Sitges 2022: De bestas y madres.
Por NACHO CABANA
Es muy curioso que el regreso a lo rural se esté convirtiendo en uno de los temas principales del cine español en lo que va de año. De la peripecia de los melocotoneros de Carla Simón al regreso a lo atávico de la pareja en crisis que protagoniza Suro, el debut en la dirección de Mikel Gurrea, pasando por esta As bestas presentada en la sección Órbita de Sitges 2022 que supone la nueva realización de Sorogoyen y que constituye, digámoslo ya, su mejor película.
Acierta el director de El Reino al situar su acción al principio de este siglo para que no tener que supeditar determinados giros del guion a la tecnología, haciendo que la pareja de franceses que se intentan asentar en una aldea gallega en busca de una vida más pegada a la tierra no sean dos jóvenes ecologistas y, sobre todo, acierta al no convertir las justificaciones de los antagonistas en un paliativo a su brutalidad.
Estamos, pues, en los territorios de Pascual Duarte, pero también en los de Perros de paja de Sam Peckinpah o en los del Jorge Grau de Coto de caza, argumentos estos últimos a los que Sorogoyen sustrae el detonante de la violación consiguiendo con ello alargar e incrementar la tensión al no concretarla en una acción determinada.
As bestas es, también y durante sus dos primeros tercios, una película tan masculina como lo era (a pesar de maquillarlo con una protagonista femenina) la serie Antidisturbios y que, como aquella, logra sus mejores momentos en las conversaciones entre hombres.
Son memorables los encuentros entre los personajes interpretados por Luis Zahera (no puede no ganar el Goya al mejor actor este año) y Denis Menochet, especialmente el mantenido en un largo plano (7 minutos) dentro de la taberna del pueblo donde el excelente trabajo de fotografía de Alejandro de Pablo no hace sino resaltar lo que hay dentro de las palabras de los dos rivales.
Más discutible, al menos para el que esto escribe, es la última parte del metraje, especialmente la discusión entre la protagonista y su hija donde se verbalizan cuestiones que ya estaban implícitas en el metraje anterior. Aún así, todas las secuencias de Marina Foïs sola en el bosque aterrizan y acaban concluyendo el film en un terreno distinto. pero no menos interesante, que aquel en el que arrancó.
Megalomaniac.
¿Cómo afrontar de una manera novedosa el tema de un asesino en serie cuando todas las cadenas y plataformas televisivas andan exprimiendo el tema al máximo tanto en formato documental como ficción?.
Megalomaniac de Karim Ouelhaj parte de un serial killer real que nunca fue atrapado en la Bélgica rural de los 90 para construir un relato en donde los hijos de este toman su relevo en la actualidad. El gran acierto de su director es usar su argumento para estructurar un discurso sobre las relaciones tóxicas dentro de una familia y en un contexto extremo.
Megalomaniac es el tipo de película que antes abundaba en Sitges y que la pandemia de la corrección política que nos domina parece haber eliminado. Es extrema, oscura, sangrienta, morbosa… y compacta.
Ha sido de las más solicitadas por el público, por algo será.
La Piedad
También aborda el tema de las relaciones tóxicas, en este caso materno filiales, el segundo largo de Eduardo Casanova tras la prometedora Pieles.
Apuesta Casanova por una suerte de revisión de la serie The Act (no se la pierdan, está en Lionsgate +) en clave hiperbólica en donde la crueldad se viste de rosa para albergar una provocación que atenta directamente contra el pensamiento dominante que provoca la peor de las censuras, la interior de los creadores, demostrando hasta dónde se puede llegar el cine español cuando se le da libertad a un director con algo que decir y talento para expresarlo.
Está a punto de írsele de las manos a Casanova la película cuando pasa a desarrollar la trama espejo de su trama principal, la que se desarrolla en Corea del Norte, básicamente porque la unidad estilística de ambas (por otro lado indispensable para que funcione la secuencia final) provoca que la segunda se vea poco diferenciada de la primera, como una variación prescindible.
Afortunadamente, pronto se revela como una parte integral del subtexto sobre la dependencia que Casanova quiere establecer comparando las sociedades que dependen en exceso de su líder de los hijos que dependen totalmente de sus madres.
Excelente la elección de Ángela Molina para el dificilísimo papel protagonista y de Manuel Llunell, para hacer de alter ego de su director. Y gloriosa la conversación sobre los lazos rosas contra el cáncer en el hospital.