que se revela imposible cuando toda justificación genética del odio de David, el padre de Eitan, se revela falso. Cuando te descubres descendiente de un enemigo heredado y eso hace tambalearse no solo tu pasado sino toda la estructura social de tus relaciones familiares. Y tu vida.
Y cuando Wahida se da cuenta de que, por mucho que lo haya intentado, no puede dejar de querer vivir junto a los que comparten su cultura, sus valores, su forma de vida. Que el capitalismo y la libertad neoyorquina no borran sino revalorizan sus raíces árabes.
No, el amor no lo puede todo y menos en Oriente Medio.
Todos pájaros explora dos periodos temporales: el presente y los años previos a la Guerra del Líbano (1975-1990). Un momento trascendental en este último es 1967, cuando el desplazamiento de más de 100.000 palestinos por parte de Israel hacia el Líbano sembró la inestabilidad en una sociedad donde convivían cristianos, judíos y musulmanes.
Fue escrita en 2017 pero todo en ella cobra (aún más) relevancia hoy en día, tras los ataques de Hamás de 7 de octubre y la brutal venganza de Israel hacia los palestinos que no conoce inocentes ni legislación internacional. Una reacción esta segunda que no nace de los atentados sino de la propia concepción judía de su derecho a existir.
Mario Gas tiene que lidiar en su puesta en escena de Todos pájaros con la estructura propia de las obras de Mouawad: un número considerable de escenas con continuos cambios de espacio y tiempos amén de muchos personajes interaccionando entre sí aderezado con largos monólogos muy literarios.
Gas resuelve lo primero dividiendo el escenario en dos alturas diferentes que marcan el paso de un tiempo o localización a otro (amén de la iluminación) al tiempo que se apoya (aunque no de manera determinante) en una pantalla trasera donde se proyectan imágenes puramente funcionales en lugar de los diálogos en el idioma original como sucedía en el montaje catalán (la obra está escrita para ser representada en en árabe, hebreo, inglés y alemán).
Tiene también a su favor que, con las excepciones de Juan Calot y Pietro Olivera (ambos en roles secundarios), ningún actor repite personaje por lo que no hay que estar adivinado quién habla en cada momento. Y sobre todo, del buen hacer de un elenco encabezado por Aleix Peña y Candela Serrat quienes aportan intensidad y humanidad a sus peculiares Romeo y Julieta. Junto a ellos, Pere Ponce, que inyecta de odio al sionista que muere por no serlo; Manuel de Blas, al que la calma que le proporciona su edad le distancia de la furia del anterior; Anabel Moreno, algo engolada como Norah, la esposa de David, y finalmente, Vicky Peña, modulando los matices de su relación simultánea con los diferentes personajes mientras hace evolucionar el suyo.
Todos pájaros se estrenó en Teatro Nacional de la Colline de París en el año 2017 con una duración de 240 minutos frente a los 195 que dura en la versión castellana que hasta el 18 de mayo se puede disfrutar en el Teatre Apolo de Barcelona y los 210 del montaje en catalán con que La Perla 29 cerró la temporada 2024-2025 y abrió la del 2025-2026. Todos con los quince minutos de descanso incluidos.
Aunque no he podido determinar cuánto se ha cortado en los dos estrenos españoles de la obra frente al original, sí que hay un par de personajes / líneas temáticas que se quedan algo escasas de desarrollo. Todo lo relacionado con la guardia israelí que acaba ayudando a Wahida y, sobre todo, la presencia como referente de Hasan Ibn Muhammad al-Wazzan (más conocido como León el africano) se queda como meramente instrumental en el primer caso (algo poco frecuente en la obra de Mouawad) y como demasiado puntual en el segundo.
Una dosis en vena de gran teatro, de ese que tanto echamos en falta últimamente en una cartelera catalana dominada por comedietas pequeño burguesas y propuestas que rivalizan entre sí por dar visibilidad a cualquier colectivo marginal, discapacidad o problemática social en vez de apostar por textos con la profundidad contemporánea y calidad literaria de Todos pájaros.
Que, claro, son más difíciles de montar y vender.