El Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF 2015) miró en su cuarta jornada al pasado, un tiempo pretérito que se resiste a abandonar nuestra mochila vital por mucho que queramos. Eso le ocurre a la protagonista de Suite Armoricaine, una profesora de Arte en la cincuentena que vuelve a su Bretaña natal para dar clase en una Universidad. Allí se encontrará tanto con sus viejos amigos de juventud, ahora ya maduros, como con un idioma y unas tradiciones ancestrales que parecía haber olvidado. La directora Pascale Breton demuestra sensibilidad a la hora de enseñarnos este proceso de aceptación de los orígenes y logra una estupenda interpretación de Valérie Dréville, que encarna sin excesos a esa mujer que logra encauzar su crisis existencial reconciliándose con la vida que dejó atrás. No obstante, la película se resiente de una duración excesiva y de la inclusión de una segunda trama, centrada en la vida de un joven trastornado que estudia en la misma universidad donde imparte clases la protagonista, que se integra de una manera un tanto forzada en el largometraje. No se entiende demasiado qué ha visto la prensa especializada del Festival de Locarno para concederle el premio FIPRESCI.
Otra de las cintas presentadas en el certamen suizo fue también una de las protagonistas de la jornada en el certamen andaluz. Hablamos de O futebol, el largometraje del director brasileño afincado en España Sergio Oskman. Especialista en moverse en los límites entre la realidad y la ficción, la cinta nos cuenta el Mundial de Fútbol de Brasil desde la perspectiva de la relación entre un padre y un hijo -el propio Oksman- que pretenden reanudar su relación interrumpida hace dos décadas disfrutando juntos de los partidos. Sin embargo, este acercamiento no se produce con la intensidad que quería el vástago debido fundamentalmente al progenitor, que inventa cualquier excusa para escabullirse. En definitiva, nos encontramos ante un vínculo roto que una de las partes no parece demasiado interesada en recomponer, quizá por un cierto hastío vital que le ha llevado incluso a desinteresarse por una de sus pasiones: el propio fútbol. Lástima que el realizador no se preocupe en exceso de dotar algo más de fluidez a una historia que pide algo más cercanía y menos impostura.
El pasado también estuvo presente en una distopía futurista como Under Electric Clouds. El responsable de Crush y Soldado de papel, nos traslada al 2017, cuando el mundo se encuentra al borde de la guerra. El realizador se centra en unos personajes que rondan un edificio que no se ha acabado de construír. A través de diversas historias, el largometraje se muestra sumamente crítico con la Rusia del último siglo y dibuja una imagen pesimista del país que algunos han comparado con la más lograda Leviatán. Sin embargo, a pesar de crear una fría e inquietante atmósfera, el filme no alza demasiado el vuelo por culpa de unos diálogos altisonantes y pretenciosos, y la escasa fuerza que imprime el director a todo aquello que cuenta. En definitiva, nos encontramos ante una cinta que pretende mucho y consigue bastante poco.