Por NACHO CABANA
Cantaba Sting hace años: “Believe me when I say to you / I hope the Russians love their children too”. La canción es de 1985 y se refiere a la época de la guerra fría. La película que ahora nos ocupa, así como la reciente Demasiado cerca (2017) de Kantemir Balagov, nos hacen pensar que mucho han cambiado las cosas desde entonces en la antigua Unión Soviética. Al igual que en la segunda de las citadas, el argumento gira en torno al desapego con que una familia vive la desaparición de uno de sus hijos si bien en Sin amor no se trata de un secuestro sino de una fuga ocasionada por la inminente separación de sus padres.
Algo así como si en Nader y Simin, una separación (2011) de Asghar Farhadi sustituyéramos la caída de la embarazada cuidadora del padre por la desaparición del único vástago de la familia, de doce años de edad como detonante del conflicto. El problema de Sin amor no es tanto (como se dijo hasta la saciedad en el último Cannes donde recibió el Premio del Jurado) lo profundamente antipáticos que resultan padre y madre sino que no hay evolución en ellos ni en su relación apenas su distanciamiento inicial se convierte en odio profundo y reproche porque, en realidad, ninguno de los dos quiere hacerse cargo del chaval tras el divorcio.
La primera mitad del filme se centra en las egocéntricas reacciones de los padres mientras que la segunda lo hace en el operativo de búsqueda que pone en marcha no ya la policía (que pasa olímpicamente del tema) sino un equipo de voluntarios expertos en desapariciones y a cuya mayor gloria parece estar dedicado el film.
Aunque quizás todas las consideraciones previas lo eran para Zvyagintsev de manera secundaria y lo que realmente le interesaba al director de Leviathan (2014) era ilustrar como se apodera de la vida diaria de los personajes (todos de clase media alta) la frialdad mostrada en los primeros planos de paisajes y previos al de la puerta del colegio. Si así es, pleno acierto al incorporar en la casi totalidad de conversaciones / discusiones del matrimonio que se disuelve (y buena parte de las secuencias de estos con sus nuevas parejas) la omnipresencia del teléfono móvil que resta atención a quien tienes delante para dársela a un tercero (desconocido o no) que también sería ignorado de estar presente en la realidad.
Tampoco la búsqueda del niño lleva a ningún lado ni hay concatenación de pistas aunque resulta curioso cómo el cartel de la película condiciona (sin ser un spoiler) el visionado del filme. Algo parecido ocurría (aunque con el título) en la muy a descubrir Simon Killer (2012) de Antonio Campos donde la recepción del discurso fílmico por parte del espectador era brutalmente modificada por el título.
Sin amor es, como Demasiado cerca, una película extraña; bien fotografiada, planificada (excelente el momento del niño llorando detrás de la puerta del baño) e interpretada donde hay pocos elementos narrativos a los que agarrarse pero que tampoco puede considerarse en absoluto experimental ni vanguardista.
¿Cuál era entonces la intención de Andrey Zvyagintsev, al filmar Sin amor?