Por NACHO CABANA
La agonía de los seres queridos y sus consecuencias físicas y mentales en las personas encargadas de proporcionarles cuidado se está revelando como tema clave en este inicio del Festival de cine de Sitges 2020. Una tarea la de cuidador tan impoderable como carente de refuerzo o resolución positiva que compense el desvelo, el asco, el miedo, la pena y la culpa que van asomando alternativamente en la persona encargada (por dinero o vínculo familiar) de acompañar al que, a una edad temprana o no, vive los últimos momentos de su existencia esperando un consuelo divino que no llega ni llegará jamás.
“Eres la mujer más sola que conozco” le dice Amanda (exbailarina moribunda antes de los cincuenta años) a Maud (su cuidadora veinteañera) en Saint Maud de Rose Glass, uno de los mejores títulos vistos hasta ahora en Sitges 2020. Y es esa (terrible, aparentemente irresoluble) soledad la que lleva (junto a la culpa) a abrazar a la protagonista tanto la fe como el camino de la santidad a través del sacrificio.
Es Maud una conversa a la fe católica porque esta supuestamente le proporciona la presencia constante de un ser invisible que ella quiere sentir llenando todos los rincones de su abandono. El conflicto surge cuando Maud se enfrenta a una mujer que tiene ante la muerte la actitud opuesta a la que el catolicismo presume e impone a los moribundos; alguien a quien el dolor y los dias que se van para siempre no sumergen en culpa o renacer sino en el hedonismo y la relatividad. Incapaz de soportar ese choque con alguien que podría ser en lo que se hubiera convertido ella misma de no haber tenido el trauma que la sacó de la vida mundana para arrastrarla a la religiosa, Maud profundiza cada vez más y más en ese dios cuya búsqueda y dedicación debería hacer que el mundo volviera a valorarla pero que en realidad solo consigue aislarla.
Un film excepcional este debut en el largo de Rose Glass que apuesta con seguridad por el exceso en momentos puntuales para luego volver a la austeridad. Y tremenda la protagonista Morfydd Flark, muy bien secundada por Jennifer Ehle en el papel de su contratadora.
También hay una madre anciana y enferma en Amulet de Romola Garai, una historia bien administrada en dos tiempos (con más presencia del presente) en la que el protagonista (en cierta forma como Maud) tiene la posiblidad de redimirse e integrarse mediante el cuidado a una anciana cuya hija lleva demasiado tiempo renunciado a su vida por la de ella.
Garai sitúa este conflicto en un terreno más decididamente terrorífico que Glass, con un planteamiento que recuerda aquella Pesadilla diabólica de Curtis Hanson en la que la moribunda ocupa una estancia cerrada, siendo por tanto invisible al principio y revelada según el film se va adentrando en lo decididamente fantástico.
Amulet es mucho más brusca que Saint Maud a la hora de recurrir a elementos extraordinarios que no son cuestión de desvelar aquí pero lo hace sin complejo alguno, retardando su introducción para que esta sea más potente al estar ya generada una atmósfera que no invita a la ruptura radical.
Aunque sobreexplicada (da la impresión de que a posteriori, tras un primera montaje más críptico), Amulet es, aunque no tanto como Sant Maud, un buen debut de su directora en el largometraje.
Finalmente, The dark and the wicked de Bryan Bertino (el director de Los extraños, 2008) parte de una situación que afortunadamente solo se da dos veces en la vida. El momento en que los hermanos (hombre y mujer que, en el caso de la película han tenido escaso y poco afectivo contacto en sus vidas adultas) se reencuentran con motivo de la agonía del padre en la casa donde crecieron.
Lo que detona la acción del film es una frase de la madre encargada de cuidar a su marido: “Idos de aquí”, lo que sitúa a los personajes y al espectador en un terriorio opuesto al habitual en circunstancias análogas. La soledad de la que tanto quería escapar Maud es, en The dark and the wicked, buscada por la esposa; algo que los hijos no están dispuestos a aceptar porque sienten que han de estar en la casa familiar más allá de los deseos de su madre.
Y en esa situación de tiempo detenido, del lento transcurrir de las horas junto a la cama de un agonizante, donde Bertino va introduciendo las apariciones terroríficas, relativamente acertadas en su mayor parte pero que finalmente se tornan repetitivas y acaban devaluando el planteamiento dramático original.