Por Nacho Cabana
Aunque la ominpresencia de las redes sociales en anteriores ediciones de Sitges 2019 ha brillado este año por su ausencia; la soledad, el aislamiento y lo que estas provocan en los seres humanos están siendo una de las constantes temáticas de este festival.
El faro de Robert Egges es una película apabullante, un abordaje a los sentidos y sensibilidad del espectador que desciende a los abismos de la locura conjuntamente con los dos únicos personajes del filme al tiempo que asiste a una manera de filmar que avanza desbocada desde el cine mudo hasta 2019. Del expresionismo alemán al cine de Lynch pasando por el noir clásico, El faro cuenta con un descomunal tratamiento del sonido donde la banda sonora es solo un elemento más en elaboración de las sensaciones que transmite el film.
Una película, El faro, que se sustenta también en el duelo interpretativo de Willem Dafoe y Robert Patinson, el primero enlazando ataques de ira y discursos memorables recitados con el ruido y la furia del Orson Welles de Campanadas a medianoche y el segundo no solo manteniendo el tipo frente al monstruo sino también creando el que va emergiendo desde su interior. No en vano, es el personaje de Patinson el que más evolución tiene de los dos en un guion que quizás sea lo único que se queda algo escaso en un film llamado a estar entre los mejores del año.
Tremendo logro del director de La bruja, capaz de orquestar todos los elementos en un trabajo colectivo donde actores, músico, montador, director de fotografía y creadores de efectos digitales invisibles dan lo mejor de sí mismos.
También están completamente aislados y volviéndose progresivamente locos los protagonistas de Luz: la flor del mal del colombiano Juan Diego Escobar Alzate, que inscribe su primer trabajo dentro del “folk horror” que tan de moda está en estos tiempos. Acierta Escobar al mostrar la naturaleza que rodea al fallido predicador y sus hijas a la vez como algo bello y amenazante, consigue apuntar en el guion algunas situaciones inquietantes que luego no acaban de desarrollarse visualmente como debieran y su director de foto satura los colores en un tono que recuerda las postales de los años 70.
Peca, sin embargo, Luz de un exceso de voz en off verbalizando su subtexto y, sobre todo, deja de ser tan creíble como debería al elegir actores no indígenas para los papeles principales. Conrado Osorio está excelente en su excesivo rol de padre de familia pero choca que tanto él como sus hijas parezcan antes vecinos de un estrato alto de Bogotá que personas embrutecidas por la religión en un medio rural.
La dependencia de una comunidad respecto a su líder vista desde una perspectiva de género rigurosa (también en lo histórico) es lo que cuenta Charlie says de Mary Harron. En ella, la directora de la adaptación cinematográfica de American Psycho apuesta por contar la historia de Charles Manson y sus célebres asesinatos centrándose no tanto en este como en las mujeres que los ejecutaron. Y lo hace en dos tiempos, el de los hechos y cuando tres de ellas se encuentran ya cumpliendo condena.
Austera y sin concesiones al morbo, Harron está casi en todo momento muy segura de sí misma excepto cuando llega el momento de mostrar (o no) el asesinato de Sharon Tate donde opta por una solución que se queda a medias de todas las opciones posibles. Charlie says es mucho más modesta de producción que Once upon a time in Hollywood pero, no es tampoco muy difícil, mucho más interesante.
La uruguaya En el pozo de Bernardo & Rafael Antonaccio apuesta por la unidad de espacio y tiempo para dedicar buena parte de su metraje a tensar las relaciones de tres amigos y la chica que está liada con dos de ellos a la vez (por supuesto, sin que uno de ellos lo sepa) durante una supuestamente idílica jornada de verano. Un planteamiento teatral localizado al aire libre que evoluciona razonablemente bien hacia la explosión final de violencia y al que no le hubiera venido más apretar un poco más en la tensión sexual y la represión de la ira previas.
También tiene un planteamiento claramente teatral (a pesar de ubicarse en una cueva) Corporate animals de Patrick Brice. Se trata de una comedia sobre esos horrendos “team buildings” donde las empresas obligan a convertirse en adolescentes a sus empleados. Tiene algunas líneas de diálogo (“¿para qué sirve el feminismo si las mujeres no podemos ser tan hijas de puta como los hombres?”) y running gags (el aparato que hay que mover de arriba abajo con la mano para que dé luz) memorables y además sale Demi Moore, aunque el cartón piedra del decorado acaba por restar algunos puntos a su visionado. Una visión lúdica de las consecuencias del aislamiento.
El anteriormente mencionado “horror folk” nos ha traído a Sitges una curiosa muestra de cine filipino titulada Misterio de la noche de Adolfo Borinaga Alix Jr.. Anacrónicamente rodada con noche americana y unos efectos especiales que (con excepción del clímax) parecen de otra época, el film resulta simpático y, en su parte central, logra una interesante variación melodramática del mito del buen salvaje. No es una gran película, pero se deja ver.
Finalmente, Achoura de Talal Selhami es una más que estimable muestra de película de terror marroquí con un pie en el terror japonés de los años 2000 y otro en Stranger things. Partiendo del mencionado folk horror, Selhami se mueve con fluidez entre sus diferentes tiempos narrativos, sabe darle a cada personaje su misión dentro del relato y es ingeniosa en el diseño de la criatura. No se puede pedir más a una cinematografía sin tradición alguna en el género.