Eduardo Laporte tiene momentos para señalar el drama, la alegría, las contradicciones de la literatura, los pensamientos frugales que en el fondo abarcan mucha más metafísica y razonamiento que la simple mesura que los envuelve, la crónica contemporánea, el costumbrismo, incluso momentos dirigidos subliminalmente al lector, para pensar qué es escribir un diario, qué hablamos, qué miramos, qué leemos, qué perdimos, qué amamos, qué vemos en las chicas que lucen sus vestidos en las motos paradas de los semáforos y cuánto hemos amado a nuestros padres. Qué pasa con la vida y sus expectativas. Qué podría haber hecho Dios. Cuándo nos duele el corazón.
Amanecí el primero de enero en Sevilla, junto a una mujer morena de ojos grandes a la que podría haber querido. La busqué días más tarde en Facebook: solo teníamos un amigo en común, el poeta Nacho Montoto, al que solo conocía de nombre. Una noticia dice hoy que ha muerto de un infarto agudo de miocardio. No sé qué significa eso. Probablemente nada. Ya no tenemos amigos en común. También tenía 37 años. La cara oscura de la vida. Un día antes de su muerte, Montoto subió un selfi a Instagram, en el que decía: <<Estamos vivos porque nos duele el corazón>>.
El lector puede decidir a su libre albedrío cuándo la escritura de Laporte va para la galería y en qué momento va para el patio de luces de su casa, y es muy posible que en cierta manera narre más para el hall de un hotel que para una tasca de Vallecas, pero también es verdad que abarca más la veracidad y la franqueza que la ficción y sus ardides de vieja zorra de la literatura. Decido que este diario es más honesto que cualquier novela de Lengua de Trapo, pulcro y ordenado, como su propio dueño, y decido que la honestidad radica en que la sinopsis de este libro se resume en cuatro palabras: de perdidos al río.
La prosa es rebajada de profusión y barroquismo, las cosas que le pasan o no le pasan a Laporte, o le medio pasan porque les pasan a otros y él las disecciona, fluyen en tropel y en armonía, todo controlado, con los nocturnos para piano de Chopin, los paseos por Madrid y cierto bombardeo de batallas de fondo. No deja de tener potencia y arrojo personal la sencillez.
Dice Emmanuel Carrère que hace falta megalomanía y humildad para escribir. Así como Baroja se definía unas veces como nómada y otras como sedentario, supongo que tengo algo de eso: una sencilla altivez.
Tiempo ordinario va de perdidos al río, pero va de vivir, como ya sugiere la portada con el mismo Eduardo manejando su moto, una especie de dietario de la edad adulta, con un espejo retrovisor desde el que se ven los recuerdos, habitando en el diario muchísima más nostalgia que actualidad política, económica y criminal, que vienen a ser tres conceptos análogos y parecidos, salvando la inevitable pandemia que es un registro absolutamente inevitable de cualquier diario de escritor de 2020 y 21.
Puede ser que todos mis libros, excepto quizá Luz de noviembre…, los haya escrito con tensión, de ahí su fracaso. A veces, me grabo con una guitarra y canto parecido, me veo y no me gusto. Quiero cantar, en vez de simplemente, cantar. Estoy aprendiendo a cantar. También a escribir. Y, es curioso, a leer. Y a nadar. Quizá, por fin, a vivir.
Como anunció Héctor Abad Faciolince, los diarios son el sustituto del psicoanalista y del confesor para el autor, y añadiría algo más, al mismo tiempo son el psicoanalista y el confesor para el lector que, en Tiempo ordinario establece una interacción verdadera con Eduardo Laporte, con un diarios que invitan a indagar en el empeño humano de forjar las propias obsesiones domésticas hasta convertirlas en literatura, siendo este libro un conmovedor testimonio de lo que el escritor se juega en él. De perdidos al río.
Cada vez que vuelvo a Pamplona, como estos días navideños, siento la quemazón de la duda. ¿Y si hubiera construido mi vida aquí? Alojado en una habitación del corazón del casco viejo, calle Descalzos, redescubro el tipismo casi napolitano que aún sobrevive en ciertas partes de la ciudad. <<Las raíces están en Pamplona, pero las hojas en Madrid>>, me consuela TerePere.
Se aprecian dos tipos de diario en Tiempo ordinario, uno describe la vida íntima y otro la vida pública, dos vidas solapadas que discurren libremente y sin fronteras. Influirá sin duda en su sincretismo que Laporte sea periodista y disciplinado diarista, a su vez espía, testigo y cronista buscando la literatura de la realidad, la nostalgia y el futuro, en el mejor, incluso en el peor de los casos. Y para concluir, cómo no recordar los libros de Eduardo, su biblioteca, su música, sus canciones, ahí el viaje intelectual y espiritual que tanto evidencia la inanidad de la vida sin la experiencia literaria y polifónica, incluso estética. Y el amor al padre.
Domingo, casi medianoche, finales de noviembre, mezcla de excitación de café y restos de alcohol. No se me ocurre mejor momento para empezar una novela. La protagonista de nuevo es una mujer. Me acuerdo de mi padre, de aquella luz de noviembre de hace justo veinte años. Se dedicó a vestir mujeres, a rodearlas de belleza. No se me ocurre mejor homenaje que vestir mujeres con palabras.