Tan cerca de ningún lugar (tensó) (El sastre de Apollinaire, 2019)

Tan cerca de ningún lugar (tensó) (El sastre de Apollinaire, 2019)

“Caminamos desnudos, para que los sicarios de la estupidez se rían. Somos fuertes, a pesar de todo.” Alberto Cubero / José Luis de la Fuente, Tan cerca de ningún lugar (tensó)

Estamos en un lugar atípico, un lugar que se ha partido en dos, no porque el sendero se bifurque, sino porque constitutivamente se escribe desde dos manos distintas, indistinguibles por momentos (por muchos momentos), lo que lleva a pensar que esas manos a veces nacen de un mismo cuerpo, a veces de cuerpos distintos; a veces luchan entre sí, sostienen un combate (tensó), a veces golpean en un cuerpo otro, en un ojo otro o una garganta otra (tensó, de nuevo, como un cuerpo doble, que puede ahogarse y decir la palabra poética al mismo tiempo).

Lejos de la pandemia del yo, del sapo que prostituye la palabra. Allí, donde el desconocimiento encuentra la respuesta, donde el goce comulga con el espino.

Boca-ruina.

Obligado descenso al perímetro, a los invertebrados versos de la duda.

Escriben, por tanto, los autores de este libro como si el libro no tuviera autores, o como si no fueran lo importante. El lenguaje no se imposta tras una persona, no recrea por tanto un personaje, no hay un narrador que nos lleve a término, que nos cuente una historia. Es un libro que narra la desnudez, la carestía, la ausencia, y por tanto el libro no es libro de nadie, en todo caso es libro de, como el miedo es miedo a, o miedo de, sin nada concreto que lo acompañe, en una apertura que es también la suya, la nuestra.

El libro se desnuda, deja que los sintagmas se rompan, que los versos se rompan, que las palabras se rompan y se fundan. En esta recomposición es donde el lector puede tomar determinadas pistas: no tanto porque se recomponga el enigma, sino porque se adopte, se adapte, a tal o cual camino. “Queda un afuera”, escriben, “Cada paso, una huella intraducible. / Cada paso, un enjambre de imágenes en tu aproximación a. Y esa expectativa rociada de temblor.” Hay detrás de los autores un impulso, una proyección hacia ese afuera que es anterior y posterior y que se materializa en ruido, en llanto, “La fermentación de las decepciones / te corroe”. Ese camino, que es también el camino de los versos, y que no necesariamente es el nuestro, queda muchas veces truncado, gráfica, metafórica y personalmente. ¿Cambia con el verso la unidad sintáctica? ¿Ha cambiado la mano que escribe, o están en plena pugna?

No se llega al agotamiento del lenguaje porque el rastrojo del idioma recibe de nuevo el mundo como un terreno fértil. Está agotado, quizá, de antemano, pero no deja de practicar esa apertura: es el agotamiento del lenguaje también el agotamiento del cuerpo, y de lo que podríamos llamar, en términos generales, el logocentrismo, una instancia transversal e inconsciente que encumbra el logos (la página rellena de discurso, la tipificación del lenguaje como forma de comunicación, la comunicación como transmisión de un sentido -un sentido único y unívoco- y la exaltación de la razón como intérprete o garante exclusiva de ese sentido y forma privilegiada de ordenamiento del mundo). “Acaso importa”, dicen los autores, “comprender”. “Acaso importa”.

En este espacio que es eminentemente eco, surco, desplazamiento, negación, intemperie, susurro, el lenguaje deja de ser esa herramienta que produce el artefacto del sentido (y el poeta deja de ser su industrioso peón: “Nace el poeta, forjador de desplazamientos”), y pasa a tener un carácter violento y sagrado: su irrupción es ya un estar-entre-las-cosas, pero no intenta acceder a ellas como el “pastor” que deba guardarlas, protegerlas, ordenarlas, sino que se niega a sí mismo -por eso, más que cosa, busca ser sustrato – y por eso es importante “escarbar”, “destripar los dados / que nos zarandean”. En la renuncia a “revelarse”, el lenguaje emerge (“Vomitas la palabra”) para no ser nada más.

El lenguaje no se impone, se expone (dijo Celan) y es esta exposición lo que busca el libro: nexo entre barro y hombre. ¿Y cuál es el estatuto de ese nexo si no la locura, lo sagrado, el ángulo de luz, el alumbramiento?

entre el barro y el hombre una sola palabra,

dices,

ése es el ángulo por el que resucito cada día

Decía Pascal que la contradicción no tiene por qué ser falsa, que la verdad se daba en contradicciones: es ese el caso de Tan cerca de ningún lugar (tensó), donde “la vista se interna”, “sale al interior”, “todo tan absurdo”.

El rastro de este libro no se cifra en páginas, en conocimiento adquirido, no hay un comentario de texto al final, no puede haberlo. La imagen, un tanto turbia, que arroja de nosotros y de sí, la arroja, efectivamente, a un afuera que está dentro, y la arroja porque es también valentía, lucha, aparente escaramuza cuya mancha de sangre, si se sigue el rastro, conduce al centro. Pero es un centro que está en todas partes.

Alberto Cubero / José Luis de la Fuente, Tan cerca de ningún lugar (tensó). El sastre de Apollinaire, 2019.

https://www.todostuslibros.com/libros/tan-cerca-de-ningun-lugar_978-84-120174-0-3

Federico Ocaña

Autor

He publicado Desprendimientos (Amargord, 2011). Mis poemas han aparecido en La sombra del membrillo, Cuadernos del matemático, Heterogénea, Sol negro, etc. y en Ochenta & 3 (antología en prensa, coord. Hipólito García “Bolo”). He ofrecido recitales en Expoesía de Soria, La Noche en Blanco, universidades, bibliotecas y centros culturales y colaborado como músico con Mª del Mar Ocaña en Almendra (Amargord, 2010), de Luis Luna y Lourdes de Abajo -ilustraciones de Juan Carlos Mestre y pórtico de Antonio Gamoneda, y como artista visual en “Equivocación” (2012) con Irene Tourné. Con Arantxa Romero, Pablo Álvarez e Irene Tourné he fundado el grupo Fractal. Soy Licenciado en Filosofía, Máster en Pensamiento español e iberoamericano (UCM) y ultimo el Grado de Lenguas modernas.

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