Iñigo Rodriguez-Claro con Maria Morales en Todo el tiempo del mundo.
“¿Qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo se. Pero si tuviese que explicárselo a alguien no sabría como hacerlo.”
San Agustín
Por Coral Igualador
De principio, agradecer a Pablo Messiez que haya generado y dado vida a este bellísimo y entretenido cuento-relato teatral que es Todo el tiempo del mundo. La preciosidad imprecisa del tiempo y el recuerdo, personal o no tanto del autor y director, acompasada por la genialidad y entrega de la compañía Grumelot y de Maria Morales, junto a un equipo de luces, vestuario, producción que reman hacia el mismo lado, creando un conjunto de obra coral y sincrónica en todos sus ángulos.
A veces, el arte adolece de falta de visión grupal, de exceso de individualismo o de estructuras separadas con diferentes resultados, y en el caso de lo cuidado por Messiez esto no sucede, todo lo contrario.Si los actores están soberbios, el vestuario lo está también, y la iluminación y el espacio sonoro y el escenográfico.
El texto es original, interpretando original por buscar el origen, la raíz de lo que es mejor para su autor y por tanto se emociona con ello, y a la vez, con su máxima repetida en ruedas de prensa, entrevistas y en sus obras de que hay que buscar los lugares comunes. Generosidad en estado puro. Siempre me ha parecido un autor generoso, sobre todo cuando se recrea en lo universal de su propia afición, que es tan cercana, obvia y bella que cualquiera puede apresar entre sus manos y llevársela a casa para degustarla. La afición por mirar las cosas detenidamente.
Porque la originalidad es la esencia y como la esencia es común y a la vez arraigadamente particular puede beber de muchas fuentes y convertirse también, sin ser excluyente, en uno mismo, con un sello único. Combinar lo que nos hemos nutrido dándole un enfoque desde la visión que tengamos según las circunstancias. Ahora, junto con esto, todo es también un derroche de talentos con intensidad de horas trabajadas.

José Juan Rodriguez, Carlota Gaviño, Mikele Urroz, Rebeca Hernando, componentes de Grumelot en Todo el tiempo del Mundo.
Todo el tiempo del mundo se nutre de esas Tres Hermanas de Chejov inmersas en un proceso de cambio continúo que las sostiene y aprisiona a la vez por su lentitud, de ese juego de Dickens con los fantasmas del tiempo- cuanta verdad en que el tiempo es un fantasma-, de la sabiduría de Lewis Carroll, con sus personajes absurdos llenos de verdades certeras e inciertas, o de el universo temporal y espacial del narrador filosófico Jostein Gaarder. Cito cuatro grandes cuentistas, Pablo es uno mas de ellos. Un hombre talentoso que sabe jugar con las palabras y las estructuras rítmicas. El mima a las palabras, origen de toda relación intelectual, sabe pararse en ellas, lustrarlas, darles humor, amor, calor y desgarro.
Repite con los actores de la compañía Grumelot, con los que ya tuvo comunión en “Los Brillantes Empeños”. Evidente. No solo son grandes sobre el escenario, si no que entienden muy bien el código de construcción desde su verdad para, siempre, compartirla con el otro, con el público, y así construir un imaginario conjunto. También con María Morales, en la que ha trabajo en otra obra, mas oscura, como es “La distancia”.
¿Cuál es ese código del que se trata en la obra? El juego con el tiempo en un mismo espacio, para hablar del tiempo en su transcurrir y en su cuestión de existencia y realidad. Pero con una filosofía cercana en un lenguaje comprensible adscrito a lo cotidiano y a lo que podemos identificar fácilmente. No en vano es en la familia donde se genera todo el movimiento de la obra; la familia y el recuerdo y ¿quién no tiene una familia? ¿Quién no ha añorado? ¿Quién no ha experimentado con los recuerdos?
Iñigo Rodríguez-Claro es Flores, el tinte autobiográfico mas real que interpreta al abuelo del autor. Sobre todo real, porque es-era el dueño de la zapatería de señoras donde espacialmente se sitúa la acción. El espacio lo hace biográfico, quizás su construcción de personaje no sea tan exacta a lo que fue su vida, pero eso es lo de menos, como constantemente se juega en la obra. Iñigo ha hecho de su cuerpo el cuerpo y la gestualidad de los Messiez. Interpreta con brillantez el asombro, la angustia, el amor y el orden. Interpreta con esmero.
María Morales es el amor de Iñigo, la acompañante en su cordura loca de ese tiempo que se mezcla en ese espacio que se mueve porque se mueve el tiempo. La que limpia el polvo a los zapatos y hace el inventario, que con el tiempo descolocara de su memoria porque dejará de nombrar. Divertida, tierna, real. Otro acierto.
Mikele Urroz, se presenta como la hija de los Flores. Un bravo por su víscera en busca de la búsqueda, en reproches de lo que importa, en grito y afirmación.
La madre de Flores es Rebeca Hernando. Arquetipo definido con detalle por una interpretación medida y bordada del recuerdo de las madres que son, que serán y que fueron.
Javier Lara es alguien o nadie. Ambiguo. La vida con sus claros obscuros bebiéndose a tragos. Es el demiurgo. Lo masculino y lo femenino. El origen borracho del mundo. El orden y el caos. Javier Lara gira acciones y como nexo desconector lo hace con toda su gran sabiduría actoral, que es mucha.
Carlota Gaviño tiene en sí misma tanta verdad y soltura en la emoción sobre los escenarios, que sea lo que sea, aquí la mujer vestida de novia que sufre anomia, lo entrega al público y el público lo nota en su piel. Ella es el espejo, o no.
José Juan Rodríguez acompaña a Carlota en su desvario, dándole camino y forma para que no vuele como un globo. La acompaña en todo, la escucha como personaje y actor, y entonces se obra la magia que le pone con un toque divertido y conciliador. El es rápido , ella es la quietud. Rodríguez es también inmenso en su aparición en escena.
Siete actores. Siete magos. Siete.
Y luego, la luz que narra con la inteligencia lumínica de Paloma Parra y la escenografía atemporal por lo nostálgica de Elisa Parra, que también firma ese juego de vestuario que mezcla con color, y simboliza el paso del tiempo, con matices sutiles y cuidadísimos.
Disfruten de la catarsis escénica de la zapatería Flores. Es un bellísimo cuento el que nos presentan. El tiempo es el motivo, pero el amor es el resultado de esta ecuación de física cuántica teatral. Y el amor siempre hay que celebrarlo, sin moralinas, solo como fuente de vida, para que el mundo no se nos convierta en una costumbre.
Titulo: Todo el tiempo del mundo / Dirección y Texto: Pablo Messiez/ Interpretes: Javier Lara, Carlota Gaviño ,Rebeca Hernando, Iñigo Rodríguez-Claro, José Juan Rodríguez, Mikele Urroz, María Morales / Ayudante de dirección: Javier L.Patiño / Fotografía: Vanessa Rabade/ Espacio escénico y vestuario:Elisa Parra/ Iluminación: Paloma Parra/ Dirección de producción: Jordi Buxó, Aitor Tejada Producción: Kamikaze Producciones, Buxman Producciones.
Naves del Español. Matadero. Centro de Creación Contemporánea.
Desde el 24 de noviembre 2016
al 18 de diciembre 2016
Lugar: Sala Max Aub
Hora: De martes a sábado a las 20.30h y domingos a las 19.30h.
(*)Vi esta obra en su estreno en Madrid el 24 de noviembre del 2016