SITGES 2022: Descerebrados y señales del espacio
Por NACHO CABANA
Colocar a un protagonista completamente descerebrado en medio de una situación que le supera, terrorífica a ser posible, es un recurso cómico que lleva funcionando desde los tiempo de Abbott y Costello.
Deadstream de Joseph Winter & Vanessa Winter es una divertidísima actualización del “found footage” que hace un par de décadas arrasaba en festivales como este Sitges 2022. En ella, un streamer en horas bajas quiere recuperar la popularidad perdida entrando en una casa encantada donde, por supuesto, hay numerosas criaturas dispuestas a acabar con él.
Es un acierto de sus autores el convertir a su estrella de internet en una suerte de Jackass sin presupuesto, utilizando el “hágaselo usted mismo” que permiten las nuevas tecnologías para justificar la presencia de cámaras en todas las habitaciones de la casa (elemento con el que luego jugarán directores y guionistas en los sucesivos clímax) y, de paso, que Deadstream llegue a una duración estándar sin que se tenga en ningún momento la sensación de alargarse. Hay, así mismo, muy buenos gags con los comentarios que los espectadores van enviándole al «influencer» y, sobre todo, con los videos que le mandan para ayudarle.
Shawn (así se llama el protagonista) está interpretado por el varón de los dos directores y hace gala de un amplio abanico de recursos cómicos sin caer nunca en la tentación de dejar de tomarse en serio todo lo que le pasa.
Deadstream es un más que probable premio del público en este Sitges 2022.
La paradoja de Antares.
La paradoja de Antares de Luis Tinoco asume un par de riesgos que, a priori, la hacen interesante y apta para Sitges 2022. Por un lado, se trata de una ficción científica ubicada en España y, por otro, está plantada a partir de un solo personaje en una situación única que se va complicando progresivamente, al modo de películas como Buried, de Rodrigo Cortés o Última llamada de Joel Schumacher, por poner solo dos (ilustres) ejemplos.
No sé si recordará el lector que, hace unos 20 años, se puso de moda un salvapantallas que, supuestamente, iba recibiendo paquetes de información captada por un proyecto SETI (Search for Extraterrestrial Inteligence) y que las computadoras domésticas de aquel tiempo se encargaban de analizar en busca de inteligencia extraterrestre cuando estaban en reposo.
La acción de La paradoja de Antares parte del supuesto de que la protagonista (Andrea Trepat), una noche de tormenta en que está sola en el centro español del SETI, recibe una señal electromagnética cuyo origen puede ser extraterrestre y tiene que luchar contra todo y todos para comprobarlo.
El problema está en que en ningún momento el espectador se cree ni que la protagonista sea realmente una experta en la materia, ni que ella misma sepa lo que está diciendo ni lo que le está pasando, ni que el decorado en el que se encuentra sea un centro científico real (¡ese diferencial que salta cuando hay sobrecarga en la red!) ni por supuesto (¡qué casualidad!) que el padre de la protagonista se este muriendo justo la misma noche en que por primera vez desde 1970 (cuando se puso en marcha el proyecto) se recibe la que podría ser la prueba definitiva que demuestre que no estamos solos en el espacio.
Queda, eso sí, un final que mezcla bien las dos tramas principales, una interesante defensa de asumir los costes de lanzarse a investigar los desconocido y la sensación de que, con otra actriz, más presupuesto, un uso más sutil de los recursos de guion y unos diálogos menos explicativos La paradoja de Antares hubiera podido ser la sorpresa que quería ser.
También hemos visto en Sitges 2022, Tropique de Edouard Salier, una película en la que sí que es creíble todo el centro de entrenamiento europeo para astronautas (e incluso Marta Nieto haciendo de cubana) pero en donde, si no fuera porque lo que deja fuera de circulación a uno de los dos gemelos protagonistas sería una feel good correctamente facturada.