Sesenta y cinco momentos en la vida de un escritor de posdatas

Sesenta y cinco momentos en la vida de un escritor de posdatas

Por Rubén Romero Sánchez

 

Sesenta y cinco momentos en la vida de un escritor de posdatas, de Álex Chico

La Isla de Siltolá, 2016, 85 páginas.

 

«Lo que debemos exigirle a un libro es que nos cambie de tal forma que al concluirlo ya no seamos la misma persona que antes de leerlo», escribe E.P. en una posdata. Este libro, se lo aseguro, cumple con creces.

Álex Chico, poeta y miembro del consejo redactor de la revista Quimera, elabora un inmenso libro que mezcla el pensamiento y la poesía y donde reflexiona, a partir de la teoría (solapada) y la crítica literaria, sobre temas como la memoria, lo perdurable, lo que no se recupera o la pasión y su ausencia («la literatura es un diálogo con lo que ya no somos, con lo que fuimos»); pero también establece un tratado de la identidad, del poeta como fingidor, que diría Pessoa, de la razón de ser y el motivo de la escritura («pequeño ejercicio de resistencia»). A través de la antología de algunas de las mejores posdatas recopiladas en la correspondencia del misterioso y maravilloso autor E.P., Chico crea un viaje al fondo de la Belleza y la Poesía en una incesante y humildísima búsqueda de la inmortalidad: «Quizás sólo sigamos escribiendo libros por este motivo: para encontrar un verso o una línea a la que parecíamos destinados desde el comienzo. Lo único por lo que verdaderamente mereceríamos ser recordados».

La literatura, de cuya mano virgiliana caminamos al encuentro no de la verdad sino de las preguntas precisas, actúa como remedio sanador: «Para eso sirve (…): para recomponer o para dar sentido a las piezas que previamente hemos roto»; la literatura como forma de estar en el mundo, en el ordenado y en el caótico; en el que, exteriormente, se concretiza en ciudades que habitamos igual que páginas de libros, cronotropos que nos configuran como creadores y personajes simultáneos de la misma historia, «un lugar cuya motivación principal es conectarse con otras geografías, leídas o escritas», espacios que hemos de ocupar, en los que confluimos con el otro, el real y el ficticio, ese al que «al dejarlo caminar por su cuenta, nos perdona».

Primer enorme acerto del libro, lo que Philip Roth denomina en Operación Shylock,  con su guasa característica, «complejidad irónica»: E.P. es un autor con una obra cuya clave para su total comprensión se halla en unas posdatas, que por sí mismas explican y hacen innecesaria su obra literaria, y en muchas de ellas, irónicamente, reflexiona sobre la utilidad de la escritura y la perdurabilidad de lo escrito: «hay cosas que nunca podrán ser pronunciadas», afirma E.P., en presumible diálogo con Wittgenstein. Al  no poder efectuarse, el acto de la escritura queda anulado, carente de sentido, a la manera de los héroes bartlebyanos tan caros a Vila-Matas en su opción radical: «Quizás sea ahí, en esa decisión a veces tan vaga, donde se encuentre el verdadero alcance de un escritor», escribe en una posdata de 1987 para continuar en otra de 1992: «No sé, entonces, qué razón hay para seguir publicando». Seis años después, el silencio.

Portada del libro

Portada del libro

El aforismo, estructura clave en la obra, le sirve a E.P., como no podía ser de otra forma, para destruir, también, las etiquetas genéricas. ¿Qué estudiante de teoría literaria no ha tenido que embarullarse en el desasosegante laberinto de las taxonomías genéricas? Incólume o perdido para siempre, finalmente se sobrevive. E.P., en la definición más poéticamente inteligente que servidor ha leído sobre el tema, afirma que un escritor no debe aspirar a llenar los estantes de las  librerías con sus libros, sino «a que sus libros sean capaces de saltar de balda en balda», como este, precisamente. Segundo enorme acierto: demostración de por qué no hay que ser obtuso.

Pura poesía cargada de filosofía con estructura narrativa, primo hermano de Jabés en su riqueza formal y significativa, nos hallamos ante un libro, a la manera del manuscrito encontrado, donde se habla del propio libro que se está escribiendo como parte del mundo ficticio que engloba (¿recuerdan a Alonso Quijano corrigiendo a Cervantes?), pero lo hace empleando la ironía y la poeticidad de un modo absolutamente conmovedor a la vez que intelectual en su diálogo con otros creadores y teóricos. Tercer enorme acierto: la metaliteratura puede ser profunda y divertida sin imitar a los iustrados ni caer en banalidades posmodernas.

La comparación del escritor y el lector con el Minotauro, no con Teseo, y el hilo de Ariadna como único vínculo con la realidad, es tan hermosa que molesta que no se le haya ocurrido antes a uno. Cuarto enorme acierto: el lector debe sentir envidia ante el arte del  autor (sana o insana, dependiendo de los humores corporales de cada uno).

E.P. es primo hermano de Borges en su querencia por el laberinto como estructura a partir de la cual dar sentido a lo que nos encierra. Pero también del Flaubert que se pasaba el día escribiendo cartas en las que reflexionaba sobre el arte de escribir como medio imposible de entenderse a sí mismo. Puro juego, baile de máscaras. Pero, qué quieren que les diga: octubre de 2016, servidor afirma que este libro es un clásico desde ya, referencia ineludible a partir de hoy, y que afortunados somos de que su autor solo tenga treinta y seis años: se me desata la imaginación de pensar en sus futuras obras. Un libro tremendo lleno de poesía, pero también un libro de reflexión filosófica sobre los temas universales del ser humano, una radiografía de la pérdida, la búsqueda y el anhelo de perdurar que nos conforma como seres humanos.

«La escritura sólo consiste en esto: tener algo que decir y encontrar la mejor manera de hacerlo». ¿A que parece sencillo? Pues no es así, queridos, a pesar de que libros como este, asombrosamente bellos e inabarcablemente profundos, parezcan hacer creer lo contrario.

(Foto de portada de Pedro Gato)

Autor

Rubén Romero Sánchez (Madrid, 1978) es licenciado en Humanidades (2000) y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada (2002), y ha realizado cursos de Doctorado en Literatura Española. Ha publicado los poemarios La Luna lleva tu nombre tatuado (2001), Lo que importa (plaquette, 2002), El mal hombre (2012), Cuando los dioses no existían (plaquette, 2013) e Historia de la locura (2017), además de las novelas La tristeza (2014) y Ayer no fue la vida (2018), y ha sido recogido en diversas antologías de poesía y narrativa, como Vigilia Poética, del Centro de Poesía José Hierro (2003), Breviario de Relatos (2006), Antología del beso (2009), Ida y vuelta (2011) Voces del Extremo (2013) o Antología de poesía Netwriters (2014). Ha participado asimismo en el libro colectivo Vivir el cine: 120 películas que no podrás olvidar (2013), ha dirigido la sección de cine de la web cultural Culturamas, y ha sido presentador de las tertulias de cine de Periodista Digital TV. Escribe, además, en diversos periódicos y revistas sobre literatura, cine y ópera. Ha presentado numerosos actos culturales e impartido conferencias en la Academia de Cine, el Ateneo de Madrid, la Asociación de Escritores Españoles y diversas universidades. Ha sido editor en Ártese quien pueda Ediciones. Su obra ha sido traducida al árabe, ruso y portugués.

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