Si en mi anterior crónica le hablaba de los músicos a los que no reconoceríamos tomándose una copa en la zona VIP inmediatamente después de su actuación, en esta les voy a comentar las intervenciones de aquellos que se entregaron al público como si de un festival de coplas se tratara.
Había bastante expectación para ver el viernes a Róisín Murphy. La exlíder de Moloko, devenida en un cruce imposible entre Bjork y Marianne Faithfull, sustituyó las proyecciones presentes en casi todas las actuaciones del festival por un desfile de vestuario y máscaras. No interpretó ninguno de sus temas clásicos y se centró en los de su último trabajo Hairless toys cuya fría acogida se trasladó también al escenario del Sónar Pub. Con todo, las reminiscencias de un trip hop soportando unas melodías pop que en ningún momento sonaron antiguas hicieron bastante agradable su participación en el Sónar.
Más decepcionante, en cambio, fue el desempeño de Sophie donde su supuestamente brillante revisitación del pop japonés mezclado con sonidos de 8 bits resultó bastante apagada y desangelada.
Todo lo contrario que los grandes triunfadores de la noche de viernes. Los sudafricanos Die Antwoord llenaron el más grande de los recintos de la Fira con una espectacular versión electrónica de un ritual vudú donde no faltaron bailarinas, dibujos animados de preescolar con enormes falos ni preservativos convertidos en globos. Una propuesta que se esfuerza en parecer más lúdica de lo que realmente es.
En las dos actuaciones (iguales) de Hot Chip, estos veteranos del Sónar se ganaron al público con su pop de fuertes bases rítmicas pero con melodías tan identificables como bailables. Excelente su versión final de Dancing in the dark de Bruce Springsteen.
El sábado en el Sónar de día reinaron, sin duda, los colombianos Bomba Estéreo un trío que mezcla cumbia y ritmos andinos con unas bases rítmicas orientadas a conjuntar bailes latinos con electrónica. La vocalista, Liliana Suamet, tiene un timbre de voz un poco demasiado agudo y gritón para mi gusto pero tanto Fuego como La niña rica prendieron en un público que ya pensaba en ir yéndose a ver a Duran Duran.
Resulta encomiable que el Sónar, tan volcado en su propio futuro que prescinde del número de ediciones que lleva funcionando en sus carteles, reserve cada año un hueco para aquellas bandas (como Yazoo, Kraftwerk o New order) con las que empezó todo esto. Simon Le Bon y los suyos no tienen disco nuevo (saldrá para septiembre) lo que quiere decir que no tienen show nuevo. Se limitaron a remozar el show del tour All you need is now lo que, unido a que no tocaron bises (el Sónar es implacable con los horarios y ellos salieron con retraso) y algunos arreglos poco afortunados de clásicos como Rio hicieron que su actuación resultara algo rutinaria. Con todo, la primera media hora contó como momentos memorables como Wild Boys abriendo el show o el momento Hungry like the Wolf.
En el Sónar +D, junto a stands que intentaban demostrar sin éxito que la realidad virtual ya no es solo una atracción de feria, aparecía expuesta una ingeniosa caja de ritmos retrofuturista compuesta por una máquina de escribir, latas de conserva y otros artilugios corpóreos manejados digitalmente.
Un invento curioso que ocupó el centro del escenario del Sonar Complex durante la actuación de dúo CaboSanRoque que trajo su propuesta tan agradable como innovadora de música instrumental sin estridencias.
En el mismo pabellón dedicado a conferencias y nuevas tecnologías pudimos también ver ingeniosos inventos como una mesa de ping pong con la que componer ritmos (a condición, claro, de que la pelota no saliera volando como le ocurrió al que esto escribe) o una curiosa versión 2.0 del tradicional método de espionaje consistente en colocar un vaso junto a la pared para escuchar lo que se dice al otro lado.
El viernes, mientras el DJ Nick Hook estaba cerrando las actuaciones del Sónar de día, aparecieron por sorpresa sobre el césped artificial una docena de músicos ataviados de uniforme y portando instrumentos de viento. Aunque el volumen de los altavoces impedía escucharles excepto en muy contados momentos, cuando el neoyorquino se dio cuenta de lo que estaba sucediendo dejó en play Banana boat song de Harry Belafonte y se lanzó en plancha al público que le llevó en volandas hasta la improvisada banda. Y así, como si de una secuencia de la serie Treme se tratara, salimos todos de la Feria de Montjuic, al ritmo de una When the saints go marching que acabó en plena calle.
No toda diversión en digital.