Por NACHO CABANA.
Para los que asistimos año tras año, los festivales de música son algo así como una suerte de Brigadoon, poblados festivos que aparecen y desaparecen en unas fechas determinadas y que son siempre iguales.
Pasa en el Primavera, pasa en el Cruïlla y pasa en el Sónar de día donde, precisamente, el principal y más emblemático de sus escenarios se denomina, no en balde, Sónar Village.
Con motivo del 30 aniversario del certamen barcelonés dedicado a las músicas y artes electrónicas (y empujados por el incremento del calor veraniego adelantado), sus responsables han rediseñado el Sónar de día. Si bien se mantienen los escenarios interiores más o menos como siempre han sido, el exterior ha sido cubierto casi totalmente por un toldo que, con la buena intención de proteger a los danzantes del sol, ha acabado con el principal reclamo del Sónar de día: bailar al atardecer con cierta brisa soplando.
Bien es cierto que, en la nueva configuración, la zona VIP ha ganado considerablemente en cuanto ahora desde ella se puede ver el escenario, pero, ¡ay!, ya no hay apenas diferencia entre asistir a una actuación o sesión en el Sónar Park en el Village.
Dicho esto, la primera actuación potente del Sónar de día del jueves fue, sin duda la de Bradley Zero plato a plato con Moxie; una sesión tan variada como festiva que bien podría haber servido de cierre a la jornada del jueves si esta no hubiera estado ocupada por el ecléctico (sonó hasta Billie Jean) set de Black Coffee quien (acompañado por unas sugerentes proyecciones de mujeres africanas que han sustituido adornos tribales por otros más o menos cibernéticos) supo introducir en su sesión los suficientes arranques (y re-arranques) como para mantener botando a la masa que, eso sí, iba estando menos entregada al baile según te alejabas del escenario.
Algo antes, en el espacio Sónar Park, Soda plains (artista originario de Hong Kong pero residente en Berlín) nos ofreció una muy estimulante actuación con temas en los que recurre a líneas melódicas que bien podrían pertenecer a hits del tecno pop ochentero si no estuvieran permanentemente rotas por contundentes bases de bajo. Un permanente combate entre lo identificable y lo bailable que la aparición final de una excelente cantante oriental decanto hacia la melodía.
Y de Soda Plains a Erika de Casier, una artista danesa que parece salida de un capítulo de Euphoria quien se presenta en el escenario completamente sola para ejecutar con su voz delicada pero con cuerpo una suerte de canciones que suenan al R&B del cambio de milenio acompañadas por una instrumentación totalmente electrónica que funcionaria también en solitario. Tiene Erika de Casier dominio del escenario, carisma y materia de estrella por llegar.
Pero sin duda, lo más chocante, lo más extraño del Sonar de día del jueves fue la actuación de Jokkoo Collective, grupo de africanos residentes en Barcelona quienes, reticentes a la luz incluso durante los aplausos, retuercen una serie de sonidos preferentemente graves puntualmente acompañados por una voz modificada electrónicamente delante de una pantalla donde los colores les convierten en siluetas. Un final con las líneas de código de lo que estaba sonando en ese momento ocupando toda la pantalla culminó una perfomance tan rara como sugerente.
Esperemos que el próximo año podamos recuperar la sensación de ir bajando la cuesta de entrada a la Fira de Barcelona mientras se nos va revelando poco a poco el ambiente que reina sobre el césped gloriosamente artificial.
Porque calor, se pasa igual.