Edhasa acaba de relanzar un texto de candente actualidad, en el que un aún joven Hermann Hesse traza una dulce y cercana semblanza de San Francisco de Asís (144 pp., 11,50 euros).
Aunque Hesse es conocido por el gran público gracias a novelas como El lobo estepario, Demian, El juego de los abalorios o Siddharta, lo cierto es que la vasta obra del alemán recoge un número nada despreciable de joyas literarias que, por unas u otras razones, han sido silenciadas -o, al menos, situadas a la sombra de aquellas primeras-. Es el caso de su Peter Camenzind, la monumental novela Narciso y Golmundo (a mi juicio, lo mejor de la narrativa de Hesse, así como el lugar donde se compendia el núcleo de su pensamiento), también publicada en excelente edición por Edhasa, o, por último, el texto -breve pero de una intensidad mayúscula- cuya lectura en esta ocasión os recomiendo.
En este escrito sobre el santo de Asís, redactado en 1904 (Hesse cuenta por entonces apenas veintiocho años), el autor menciona y desarrolla una de las mayores preocupaciones que inundarán toda su obra: la vocación, el destino personal y la búsqueda -a veces desesperada- del sí mismo. Y es que, como ya escribiera Hesse en otro lugar, «Heroico sólo puede ser el individuo que ha erigido su propio sentido, su noble y natural obstinación, en su destino».
Ya al comienzo del pequeño volumen glosa Hesse las razones por las que le interesa escribir sobre Francisco, al explicar que, si echamos un vistazo a la pluriforme y desigual historia de los seres humanos, damos con algunos individuos cuyas almas
fogosas y potentes fueron consumidas por una fuerte sed de infinito y eternidad que no les concedía descanso ni bienestar hasta que no reconocieron, más allá de las costumbres y los modos de sus días y de sus contemporáneos, una ley eterna según la cual regir sus acciones y esperanzas.
Lo más interesante del planteamiento de Hesse es que tales seres no responden a vanos «caprichos» o a «vacilantes humores», sino que de alguna manera dan con la vía de lo eterno en el mundo y actúan «siguiendo un pensamiento claro y un vívido plan». Asistimos así a la explicación hessiana, presente en muchas de sus obras, de cómo topamos con el sentido de nuestra existencia individual por una suerte de estado de gracia. Aunque, como contrapartida, la luminosidad que puede encerrar la elucidación de nuestro sino, esconde a su vez una oscuridad bien palpable. Claroscuros que se traducen en el imperativo de hacer cuanto debemos para ser plenamente quienes realmente somos.
Y así le ocurrió, como relata Hesse en esta biografía novelada, al propio Francisco en uno de sus viajes. Su conversión (no a la religión, hay que notar, sino a la espiritualidad) tiene lugar en movimiento, un dato que alberga gran importancia para el autor alemán: es imposible dar con el sí mismo, aunque en última instancia lo seamos nosotros mismos, si uno no está de alguna forma «en camino». El espíritu, al igual que el cuerpo, precisa de la agitación continua para conservar su salud y para, llegado el caso, reencontrarse con su auténtico ser. De esta manera tan brillante nos cuenta Hesse cómo tuvo lugar el vuelco en la vida de Francisco de Asís:
Ocurrió entonces que en el primer día de viaje el joven oyó la voz de Dios, de tal modo que su corazón tembló y en su interior se desvanecieron las deliciosas imágenes del placer y la vanidad. Nadie sabe lo que se le comunicó en esta hora, ni qué tipo de voces desgarraron y doblegaron su alma. Sobre el instante en que se decide el destino interior de un hombre siempre se expande una oscuridad, como sobre un misterio sagrado.
De esta manera, apunta Hesse, debieron quedar claros para Francisco «los enigmas de la vida y de la muerte», una visión que empujó al santo a «hacer una elección y buscar una meta a su camino», que, como sabemos, realizará a través de la pobreza. Un voto, este de pobreza, elegido plenamente y por el que Francisco tuvo que enfrentarse a los poderes fácticos de la Iglesia romana, a esa malhadada «pompa de la curia papal» que menciona Hesse.
La decisión y determinación del de Asís, una vez lanzado al abismo de su propio destino (que le deparará no pocas tribulaciones y angustias), es recompensada finalmente con una «alegre serenidad» que le permite comenzar una nueva vida – alejada de los placeres y las facilidades de su más temprana juventud-. Un camino vital (como observamos, similar al de San Agustín) que el padre de Francisco (el señor Bernardone) no acogerá de buen grado, expulsando de su hogar y desheredando al hijo. Pero, como escribe Hesse, Francisco ya
había encontrado el tesoro que persiguiera durante algunos años: la armonía de su ánimo con Dios y con el mundo. De allí en adelante no volvió a intranquilizarlo ningún tipo de preocupación exterior.
Esta edición de Edhasa, además, contiene numerosas ilustraciones de la peripecia vital de Francisco (del maestro Giotto), y no sólo encontramos en ella el escrito que Hesse publica en 1905 sobre el santo de Asís, sino también un breve -se pude decir- divertimento (El juego de las flores: de la infancia de San Francisco de Asís), que redacta en 1919, y en el que el alemán relata varias escenas de los primeros años de Francisco. El volumen se completa, si esto ya no fuera suficiente, con un compendioso y útil estudio de Fritz Wagner sobre la relación entre el santo y el escritor, que, como hemos dejado dicho, traspasa las fronteras literarias.
Por su sensibilidad y delicadeza, y por cuanto supone una exégesis de muchos de los puntos más importantes del pensamiento de Hermann Hesse, este San Francisco de Asís, librito de apenas 140 páginas, merece ser leído como un auténtico tesoro bibliográfico. En él daremos con un joven Hesse (el texto fue escrito en mayo de 1904) que, aunque ya ha descubierto su vocación literaria, no deja de dar vueltas a diversos asuntos de tan urgente necesidad antropológica como el destino, el azar, la vocación, nuestra relación con la naturaleza, el sentido de la vida o la predestinación, temas que tratará por extenso en numerosas obras posteriores pero que pueden ser rastreados en germen en su San Francisco de Asís.