Las dos primeras películas que he visto en el Festival de Sitges de este año tienen algo que ver con Gravity (2013) de Alfonso Cuarón sin que argumentalmente exista ninguna coincidencia. Me explico, tanto Grand Piano (2013) de Eugenio Mira como The Call (2013) de Brad Anderson parten, como ocurría en el éxito espacial en 3D, de una situación única a la que guionistas y directores intentan sacar el máximo partido posible usando los mínimo elementos narrativos. Un acierto ya que, como cualquier buen guionista sabe, en el oficio de la escritura cinematográfica “menos es más”.
Eugenio Mira y los productores Adrián Guerra y Rodrigo Cortés ponen en escena un guión de Damien Chazelle que no sólo prescinde de casi todos los elementos ajenos a la premisa principal (“Si fallas una sola nota, mueres) sino que además priva al protagonista casi por completo de movilidad espacial (está dando un concierto de piano frente a un amplio auditorio) y prescinde de lo que pueda ocurrir fuera del escenario central. Es decir, un cruce Buried (2010) de Rodrigo Cortés con El hombre que sabía demasiado (1956) de Alfred Hitchcock. El resultado es una buena película de suspense capaz de tener a su protagonista sentado frente a su instrumento casi todo el metraje y que aún así sea un héroe activo en el desarrollo del conflicto. El problema viene cuando la película encara su tercer acto y no hay una resolución ni un giro final a la altura de su original planteamiento. Lo que hace Elijah Wood para resolver el peligro que le acecha no tiene ni lógica ni originalidad ni fuerza dramática. Una resolución muy por debajo de todo el metraje precedente que sólo sirve para acabar el relato con una pelea cuya escasa originalidad no redime la presencia de John Cusack.
Mira saca todo el partido que puede, y es mucho, a la localización elegida. Mueve la cámara con brío para darle ritmo de película de acción a lo que no es más, en el fondo, que un concierto de música clásica. Está muy bien Elijah Wood (si es realmente él quien toca el piano en la mayoría de las tomas, es un músico virtuoso; si se trata de un truco digital, el Goya para Javier Jal y su equipo por los mejores efectos especiales ya) y correcto el resto del reparto con excepción de Allen Leech y Tamsin Egerton a los que les han sido asignados unos personajes nacidos para morir. Un ejemplo, en definitiva, de cine español que parece hecho fuera y ese es su mayor mérito comercial y artístico.
De otra premisa “minimal” parte The call de Brad Anderson. En ella, Halle Berry interpreta a una policía encargada de atender (y calmar y aconsejar y salvar) a los ciudadanos que llaman al servicio de urgencias de la policía de Chicago. Cardiaca desde el primer momento, alcanza sus mejores momentos en las secuencias desarrolladas en la autopista para luego derivar el suspense en terror y convertirse en una muy buena película de psicópata. Es un guión de Richard D’Ovidio en el que todo está perfectamente medido y que Anderson pone en escena con su habitual virtuosismo visual (excelente la idea de congelar un plano durante varios segundos justo antes de un acto violento). The Call No es nada nuevo, pero es de lo mejor que hemos visto hasta ahora.
Porque lo peor, sin duda, es el remake de Patrick de Mark Hartley (le tengo tomando café en la mesa de al lado mientras escribo esto, así que espero no verle asomarse por encima de mi hombro a leer lo que estoy escribiendo), una película australiana de culto en los 70 (recuerdo que siempre estaba entre los títulos disponibles en Super 8 para alquilar) que el director vuelve a filmar sin demasiadas pretensiones de actualización pero intentando crear un ambiente similar al del manicomio de la segunda temporada de American Horror Story (2011) de Ryan Murphy y Brad Falchuk. El intento se hunde progresivamente en el desastre a medida que el Patrick del título (en coma irreversible) comienza a tomar las riendas de las situaciones de peligro que afectan a los protagonistas. Aunque Sharni Vinson hace un buen trabajo, la dirección de actores de sus compañeros Raquel Griffiths (la Brenda de Six feet under -2001/2005 de Alan Ball) y Charles Dance (que recibió antes del pase de la película en el Auditori el premio Máquina del Tiempo a toda su carrera) es tan errónea (sobre todo en el caso de la primera) que el conjunto deviene en una fotocopia sin gracia de película con científico loco y enfermera imitadora del ama de llaves de Rebeca (1940 de Alfred Hitchcock) Y, aunque el decorado del hospital está conseguido, en cuanto los personajes cruzan su umbral parecen entrar en un videojuego para el Spectrum, tal es la cutrez de los exteriores digitales.
Y vayan vaciando su estómago para mi siguiente crónica.