Texto y fotos: NACHO CABANA
Salimos de la recién estrenada (y profunda como minas de Mordor) estación de metro de Vall d´Hebrón. Una muchacha con aspecto de acabar de cumplir los dieciocho años parada en la acera, absorbida por su móvil. Le preguntamos disimuladamente por el Pabellón Olímpico. Nos mira y responde sonriente: “¡Ah! ¿Vais al Salón Erótico? Es un poco más abajo, en la acera de enfrente. Yo también voy. Estoy esperando a mis amigos, que están meando”.
Pillada.
Seguimos las instrucciones de la espontánea postadolescente y llegamos al recinto. Hay bastante cola y la mayoría de los visitantes son parejas lo que nos llena de esperanza en el futuro de este país. Entramos rápidamente. No son los polideportivos lugares demasiado glamourosos por lo que los responsables del Salón Erótico aciertan al iluminar la bóveda que lo cubre con lucecitas de colores pastel que nos hacen olvidar que allí a diario los ciudadanos van, principalmente, a ejercer la actividad que más interesa hoy en día a los españoles, esto es, sudar la camiseta.
Bajamos las empinadas escaleras. Peligro de caída al capturar nuestra atención el primer ejemplo de que allí dentro imperan otras reglas. A nuestra izquierda, en un stand que bien podría albergar una muestra de la última tecnología en carretes para pescar, una rubia le practica sexo oral a un tipo con pinta de matón de discoteca de Mataró mientras el público lo graba todo con sus dispositivos móviles.
Nos adentramos en el centro de la acción y, sin saber bien, cómo me encuentro entre dos chicas en negligé y con el culo en pompa haciéndose fotos con todo el que pone un pie en su puesto, macho o hembra. No se mueven ni un milímetro ni cambian de expresión de un retrato a otro. Deben llevar así todo el día.
Varios stands de clubs liberales, revistas de contactos (sí, todavía existen), tiendas de juguetes eróticos (atendida por una señora que parece recién salida de una mercería de la Barceloneta) pero ninguna de DVD´s. Vislumbramos a un tipo de unos 150 kilos, con aspecto de no haberse duchado en los últimos tres meses, Lleva debajo del brazo un banquito plegable rosa como los que hay en las cocinas para llegar al último estante del armario. El tipo se acerca hasta un escenario donde un caballero sodomiza a una enmascarada. El gordo despliega y trepa a su taburete para no perderse detalle.
Seguimos la marcha hasta el stand de sadomasoquismo donde, dentro de un ataúd y rodeada de una estética gemela a la de los pasajes del terror, se encuentra una mujer completamente cubierta de cera que una dominatrix derrama sobre su piel. Aunque no hace frío, es una opción para ahorrar en la factura de la luz. Al lado, un puesto gay ofrece bukakes privados y gratuitos.
Un pasillo que el resto de los días del año lleva hasta las salas donde se dan las clases de zumba, body building y demás actividades dinamizadoras del cerebro se ha transformado hoy en el camino de acceso a la zona swinger (solo para parejas) de la que, desde el exterior, solo podemos ver una barra con comida y bebida para cuando fallen las fuerzas. La zona foot fetish queda a la derecha y en ella (como en la anterior) se cobra una entrada aparte; en un abrir y cerrar de puerta vemos a varios varones desnudos de cintura para arriba siendo pisoteados por una dama en tacones y sin trastornos alimenticios. Amablemente, se nos acerca un hombre que nos invita a la fiesta tantra. Tenemos que quitarnos los zapatos y dejarlos a la entrada.
El evento tiene lugar en una sala bastante grande donde se han instalado sendas tiendas de campaña vacías al modo de jaimas. En un escenario, varias mujeres esculturales (y hasta con clase) totalmente desnudas, desvisten a una tercera mientras hacen posturas cercanas a la danza contemporánea. Luego la visten otra vez y la dejan sola en el “stage” antes de que aparezcan tres maromos que la desnudan de nuevo y con los que se dedica a hacer equilibrios. Todo al son de música tibetana new age. Muy estético, fino y femenino. Al acabar, el captador de invitados anuncia que empieza la fiesta tantra propiamente dicha y temiendo lo que pueda pasar allí dentro en la siguiente media hora, optamos por tomarnos una caña.
El bar está en la planta de arriba y hacemos cola para los tickets detrás de un tipo completamente desnudo que no acertamos a averiguar si se trata de un espontáneo o forma parte de algún show. Ya sin sed, seguimos la exploración hasta llegar un stand donde reproducen tu vagina en diez minutos y la convierten en un cuadro. O en una bañera, pero para eso necesitan algo más de tiempo.
También hay una especie de fabada con vaginas flotando.
En la planta superior es, definitivamente, donde se agolpan las propuestas más delirantes. Ser ginecólogo por un día vale solo cinco euros…
… hay un show anal a las 20:00…
… se puede comprar un jabón con forma de pene gigante (que, se advierte, hay que usar con preservativo para la higiene íntima)…
… y ponerse unas gafas de realidad virtual con las que por fin entendemos para qué sirve realmente este invento.
Antes de volver a la planta baja nos cruzamos con una abuela que ha llevado a su nietecito a pasar la tarde en esta curiosa versión de la Expocio.
No podían faltar en un evento de esta magnitud los omnipresentes food trucks, y en la cola de uno que sirven hamburguesas con bastante buena pinta nos encontramos con una versión de Papá Pitufo con una correa al cuello y feliz de mostrar al universo su micropene.
Al rato, una chica tan encuerada como el anterior pero de bastante mejor ver da a probar su chupachups (devenido en alimento oficial del Salón) a todos/as los presentes que aceptan la invitación sin plantearse en qué otros labios ha estado éste.
Antes de regresar al mundo real, paso por los baños. Una mujer (acertaron, sin ropa) hace algo que no alcanzo a entender con una toalla en el lavabo mientras un equipo la filma. Tras miccionar, me cruzo con Nacho Vidal que acude decidido a los servicios que acabo de abandonar.
La llamada del deber, sin duda.
(El domingo por la noche la revista Primera Línea entregó los Premios Ninfa en el Danzatoria del Port Olimpic en una gala que supuso el fin de fiesta del festival. La actriz Carolina Abril y el actor Potro de Bilbao ganaron el premio a la mejor actriz y el mejor actor respectivamente mientras que Ángel Cruz fue considerado mejor actor gay del año. El premio a la mejor actriz revelación fue para Apolonia Lapiedra, el de mejor actor revelación se lo llevó Alberto Blanco, y como mejor actor gay revelación del año el jurado reconoció a Viktor Rom. En la categoría de los mejores actores elegidos por el público, los ganadores fueron Pamela Sánchez, Nacho Vidal y el actor gay Abraham Montenegro, mientras que el Premio Especial SEBAPRICOTS 2015 fue para Ramón Nomar, y el Premio Honorífico para Sophie Evans)