Pulsiones y soledades SITGES 2022
Por NACHO CABANA
En algunas tribus, los cazadores de tigres se colocan una careta en la parte trasera de su cabeza para que los felinos que se les acercan por la espalda piensen que están siendo vigilados y se abstengan de atacar.
Carlos Vermut (sin duda el autor más interesante del cine español en lo que va de siglo) en su nueva y espléndida Mantícora lleva esta metáfora hasta sus últimas consecuencias, mostrando durante buena parte del metraje la careta que su personaje principal (espléndido Nacho Sánchez, el paciente del Doctor Portuondo de Carlo Padial) lleva puesta mientras se produce su cacería. O, más bien, su lucha contra la pulsión interna que le devora para intentar, al menos, controlarla o encauzarla de alguna manera, aunque sea virtual.
Un personaje principal tan complejo como atormentado, tan víctima de sí mismo como peligroso para los demás que encuentra una suerte de freno a su caída en un posible amor (gran descubrimiento el de Zoe Stein) que lo que busca, ante todo, saciar su adicción al cuidado de enfermos.
Es admirable cuándo y cómo Vermut le cuenta al espectador cuál es la ¿parafilia? de la mujer, cómo compone cada uno de los planos confiando determinados significados al paralelismo entre estos. Todo con una precisión absoluta, tanto en el guion como en la realización; asumiendo el director de Magical girl los costes de prolongar, en el primero, la relación amorosa para ser fiel al subtexto de la película.
Mantícora es, desde ya, una de las mejores películas españolas de un año donde el cine patrio está dando grandes obras y que debería obtener un amplio reconocimiento más allá del magnífico trabajo de dirección de actores que hace su autor.
Vayan a verla sabiendo lo menos posible de ella.
De los robots como acompañamiento.
De vez en cuando viene muy bien ver una comedia en Sitges, aún a riesgo de encontrarnos con una parodia facilona (ya sabemos que la risa es terreno abonado para la indulgencia imbécil).
No es el caso de Brian and Charles de Jim Archer, que adapta un corto anterior de igual título de su director con la participación, como en este, de David Earl y Chris Hayward en el guion y, el primero de los dos, en la interpretación.
Ocurre que la carrera de Earl está íntimamente ligada a las series de Ricky Gervais cuya sombra se alarga sobre Brian and Charles. Su director recurre para presentar a sus personajes a las miradas y comentarios a cámara del protagonista (incluso se escucha en un momento determinado al equipo corrigiendo su pronunciación de “I.A”), un recurso que el autor de The office popularizó desde sus inicios y que constituye lo mejor del título que nos ocupa (especialmente la descripción de sus absurdos inventos)
Es un placer para los que somos fans de Earl verle protagonizar un largometraje aunque a este le falte la mordacidad de series como After life o Derek y, sobre todo, la capacidad que tiene Gervais para pasar de la comedia más bestia a la lágrima más inconsolable en segundos. De hecho es Brian and Charles bastante deudora del episodio Ivor the dog de la segunda de las series citadas.
Un acierto el diseño del robot, inquietante parecido con Larry David incluido. Y, a pesar de que se note en exceso la plantilla utilizada en la escritura de su guion, el film de Archer es infinitamente mejor que la otra película vista hasta ahora con el tema de los robots de acompañamiento ocupando el cetro de la narración
Con la premisa de After Yang de Kogonada, Charlie Brooker habría montado un excelente capítulo de Black Mirror, pero nada más alejado de la capacidad e intenciones de su director. After Yang es un ejemplo de cómo una buena premisa fantástica puede derivar en inacabables conversaciones sobre tipo de té a base de pretenciosidad, languidez y trascendencia para densos en chándal.
Lo más parecido posible en película a una clase de Mind fullness.