Por NACHO CABANA.
Un especialista en desarrollo de IA tiene un hijo con una enfermedad genética al que los medicos le auguran una muerte temprana. Su padre entonces recurre a toda la tecnología en la que trabaja para poder salvarlo. Esta es la premisa de la soberbia y sorprendente Electric Child de Simon Jaquemet que hemos podido ver en la recta final de Sitges 2024 y dentro de la siempre estimulante sección “Noves visions”.
¿Y si todo el mundo hipertecnificado en el que vivimos, amén de una amenaza para una humanidad que depende totalmente de él, no fuera más que un espejismo de esperanza, una virtualidad que atrae y abstrae de una civilización que se desploma mientras encontramos -en el móvil, en las redes sociales, en los medios on line- lo que queremos ver pero no la realidad?. ¿Y si todo el hiperdesarrollo informático no es más que un canto de sirena que acabará inevitablemente haciendo explotar la nave/el planeta?.
Jaquemet traslada este discurso a rigurosas imágenes, acertando en no usar animaciones CGI para los bloques que se desarrollan dentro de su experimento en IA, dándole esqueleto dramático a los postulados teóricos (y haciéndolo con extremo realismo) y unas excelentes interpretaciones de Elliott Crosset Hove y Rila Fukushima.
Recoge Electric Child, y esto es muy estimulante para los que descubrimos en nuestra juventud a William Gibson o Bruce Sterling, el legado del ciberpunk despojándolo de la estética ochentera y trasladándolo a un universo Black Mirror sin giros de guion que no apuntalen el subtexto.
No es Electric Child una película para todo el mundo pero sí una de las más intensas y apasionantes que el que esto escribe ha podido ver en Sitges 2024.
Si en Electric child el colapso informático es ATENCIÓN SPOILER provocado por el mismo protagonista, Asif Kapadia lo fecha en 2073 en su nuevo largometraje del mismo título y presentado en Sitges 2024.
Por primera vez, al autor de Ammy incorpora elementos de ficción dentro de un documental. Un futuro apocalíptico en el que las grandes corporaciones han destrozado el planeta hasta hacerlo inhabitable por cualquiera que no tenga sus recursos y que, aún así, siguen luchando porque nadie les arrebate el más mínimo privilegio.
Kapadia quiere abarcar más de la cuenta: crisis financieras, tecnológicas, cambio climático, IA… y eso hace que la fuerza de su discurso y denuncia se disperse y haga menos contundente de lo que él cree. Acierta, por otro lado, plenamente al incorporar en los fragmentos de ficción (donde aparecen y siempre es un plus, Samantha Morton) planos documentales de hechos que están ocurriendo hoy mismo.
Es 2073 un largometraje dirigido a los que siguen creyendo que el liberalismo radical es el camino a tomar. O, dicho a menor escala, que los empresarios no deben tener cortapisas legales y los gobiernos deben legislar según los intereses de estos porque así “se crean puestos de trabajo”.
Y para cerrar las proyecciones del festival (maratones dominicales aparte), se ha proyectado dentro de la Sesión Sorpresa el estupendo debut en la dirección de Fleur Fortune, The Assessment y coescrita por esta junto a Nell Garfath Cox y Dave Thomas.
Una muy estimulante película que dialoga perfectamente con las otras dos comentadas en este artículo ya que se desarrolla en un futuro donde los ricos han acotado un mundo perfecto y aséptico donde ni se envejece ni se pueden tener hijos de manera natural. Fuera de los muros que lo protegen hay (aunque no se llega a ver) una tierra que mucho se debe parecer a la que habita el personaje de Morton en 2073.
Y Fortune ubica en este universo un apasionante encuentro entre un matrimonio (Elizabeth Olsen y Himesh Patel) que tiene que pasar una evaluación para que les sea asignado un bebé por parte del estado y la mujer encargada de evaluarles que pasa con ellos siete días comportándose de manera imprevista como un bebé lo haría para así saber la capacidad de crianza de la pareja.
Hay también un subtexto relacionado con la inteligencia artificial que funciona a modo de subtrama y que de alguna manera Floeur aprovecha para cerrar el arco dramático del único personaje masculino relevante. Y es precisamente la clausura del relato el único punto en el que flaquea el guion y lo lleva a diversos territorios (algunos cercanos al «cliffhanger» de la última temporada estrenada de El cuento de la criada) que no están a la altura del relato precedente.
Porque Fleur y sus guionistas juegan (y dosifican) con maestría la ambigüedad de las intenciones y reacciones de todos los personajes, poniendo (casi) siempre en la cabeza del espectador la decisión de qué es lo que está pasando realmente.
También hemos visto It Doesn’t Get Any Better Than This de Rachel Kempf y Nick Toti. Decíamos en una crónica anterior que el “folk horror” es un subgénero bastante agotado y lo mismo le pasa al antaño dominante “Found footage”. Hubo ediciones de Sitges donde abundaban estas películas baratas y llenas de tiempos muertos que subrayaban los sustos incluidos.
It Doesn’t Get Any Better Than This se puede encajar dentro de esta corriente aunque dista de añadirle nada nuevo. Una pareja (los mismos directores y guionistas) compra una casa desvencijada en un pueblo perdido de EE.UU para rodar en ella películas de terror y comienzan a encontrar restos de rituales y pintadas satánicas a tiempo que los vecinos les rodean hieráticos para intimidarles.
Quieren también Kempf y Toti retratar la relación de la pareja protagonista con un tercer amigo gay pero se queda a mitad de camino de todo consiguiendo, eso sí, un par de buenos sustos y un plano final realmente aterrador.