Por NACHO CABANA
Los bucles espacio temporales en un sentido más existencialista que lúdico (más próximos a aquella serie británica de los 70 llamada Children of stone que a los múltiples derivados cómicos de Atrapado en el tiempo, para entendernos) se están haciendo los dueños temáticos de este Sitges 2019.
Vivarium de Lorcan Finnegan es un demoledor alegato contra la vida en los suburbios. Una advertencia sobre la promesa de una felicidad empaquetada al vacío (como les ocurre a los cadáveres de esta película) por mercaderes inmobiliarios. Un futurible capitalista dilapidado y enterrado en hileras idénticas de chalets adosados que gobernarán los sentimientos y anhelos de sus compradores. No hay en este mundo feliz más destino posible, dice Finnegan, que la maternidad para la mujer y el trabajo monótono y repetitivo para los hombres. La primera deja de servir cuando el vástago ya es independiente; al segundo solo le queda ocupar la fosa que tan celosamente ha cavado día tras día en su jardín.
Finnegan condensa las múltiples frustraciones de las parejas que ven su amor acabarse tras cumplir con la exigencia social de ser padres en una serie de anécdotas concretas cuya repetición los conduce sin remedio a la decadencia. Como ese niño de unos 12 años que solo deja de gritar cuando le sirven los cereales o al sentarse frente a una televisión que emite unas imágenes que solo él parece entender, mezcla de códigos de barras con la caligrafía tailandesa.
Vivarium es visualmente impactante, tiene el tempo narrativo exacto y unas excelentes interpretaciones de Imogen Poots y Jesse Eisenberg, ese buen actor cuyo nombre es casi siempre garantía de películas interesantes. Un excepcional título (segundo tanto que se apunta la distribuidora A contracorriente en este Sitges 2019 tras Little Monsters) que, de estar hablada en griego, creeríamos firmada por Yorgos Lanthimos.
Precisamente de Lanthimos hemos visto en Sitges 2019 el corto Nimic, perturbadoramente rodado en el metro de Nueva York y en la Ciudad de México (como si el primero desembocara en la segunda) y que con el que el autor de La favorita parece querer recuperar cine que le lanzó a la fama. Trata Lanthimos de manera eficaz y concisa el tema del doble al que dota de una cierto matiz vampírico. Excelente Matt Dillon.
Room de Christian Volckman también habla de bucles espaciales, de tiempo comprimido y de los peligros de la maternidad aunque lo hace en un tono más cercano a un capítulo de The twilight zone que Vivarium. La película versa sobre una habitación que concede todos los deseos que dentro de ella se pidan. Por supuesto, como en toda buena pesadilla, estos no salen gratis como al principio parece. Volckman toca solo tangencialmente algunos temas muy interesantes como la pérdida de interés por los objetos materiales cuando se puede disponer de estos incontroladamente (algo que, en clave realista, ya estaba en aquella Nocturama de Bonello) o la necesidad de matar a la madre para poder ser libres.
Se lía un poco Room cuando la habitación del título se convierte en un espacio imaginario mucho más amplio, pero tiene suficientes giros (y alguna que otra trampa) de guion como para hacer de ella un excelente programa doble con el primero de los títulos comentados.
Finalmente, In the tall grass de Vincenzo Natali, el largometraje que (muy generosamente por parte de la organización) abrió Sitges 2019 es un cruce entre Los chicos del maíz y El resplandor en donde unos campos de hierba alta mueven a su antojo (como el hotel en la versión USA de la película de Kubrick) el espacio y el tiempo de los que en ellos se internan.
Se trata de una película muy difícil de rodar que Natali resuelve con eficacia y puntual brillantez en más de una ocasión y donde brilla especialmente la relevancia otorgada al sonido, con el Dolby Atmos creando espacios dramáticos más allá de la pantalla plana.
Lástima que haya demasiados elementos dramáticos sin desarrollar colocados para parecer que pasan muchas cosas pero carecen de peso en la narración.