Por NACHO CABANA
Segunda jornada de un Sónar donde el virtuosismo musical y la pirotécnica visual de los grandes nombres programados han apabullado como pocas veces a los espectadores.
En el Sónar día del jueves (tras una simpática, pero de corto vuelo, actuación de Lorenzo Senni) Max Cooper presentó su espectáculo 3D basado en su disco Unspoken Words convirtiéndose en el gran acontecimiento del viernes día. Se presenta Cooper con su mesa llena de maquinitas entre dos pantallas: una trasera, opaca, y otra en el proscenio del escenario, traslúcida. Mientras él va soltando, improvisando, mezclando la actualización electrónica y lúdica de cierto minimalismo clásico, una serie de proyecciones en ambas pantallas se van alternan, simultanean, complementan, dialogan, se contradicen acompasadas, como no, a los diferentes tempos y ritmos de Cooper.
En la primera parte del show, estas proyecciones son mayoritariamente abstractas, parecen células o planos muy cercanos de lava o manchas de contaminación pero, una vez establecidos los parámetro del juego visual, Cooper introduce paisajes primero naturales y luego urbanos (emocionante el fragmento donde utiliza las fachadas multiplicadas de edificios y escaleras) para acabar apostando por formas geométricas parecidas a las utilizadas en el reconocimiento facial y líneas de código informático que se acaban adueñando del conjunto a modo de mapa virtual de lo abstracto.
Tras semejante alarde de creatividad, Alphex Twin lo tenía francamente difícil. Primero porque la música de Max Cooper es bailable, reconocible, puedes escucharla mientras estudias o trabajas… mientras que la Inteligence dance music del músico británico irlandés, no.
El show del cabeza de cartel del Sónar de noche del viernes es una amalgama de sonidos (ambient, drum´n´bass, psicodelia) enfrentándose unos a otros, lanzándose al vacío sin piedad alguna con el espectador. Ruido o no que es complementados por un apabullante alarde de luces, colores y proyecciones donde, como, por otro lado suele ser habitual en las actuaciones de Sónar, el ejecutante permanece en la sombra, con su silueta escamoteada entre imágenes.
Presidía el show de gran formato un enorme cubo que colgaba del techo delante de una pantalla que va de lado a lado del escenario y bajo el cual se encuentra Alphex Twin metido dentro de una suerte de ring recubierto, como el cubo, de leds reproduciendo imágenes al tiempo láseres de colores y sendas baterías de proyectores de luz (no solo sobre el escenario sino también a los lados del enorme recinto del Sónar Club) apabullan al sudoroso público.
Tras la actuación de Richard D. James, la de Fever Ray fue el colmo de la calidez. La mitad de la banda The Knife, o sea Karin Dreijer, llevó la androginia al escenario del Sonar Pub, cantando, no solo iluminado, sino también ¡mirando al público!. Se hizo acompañar por Romarna Campbell a la batería (si, una batería de las clásicas con platos, bombos etc) y Minna Koivisto lanzado los beats electrónicos bajo una farola de atrezo.
Empezaron con What they call us para ir poco a poco ganándose a la audiencia con To the moon and back. ‘Shiver y Carbon dioxide para acabar con Coconut, las más anticlimática de las canciones posibles.
Y luego de vuelta al Sónar Club para disfrutar de Bicep, un duo sin coartadas intelectuales que adapta para los grandes escenarios su estupendo y delicado álbum Isles así como sus numerosos singles y EP´s. Decidiendo que al público que ya no paga por escuchar la música en su casa pero sí por hacerlo en directo, optan por darle a este una versión diferente de sus canciones, más enérgicas, más bailables, más (como se decía en los 80) e versión “maxi”.
Estupendas proyecciones que, eso sí, parecieron algo rutinarias (sin serlo) tras los shows de Cooper y Twin.