El afán de protagonismo no es precisamente el pecado de buena parte de los artistas que hemos podido disfrutar en el recién clausurado Sónar 2015. Autreche pidió hacer su actuación completamente a oscuras por lo que adentrarse en el Sónar Hall desde el Sónar Village era algo parecido a quedarse ciego de repente; a los Chemical brothers solo les vimos la cara al final de los bises, permaneciendo el resto del tiempo siendo solo una silueta; Squarepusher permaneció vestido de apicultor y con proyecciones sobre su cuerpo durante la hora y cuarto que duró su actuación mientras que Flying lotus parecía uno de los fantasmas que viven en el bosque de El tío boome que recuera sus vidas pasadas (2010) de Apichatpong Weerasethakul parapetado como estaba tras un poliedro (obra de Strangeloop y Timeboy) donde hermosas proyecciones jugaban con sus homólogas de la pantalla trasera en una suerte de caleidoscopio presidido por la manzanita del portátil que el artista británico solo abandonó en un par de ocasiones para rapear y demostrar al publico que, contra todo pronóstico, es humano.
El concierto inaugural del Sónar corrió a cargo de The Chemical brothers que estrenaban mundialmente su nuevo espectáculo, un apabullante despliegue visual que se inició erigiendo sobre el público un techo de láseres donde proyectar nubes de humo y dio paso a una actuación en la que no tardó en sonar Hey boy, hey girl. Estupendos los dos robots retrofuturistas gigantes y corpóreos que aparecieron a ambos lados del escenario para acompañar a una sucesión de temas imbatibles que decayó algo justo antes de los bises pero que encontró en estos (gracias en buena parte al juego visual propuesto con la iconografía religiosa) la energía necesaria para dar el pistoletazo de salida a lo que nos esperaba durante viernes y sábado.
Un poco antes, en el Sónar de día, la actuación de Autechre no defraudó su condición de fundadores de la música de baile inteligente a condición, claro, de aceptar que no interpretaran ninguno de sus temas más conocidos y confiar en que eran ellos quienes realmente estaban en la sala.
Squarepusher actuó el viernes en el mismo auditorio pero esta vez con algo de luz (no mucha, había que apreciar las proyecciones). Tom Jenkinson fue modificando a su antojo los temas de su último trabajo, Damogen Furies, usando para ello la tecnología desarrollada por él mismo que acercaba, curiosamente, su agresiva propuesta sonora a los modos de una jam sesión.
Finalmente, el sábado Flying lotus ofreció su show dedicado a la muerte donde mezcló samplers de bandas sonoras con música que parecía sacada de un videojuego y lo envolvió todo en un drum and bass memorable.
En mi siguiente crónica, los músicos que actuaron sin que les importara que el público viera sus caras.