Por NACHO CABANA
Un miembro de una banda española decía el otro día en la radio que cuanto más propiciaran el brinco tus canciones, más oportunidades tenías de ser programado en un festival de música. Hay que aplaudirle al Sónar su valentía para cederle el escenario principal de la edición nocturna a Thom Yorke y más en el horario estelar de la 1:40am.
El cantante de Radiohead puede hacer lo que quiera, dónde quiera y cuándo quiera y eso fue lo que pasó el sábado pasado en la Fira del Hospitalet. Por supuesto casi nadie esperaba que cantara un solo tema del grupo con el que se hizo famoso (aunque alguien a mi lado preguntaba a su acompañante “pero… ¿no va a tocar Creep?”) pero su espectáculo hubiera sido mejor comprendido y apreciado por ejemplo en el Sónar Complex con todo el mundo sobrio y sentadito.
Yorke (en compañía del productor Nigel Godrich y el artista visual Tarik Barri que probablemente fue de todos el que mejor se lo pasó en el recinto) enlazó temas de sus álbumes en solitario The eraser y Tomorrow´s modern boxes, basados en unas potentes bases programadas puntuadas con guitarra mientras su voz va de un lado a otro. Tocaron también un tema (Amok) perteneciente al único disco grabado como Atoms for peace (no en vano, son la misma formación) y algunos temas que no han sido registrados aún. Todo apoyado por unas potentes proyecciones que evolucionan con la música. El público que llenó el escenario principal al inicio de la tocada lo fue abandonado progresivamente hasta que al final uno podía moverse sin problema de un lado a otro, algo insólito en el Sónar Club.
Quizás el aburrimiento generalizado que generó Yorke se debiera también en parte a que vino precedido de un arrollador concierto de LCD soundsystem, esa banda a medio camino entre Soulwax y Nine inch nails que conjuga con envidiable ecualización una batería memorable (obra y gracia de Pat Mahoney) con unas bases programadas (y lanzadas) con singular inspiración por Gavin Russom y todo ello suavizado con los teclados de Nancy Whang o endurecidos con la voz de James Murphy. Todo en su momento exacto, todo perfectamente medido lo que les permitió hacer una versión de quince minutos de You wanted a hit sin que a nadie se le hiciera larga. Murphy cantando Yeah como si no hubiera un mañana es el momento que sirve para resumir este Sónar 25 aniversario. Sin duda, el mejor concierto del festival.
El viernes a la misma hora y en el mismo escenario, otro de los grandes nombres de esta edición 25 aniversario satisficieron al público dándoles, ellos sí, exactamente lo que querían ver (a pesar de no tocar casi nada de Humanz) . Es Gorillaz una banda mítica para mucha de la gente que fue joven en los 90 (entre los que no me encuentro) y el show que ofrecieron no pudo ser mejor para ellos. Un coro, dos baterías, Damon Albarn con un infame jersey amarillo subiéndose cada dos por tres a las vallas de protección y dándole tando a la melódica como a la guitarra, De La Soul saliendo de vez en cuando (rapearon en Superfast jellyfish) y sus alter egos dibujados permanentemente en la pantalla del fondo. Aquí, el recinto estaba más lleno al final que al principio y eso que a las 22:00( hora de arranque del show) ya no cabía una mosca.
Tras el éxito de Gorillaz vinieron Bonobo, la propuesta de Simon Green que sustituyó en su directo lo que sus discos tienen de downtempo jazzístico por una base más techno lo que no alteró lo evolutivo de su música, desenrollándose los temas poco a poco hasta alcanzar a la par lo emocional y lo lúdico. Tan fantásticos para escucharlos en directo como para hacerlo en casa trabajando. Además, llevaron sección de metales y brillaron en Kerala que samplearon con el clásico R&B, Baby.