La familia disfuncional es casi un subgénero dentro del cine independiente norteamericano de las últimas décadas. Cintas como Los Tenenbaums, una familia de genios, Junebug o, en el campo de la no ficción, Capturing The Friedmans, entre otras muchas, han puesto de manifiesto la fascinación por los clanes atípicos que muestran los largometrajes estadounidenses alejados del mainstream. The Wolfpack es la último en sumarse a la lista.
Exhibida dentro de las estrenos especiales de Rizoma 2015, la cinta de Crystal Moselle venía precedida de mucha expectación tras haber ganado el premio al Mejor Documental del Festival de Sundance. La realizadora norteamericana sigue los pasos de unos hermanos que han permanecido durante gran parte de su existencia recluidos en un apartamento de Nueva York. Su mayor distracción fue durante esos años recrear con escasos recursos sus largometrajes favoritos.
La cámara de la cineasta estadounidense se introduce en el piso donde residen estos adolescentes para mostrar a una familia que ha vivido en un particular aislamiento por el miedo de los padres a los posibles peligros del exterior. A consecuencia de ello, los vástagos han crecido tomando como referente principal las muchas películas que veían y se han convertido en verdaderos extranjeros dentro de la misma ciudad en la que han vivido, a la vez que han carecido de la necesaria vida social para crecer y madurar. Su apertura al mundo que hay más allá de los muros de su casa, curiosamente, provocará más entusiasmo que terror.
El resultado es una conmovedora cinta que provoca la risa cuando enseña los remakes caseros de películas de Hollywood y emociona con los bastante inocentes testimonios de los particulares reclusos.
Dentro de la tercera jornada del Rizoma 2015 destacó también la curiosa Europa en 8 bits, que se exhibía dentro del grupo de largometrajes que desarrolla el concepto analógico-digital. El español Javier Polo nos introduce en el peculiar mundo de la música creada con viejas consolas y ordenadores personales. A través de las declaraciones de los artistas de este estilo descubrimos un movimiento que tuvo su caldo de cultivo entre todos aquellos que crecieron amando los videojuegos durante los años ochenta y primeros noventa. Precisamente con los sonidos provenientes de los chips de aquella tecnología que ahora vemos como primitiva, artistas de todo el mundo han ideado un tipo de música que se aprovecha paradójicamente de las limitaciones de aquellos artilugios. Por otra parte, con su apuesta por la reutilización de antiguos computadores y aparatos electrónicos, la comunidad de fans de este tipo de sonoridades deja patente su oposición a la perniciosa obsesión generalizada por hacerse con el último artefacto tecnológico cuando apenas se ha utilizado el anterior.