México en crisis.
El cine griego reaccionó a la crisis económica que arrasaba su país recurriendo a una narrativa heredera del teatro del absurdo a la que incorporaba elementos crueles y metafóricos que remitían a lo que estaba sucediendo en la sociedad helena. La extrema violencia que sacude México desde 2006 está orillando al cine azteca a un cine tan claustrofóbico como metafórico dejando para las series de televisión la representación obvia de la violencia provocada por el narcotráfico.
Al menos es lo que parecen indicar buena parte de las películas mexicanas presentadas durante el Festival de Sitges de este año. Amat Escalante, en La región salvaje, propone un territorio de placer total al que escapar cuando las cosas se ponen complicadas en la vida de los protagonistas; un espacio cruel habitado por un monstruo que a veces te rechaza y hiere pero que también reconforta y ayuda a sobrellevar la cotidianeidad amenazada. Una metáfora quizás de ese “está más tranquilo” con que los mexicanos se niegan a ver la realidad que les rodea para poder seguir habitándola. O quizás el recurso de éstos al sexo, la religión o la comida para poder seguir con sus vidas. Interesantísima en todo caso la propuesta de Escalante a la que quizás solo se le podría achacar una cierta descompensación entre los dos planos de su narración: la metafórico-fantástica es tan potente que eclipsa a la peripecia sentimental y social aún ocupando la primera menos tiempo en pantalla que la segunda.
Las tinieblas de Daniel Castro Zimbrón también opta por ubicar su metáfora en una cabaña perdida en el bosque, con la diferencia de que en esta ópera prima no hay un relato paralelo en un entorno real. En esta ocasión, el director utiliza lo fantástico para hablar de cómo los miedos inducidos por los progenitores a sus hijos durante la infancia les perseguirán a éstos aún después de que los temores se revelen falsos y los padres hayan desaparecido. Con un guión bastante minimalista, Castro –con la inestimable ayuda de su director de fotografía Diego García (el fotógrafo de Cementery of splendour -2015-de Apichatpong Weerasethakul)- construyen una película que va más allá de su escueto guión y que entiende en clave de género el miedo con el que permanentemente se vive en los territorios acechados por una violencia que no se ve siempre pero puede llegar en cualquier momento.
De muy parecidas intenciones pero en el extremo opuesto en cuanto a creatividad y talento se ubica Tenemos la carne de Emiliano Rocha Minter que debuta en el largometraje con solo 26 años y apadrinado por Carlos Reygadas y Sebastián Hoffman. Rocha plantea también la creación de un espacio-refugio de la realidad amenazante para rellenarlo de sexo, violencia y provocación. El problema es que Rocha no controla en ningún momento los materiales con los que elige trabajar ni temática ni estilísticamente. De su película lo que más irrita no es la burda imitación que practica de lo peor del cine de Gaspar Noé (ignorando lo coherente que resultan en el cineasta argentino sus secuencias provocativas con el discurso global del texto); ni lo torpe de su puesta en escena; ni los actores perdidos en una ridícula sobreactuación gratuitamente inducida; ni los decorados de cartón piedra que recuerdan poderosamente al infierno imaginado por José Mojica Marins en A mea noite levarei sua alma (1964) sino los momentos cercanos al peor videoarte y la danza contemporánea más amateur. El exceso y la provocación hay que manejarlos con tanto criterio y dosificación como la austeridad y la complacencia porque sino el naufragio es total (incluso la sorpresa final de Tenemos la carne se adivina desde el principio).
Muy diferente tanto en estilo como en intenciones de los tres títulos comentados se sitúa Desierto de Jonás Cuarón que conformaría un estupendo programa doble con 600 millas (2015) de Gabriel Ripstein. Para su debut en la dirección, el hijo de Alfonso Cuarón, elige uno de esos argumentos que (como el tráfico de órganos) obligan a priori al espectador a conceder al relato un plus de credibilidad: la caza humana. El (enorme, descomunal) acierto del director y guionista (junto a Mateo García) radica en haber encontrado un contexto histórico donde el malvado Zardoff se convierte en un peligro real, cotidiano y tangible: la frontera entre EE.UU y México. Tal y como se veía en el magnífico documental The other side de Roberto Minervini existen en ese enorme territorio seres que se dedican a salir a matar a los desfavorecidos que pasan ilegalmente la frontera. Y a partir de ello construye Cuarón una implacable e impecable cinta de acción donde la indignación social y humana ante lo que está pasando late debajo de cada tiro, de la composición de cada plano, de carta corte realizado. Hay mucho suspense y mucha angustia en este relato de espacios abiertos así como mucha pericia a la hora de organizar los espacios abiertos fragmentándolos como si en un laberinto a pleno sol se tratase. Solo cabe achacarle a sus autores lo inmaculado que resulta casi siempre el personaje de Gael García Bernal y lo aislado que queda el intento de “comprender” aunque solo sea mínimamente al personaje magníficamente intrepretado por Jeffrey Dean Morgan.
Por NACHO CABANA