En la imagen José Gutiérrez Román, autor de «Todo un temblor«
Por Federico Ocaña
Después de ganar el Premio Adonáis en 2010 con Los pies del horizonte, José Gutiérrez Román podía haberse adaptado al ritmo industrial de creación poética y publicaciones que nos acompañan desde entonces y haber producido probablemente cuatro o cinco libros de una calidad igual o superior -más alta que la de su primer libro y que la de la media de creaciones líricas.
Podía haberse alejado para siempre de la poesía y haberse concentrado en la prosa, un terreno para el que parece ya estaba preparado (en 2008 había publicado la plaquette de cuentos La vida en inglés en Los duelistas) y con el que a veces cruza la frontera de los géneros -es importante señalar que lo hace en este sentido, es decir, de la narrativa a la poesía.
Las instantáneas de Todo un temblor (La Isla de Siltolá, 2018) aparecen ocho años después de Los pies del horizonte, y la poesía de Gutiérrez Román conserva una deliciosa sencillez fronteriza con la narratividad, como apuntaba. La creación silenciosa de este nuevo poemario está emparentada con estos años de intermezzo e incluso con aquel primer libro y ofrece un catálogo de “anotaciones”, de vistas atrás hacia el ejercicio poético, hacia la máscara del yo, y, quizá lo más valioso, hacia esas situaciones de la vida cotidiana que pasarían desapercibidas si Gutiérrez Román no estuviera, cuaderno en mano, pendiente de la poesía que respiran por sí mismas pero que hay que saber extraer y expresar.
Son estos poemas “anotaciones” que se constituyen, en el poema homónimo que cierra el libro, en “argumentos”.
ANOTACIONES
Justo en el momento
en el que la poesía
te comience a cansar y descreas de ella,
abre tu vida
por una página cualquiera del pasado
y lee las anotaciones
que hiciste al margen.
Tendrás ante tus ojos
algo más relevante que cualquier poema.
Podrás decir entonces
que tienes argumentos.
Poesía y vida van de la mano, y de alguna manera no se puede dejar de creer en una si se sigue repasando y creyendo en la otra. La vida es “temblor”, como lo es, aunque sea sólo porque el libro se llama así, la poesía de Gutiérrez Román: el temblor aparece en la cita del poeta Kostas Vrachnos que inaugura el libro, un temblor constitutivo del yo poético en dicha cita y que remitiría, por ese tono esencialista, al existencialismo de Kierkegaard, si no fuera porque Vrachnos y Gutiérrez Román lo tratan con un humor que sobrepasa al autor danés; y el temblor casi cierra el libro, con un poema que muestra de nuevo -y desnuda- la atención de Gutiérrez Román ante los hechos cotidianos y su poesía. Así los últimos versos del poema “Temblor esencial”, que tiene por contexto una consulta médica de la madre: “Añado que no hay nada en esta vida tan esencial / como el temblor. / Y ella me mira con curiosidad, / como si sospechara que esa frase / va a formar parte de un poema.”
En “Comentario de texto”, de nuevo, se muestra burlón en una situación del día a día, tanto con el hecho en sí (el absurdo del comentario acaba en un sonoro “bla, bla, bla”) como con lo que supone un poema cualquiera, la tan cacareada intención del poeta, sus sentimientos: «Y entonces, / ¿qué querría expresar el poeta cuando dijo / “Mis días se adormecen en tus párpados/ como el viento entre las colinas”? ».
Hay guiños metaliterarios, pero también imágenes y giros del lenguaje que juegan a romper la lógica de las figuras retóricas clásicas, como en “Vanos propósitos”: “Desperdicia tu vida, / pero hazlo de algún modo divertido”. En los poemas más breves, de mayor intensidad y mayor comicidad, trasluce el homenaje a los epigramas latinos, como en “Autoconsejo vespertino”, donde el poeta se enfrenta -y nos enfrenta- a nuestro amor propio y nuestra capacidad de autocrítica.
Otros poemas, como “Realismo limpio”, sirven, pese a la carga humorística y crítica (nunca ácida), como arte poética.
Es Todo un temblor un libro que puede leerse en realidad como un conjunto de “artes poéticas”, de poemas sobre el arte de hacer poemas, así como sobre la supervivencia en un mundo que muestra muchas veces su absurdo, unas veces más violento (“España aparta de mí este trauma”), otras más amable, pero siempre y a la postre absurdo.
El libro sirve, de paso, para volver a leer a un poeta al que le gusta dejarse guiar por los destellos de la imagen, urbana o íntima, paisaje o reflejo especular, y reírse mediante la escritura de la seriedad de la escritura misma, para publicar con todo ello veinticinco textos de alta calidad que las mentes sutiles disfrutarán con un efecto que Gutiérrez Román consigue siempre: poner al lector en la piel de ese fiel anotador de la poesía que late en la vida.
Pingback: Relación de publicaciones, colaboraciones en revistas y magazines – haces. muros