SÓNAR 2019: Estrellas acaloradas.

SÓNAR 2019: Estrellas acaloradas.

Por NACHO CABANA

El Sónar siempre guarda uno de sus horarios estelares de la edición de noche (en ocasiones, incluso, dos o tres) para recuperar/homenajear/reconocer a algún músico o banda sin los cuales la electrónica de hoy en día o no sería o no sería como hoy la disfrutamos. Por esta “sección” no explícita han pasado desde Yazoo o Duran Duran a New Order y Jean-Michel Jarre.

En este 2019 le ha tocado el turno a Underworld, el dúo formado por Rick Smith y Karl Hyde, compañeros de generación y estilo de las formaciones que a principios de los 90 acercaron la música de baile al rock duro sin tener que recurrir a ningún instrumento tradicional (o hacerlo solo puntualmente). Junto a The Prodigy o Orbital, Underworld lograron además el reconocimiento critico que nunca tuvo (o solo tardíamente) el tecno pop.

Su actuación repasó la colección su último trabajo Drift (primer EP -con seis canciones- de una serie de cinco, hay que adaptarse a los tiempos del Spotify) aunque no lo hizo de forma exhaustiva. Hubo espacio para clásicos como King of snake o Born Slippy (canción que popularizó la banda sonora de Trainspotting) que sonaron con Smith cada vez más concentrado en sus botones y teclados y Hyde cantando con permanente vocoder, moviendo los brazos y agitando al personal sin amago de achaque alguno derivado de la edad.

 

Son solo dos músicos, pero llenaron el gigantesco escenario del Sónar Hall ayudados por el espectacular juego de láseres que creaban una suerte de techo sobre los espectadores (ya, lo hemos visto docenas de veces pero sigue siendo efectivo) y unas proyecciones con el títulos de los temas en la alargada pantalla situada en el fondo del escenario. Sudaron y nos hicieron sudar.

Bastante más monótona fue la actuación de Acid Arab, el grupo francés experto en ejecutar melodías árabes sobre bases house. Su música tiene mucho de hipnótico y adictivo pero funciona mejor en disco que en vivo. O, mejor dicho, funcionaría mejor sobre un escenario si viniera acompañada por una mínima puesta en escena. Los músicos en penumbra y apenas un haz de luz iluminando una suerte de lámpara gigante de Ikea no refuerzan precisamente su acertada combinación de estilos en principio antagónicos.

Color fue lo único que no faltó en la actuación de Bad Bunny, el artista elegido para epatar al habitual del Sónar y de paso romper cualquier atisbo de previsibilidad en el cartel. Como hace unos años Raphael en el Sonorama Ribera o hace unos meses J Balvin en el Primavera Sound, la presencia del boricua parecía obedecer más a razones conceptuales que artísticas. Fue como si en el reciente Barcelona Reggaeton Summer Edition se hubiera colado James Blake antes de Nicky Jam.

Las proyecciones del show de Bad Bunny incluyen numerosas mujeres en bañador moviendo las nalgas, hubo confettis y serpentinas, un cuerpo de baile y hasta un momento de denuncia política al exigir la renuncia al actual presidente de su país por un chat privado en el que Ricardo Rosselló se burlaba de periodistas, artistas y políticos. Luego están, claro, las canciones. Aunque Bunny (que se pasó media actuación con la cabeza totalmente oculta por una gorra, gafas de sol y un pañuelo) tuvo la decencia de cantar en directo (no sobre su propia voz grabada como la mayoría de los traperos y reaggetoneros), sus temas no deja de ser intercambiables no solo unos con otros sino con los de cualquier otro artista de su género. Domina el escenario pero está a años luz, para entendernos, de Residente incluso en los inicios de Calle 13. Poco más de una hora de concierto que evidencia lo precario y prefabricado de su presencia. Para los bises se tendría que haber quitado la sudadera o llegar al final derretido.

No quisiera acabar estas crónicas del Sónar 2019 sin mencionar a la española Rrucculla que ocupó el sábado el mismo tiempo y espacio que Sho Madjozi el viernes. Se trata de un “one woman show” en el que Izaskun González va soltando ritmos e imágenes desde una mesa de mezclas mientras una batería espera a su derecha a que se levante del asiento, deje sonando lo pregrabado y empiece a complementarlo con tambores y timbales. Una propuesta tan honesta como original.

De las muy numerosas sesiones de DJ, destaco la de los mexicanos LAO & Wasted Fates que ejecutaron un desglosable catálogo de lo que se mezcla en los clubs de la Ciudad de México sin que ello suponga reconversiones electrónicas de ritmos tradicionales. Por su parte, Theo Parrish nos puso a bailar recordando lo generoso que siempre han sido el funk, el jazz y la música negra cuando se combinan como él lo hace.

Acaba así un Sónar atípico por fechas, temperatura y huelgas que sin embargo, ha sido tan modélico en organización y gestión de multitudes como siempre.

El año que viene, de huevo en Junio, del 18 al 20. Seguro que recuperan los 20.000 espectadores perdidos en esta edición (aunque, a decir verdad, no se les ha echado de menos).

Autor

Escritor y guionista profesional desde 1993. Ha trabajado en éxitos televisivos como COLEGIO MAYOR, MÉDICO DE FAMILIA, COMPAÑEROS, POLICÍAS EN EL CORAZÓN DE LA CALLE, SIMULADORES, SMS y así hasta sumar más de 300 guiones. Así mismo ha escrito los largometrajes de ficción NO DEBES ESTAR AQUÍ (2002) de Jacobo Rispa, y PROYECTO DOS (2008) de Guillermo Groizard. Ha dirigido y producido el documental TRES CAÍDAS / LOCO FIGHTERS (2006) presentado en los festivales de Sitges, DocumentaMadrid, Fantasia Montreal, Cancún y exhibido en la Casa de América de Madrid. Ganó el premio Ciudad de Irún de cuento en castellano en 1993 con LOS QUE COMEN SOPA, el mismo premio de novela en castellano en el año 2003 con MOMENTOS ROBADOS y el L´H Confidencial de novela negra en 2014 con LA CHICA QUE LLEVABA UNA PISTOLA EN EL TANGA publicada por Roca Editorial. Acaba de publicar en México su nueva novela VERANO DE KALASHNIKOVS (Harper Collins). Su nueva serie, MATADERO, este año en Antena 3 y Amazon Prime.

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