Por NACHO CABANA
A pesar de sus muchos detractores, el “elevated horror” está reorientando el género fantástico a territorios autorales que hasta ahora le eran ajenos a no ser que prescindiera de algunos de sus rasgos definitorios.
Es el caso de The Lodge de Veronica Franz y Severin Fiala (por ende, tía y sobrino), hasta ahora la mejor película que hemos visto en el Festival de Sitges 2019. Con ella, los autores de la muy aplaudida también aquí hace años,Goodnight mummy, han logrado que una multinacional estadounidense les produzca un film religioso y claustrofóbico (lleno de nieve y silencios) precisamente porque el film resultante puede alinearse comercialmente con Midsommer o Hereditary, ambas de Ari Aster.
Lo que proponen Franz y Fiala, empero, no es tanto contar una historia de género sin que lo parezca, sino articular un discurso acerca de la inexistencia de cielo, infierno y purgatorio. De cómo la religión puede ser devastadora en cualquiera de los dos polos opuestos que la articulan, llevándose por delante la mente y los valores que supuestamente dan sentido a la vida de los creyentes. No hay, parecen decir sus autores, mucha diferencia entre ser la única superviviente de un suicidio colectivo satánico que creerte la encargada de llevar al cielo a dos niños condenados al purgatorio.
Porque es imposible llegar a lo que no existe.
Excelente Riley Keough en el rol principal y gloriosa la recuperación de Alicia Silverstone en el provocador prólogo.
También parece haberse aprovechado de la moda “elevated horror” Bertrand Bonello en Zombi Child. En ella, el siempre tan moroso como interesante autor de Nocturama traza varias líneas conceptuales entre un hombre zombificado en Haití para ser usado como esclavo años atrás y las alumnas de un internado de élite en la Francia actual. Las ceremonias ancestrales que se siguen celebrando hoy en día en el país caribeño se proyectan en los expatriados actuales de aquel país, infiltrándose así la magia negra en una sociedad occidental y capitalista que niega lo sobrenatural. Bonello articula todo ello en un juego de planos temporales que generan una sugerente película que comienza siendo observacional y acaba convirtiéndose en un canto en voz baja a la libertad.
Mucho más fallida que las dos anteriores (aunque no del todo despreciable) es Demons de Daniel Hui producción de Singapur que parece en buena medida construida con secuencias improvisadas a partir de un detonante central más o menos inquietante y cuyo interés depende en exclusiva de cómo está planificada cada escena. Hay algunas de ellas logradas y otras que caen en la perfomance de centro cívico aunque el film se desmorona cuando cambia su focalización de la aspirante a actriz protagonista al lobo feroz que quiere aprovecharse de sus sueños.