Por NACHO CABANA
Noreen Kershaw, Pauline Collins, Ellen Burstyn, Loretta Swit, Meera Syal, Jodie Prenger, Esperanza Roy, Amparo Moreno, Verónica Forqué y ahora Mercè Aránega. Todas estas actrices tienen en común haber interpretado alguna vez el monólogo escrito por Willy Russell en 1986 y que ahora llega a Barcelona.
En la versión cinematográfica de 1989 dirigida por Lewis Gilbert, la única voz del texto se transformaba en un reparto coral donde veíamos cómo pasaban en presente las vicisitudes que en teatro se limitan a ser enunciadas. Hubiera sido una apuesta interesante montar así la obra en 2018 pero Miquel Gorriz ha preferido ser fiel al texto original y darle a la estupenda Mercè Aránega idénticas posibilidades de lucimiento de que han disfrutado sus predecesoras en el rol.
Y la verdad es que la Aránega borda el personaje desde lo más básico (hacerse creíble como una mujer inglesa de clase media baja) hasta lo más importante (transmitir su frustración y sus deseos de emancipación ) sin caer en el ternurismo fácil ni en la comicidad exagerada; modulando siempre dentro de lo reconocible cada una de las anécdotas que cuenta y las decisiones que toma. Tomándose su texto en serio, que es la única manera de hacerlo divertido y dramático a la vez.
El problema con este tipo de textos (como ocurre con Defendiendo al cavernícola de Rob Becker o Los monólogos de la vagina de Eve Ensler por poner solo dos ejemplos) es que han generado tal cantidad de monólogos y obras basadas exactamente en lo mismo que hoy en día, a la inevitable erosión producida por el paso del tiempo desde su estreno, hay que sumarle que muchos de sus hallazgos originales se han convertido ya en tópicos. Dicho de otra manera. Tanto Shirley Valentine como las otras obras citadas fueron pioneras en un tipo de teatro popular basado en la guerra del sexos y están escritas con ingenio, habilidad y talento pero han sido imitadas tantas veces (de manera lamentable frecuentemente) que han perdido parte de su eficacia y originalidad.
En todo caso, la puesta en escena de Gorriz es dinámica sin dejar de ser natural; no dando a Aránega movimientos injustificados en escena. La escenografía de Jon Berrondo marca con sencillez las dos partes y localizaciones en que se divide la aventura de la protagonista y la transición de una a otra es tan vistosa como eficaz. La música del mismo director está bien introducida y la iluminación de Jaume Ventura puntúa los estados de ánimo sin hacerse notar.
En 2018 la sociedad ha cambiado y ahora la lucha femenina se legitima en frentes más complejos y públicos que en 1986. Solo a un tipo determinado de público le puede seguir pareciendo que irse a las islas griegas de vacaciones con una amiga sea una meta de emancipación. O que escuchar a una mujer madura hablar del clítoris es tan divertido como escandaloso. La manera en que Willy Russell plantea estos temas en Shirley Valentine ha sido tantas veces copiada, ha generado tantos argumentos y chistes en todos los medios narrativos posibles en los últimos 32 años que sus méritos originales andan ya mermados por muy profesional y bien ejecutado que esté el espectáculo que se puede ver en el Teatre Goya barcelonés hasta noviembre.