SITGES 2025: Sin temor a la cancelación
Por NACHO CABANA
Aunque el género documental y el fantástico puedan parecer antagónicos, la estupenda selección de los primeros exhibida en el Festival de Sitges 2025 hace que nadie se plantee (lo que sí está pasando con algunas películas en competición): «¿qué hace esto aquí?».
Eloy de la Iglesia, adicto al cine de Gaizka Urresti
Aunque se le conoce básicamente por sus aportaciones al subgénero quinqui, Eloy de la Iglesia cuenta en su filmografía con títulos que encajan perfectamente dentro del terror o la ciencia ficción, como La semana del asesino, Una gota de sangre para morir amando (también conocida como La mandarina mecánica) u Otra vuelta de tuerca.
Pero más allá de esto, la vida de De la Iglesia contiene los ingredientes de ascenso y caída que tanto gustan a los amantes de los biopics.
El estupendo trabajo de Gaizka Urresti —cineasta que ya había abordado en sendas películas de no ficción las figuras de Aute y Labordeta, logrando con esta última su segundo Goya— va más allá de lo estrictamente biográfico. Su documental se convierte en el retrato de una época: la Transición y los años 80, cuando, desaparecida la censura, los cineastas carecían de límites y referentes morales a la hora de escribir y rodar sus filmes.
Por ello, en las películas de Eloy de la Iglesia se mezclaron (con singular desparpajo) la denuncia social con el destape, la actualidad política con la exploitation, sin que nadie se llamara a escándalo.
Urresti va insertando una excelente selección de secuencias que, vistas hoy en día, dan testimonio de un cine libérrimo e irrepetible. Atención a los clips de La criatura o Los placeres ocultos, así como a las anécdotas que los entrevistados narran sobre sus rodajes.
Crónica, además, de una historia de amor destructiva, Eloy de la Iglesia, adicto al cine constituye un estupendo programa doble junto a El último arrebato, documental de Lavigne y Medina centrado en la figura de Iván Zulueta, con el que el film de Urresti establece un interesante diálogo.
Python Hunters de Xander Robin.
Cualquiera que haya visto la serie Tiger King sabe que los personajes reales que pueblan la América profunda superan con creces los que la mente calenturienta de cualquier guionista pueda inventar.
Con la excusa de que la fauna de los Everglades (Florida) se encuentra en peligro por culpa de una plaga de serpientes pitón, el gobierno de ese estado convoca anualmente un concurso de caza de estos reptiles. A él acuden desde personajes sin experiencia alguna en capturar animales hasta celebrities ganadores de anteriores ediciones.
El documental de Robin suma a sus evidentes retos —rodaje mayormente nocturno, personajes marginales que pueden volverse contra el equipo, peligro de mordeduras mortales— una segunda lectura: estos seres son los que han llevado a Trump al poder.
El mundo, a merced de unos rednecks a menudo alcoholizados.
Rodada con varias unidades y llena de planos detalle que desaconsejan su visionado a personas con herpetofobia, Python Hunters no llega tan lejos como la serie de Rebecca Chaiklin y Eric Goode, pero supone una suerte de spin-off de esta.
Theatre of Horrors: The Sordid Story of Paris’ Grand Guignol de David Gregory
¿Se acuerdan del Teatro de los Vampiros, donde actuaba el personaje de Antonio Banderas en la adaptación de Neil Jordan de la novela de Anne Rice, Entrevista con el vampiro? Pues estaba directamente inspirado en un local de Pigalle, abierto en 1897, que acuñó el término Grand Guignol para referirse a narrativas exageradas, crueles y violentas.
El documental de Gregory narra la historia de este pequeño recinto (hoy dedicado a obras en lenguaje de signos —cómo cambian los tiempos—) superando con nota el reto de que apenas existan más que fotografías fijas de lo allí representado y solo queden dos personas vivas que lo conocieran; uno de ellos, el último de sus directores, con demencia e ingresado.
Gregory ilustra lo que cuentan sus expertos con clips de películas de diferentes épocas, pero con temáticas y tratamiento de gran guiñol; anima fotografías y, quizás lo más curioso, encarga a varios artistas plásticos recreaciones de algunos de los éxitos representados en piezas entre las que destaca una ejecutada con muñecas rotas.
Tan divulgador como interesante, Theatre of Horrors: The Sordid Story of Paris’ Grand Guignol da cuenta de un tiempo en el que, como Eloy de la Iglesia, adicto al cine, la incorrección política era una manera de enfrentarse al poder y a los valores establecidos.
