“Habitamos los sueños que nos poseen”. Este podría ser un lema de “Thérèse D.”, película póstuma de Claude Miller que cierra tras de sí un drama con tintes de tragedia provincial francesa. Desde la infancia y primera adolescencia de la protagonista se traza un camino verde, de pino y helechos por paisajes poco poblados. La tierra, la propiedad de la tierra es el hilo conductor alrededor del que se trenzan las peripecias de los personajes y sus deseos. El agua es escasamente fotografiada y da el contrapunto necesario para bordar la trama. Incluso una región llamada “La Esperanza” es acuática.
La protagonista y sostén primordial de la historia, la actriz Audrey Tautou da el tono contenido, sosegado, hasta frío que requiere un personaje pragmático pero asediado vitalmente en sus resortes psicológicos fundamentales. Tautou no se permite un desfallecimiento en su entero personaje y con su gesto y su mirada tira de las riendas de la trama de la que es en todo momento señora indiscutible.
Historia tirada con tiralíneas, simple pero no simplista, se asienta en los vericuetos de lo visual, de lo puramente cinematográfico, para envolver al espectador en la magia de lo narrado con saber hacer, hasta con sabiduría. Una historia que maneja Claude Miller dosificando los pespuntes y picos psicológicos que la atraviesan.
La racionalidad francesa, cartesiana, se despliega con rigor para contarnos lo que le pasa, o más bien no le pasa, a Thérèse. Hasta los sueños son cuerdos, lógicos, consecuentes. No nos perdemos nada que nos haga falta para seguir el devenir de la historia. Tampoco nos sobra nada.
La grandeza de Thérèse Desqueyroux reside en su habilidad para irse haciendo progresivamente con el control de su vida, desde la confusión y el errar el tiro de la dirección de su existencia, tan propios por otra parte de la edad tan joven de la protagonista al principio de la película, hasta la asunción plena de su libertad de actuar y pensar cuando ésta concluye.
La unión de propiedades, de pinares, gravita sobre las Landas para convertir primero a Thérèse, en señora Desqueyroux y luego para precipitar las gotas de veneno con las que sin esperanza, pero sin desespero, ineluctablemente, Thérèse busca liberarse de su situación. También ejerce su influencia para, en aras de la pervivencia de la familia, institución fundamentada en un patrimonio, acercarnos progresivamente al desenlace de su peripecia.
En rigor, Thérèse no hace sino padecer hasta que con un gesto, mediante un líquido elemento, disuelve las contradicciones de su vida que la ataban a la existencia predestinada de la mujer burguesa de provincias. El detonante, que lenta, muy lentamente, pero siguiendo una línea muy clara, provoca la explosión se trenza con la ayuda de su amiga de la infancia y posteriormente cuñada, Anne.
Alma simple, como lo son todas en la película, aparte de la propia Thérèse y de otras dos personas, que dan formalmente inicio y final al nudo de la película, como son Jean Azevedo, el amante sin tacha de Anne y el juez que instruye la causa por el intento de envenenamiento de su marido.
Los sueños de Thérèse, breves apuntes racionales, son, como no, alegatos sinceros en la vida psíquica de la protagonista, que cierran el paso, contienen, a finales que nos impedirían, y que le impedirían, sostener el relato en su medida progresión. Así, son sueños que poseen a Thérèse en una realidad propia, otra, en la que no conviene detenerse demasiado porque son su morada, en la que sí pasan cosas que nos impiden seguir, es decir, proseguir la inercia a favor de que no pase nada reseñable en la vida de una mujer casada con un rico propietario.
Pero permiten a Thérèse dar cuerda a su vida y poner en hora determinados aspectos que la atrapan y atrapan al espectador en una contemplación que nunca es baladí, sino sometida al engranaje de la historia, lineal y progresiva pero abierta al misterio de la existencia humana.
Miller dice que “me gustan las historias de mujeres y más aún, me gusta trabajar con mujeres”. “Thérèse D.” es, ciertamente la historia de una mujer que sueña, de una forma u otra, con la libertad, con la libertad de hacer y de ser en una sociedad que constriñe ferozmente, estilizadamente en la película de Claude Miller, esos anhelos. Pero la lucha de Thérèse es concienzuda y racional, aún a pesar suyo. Y la razón ha sido siempre la antorcha de la libertad.
“Thérèse D.», de Claude Miller, se estrenó en España el 2o de septiembre de 2013