Reinas del abismo, de A.A.V.V.

Reinas del abismo, de A.A.V.V.

He escogido deliberadamente historias menos conocidas, incluso de las autoras más populares. Todas ellas muestran cómo las escritoras continuaron experimentando y evolucionando el cuento de terror desde sus inicios góticos y el apogeo victoriano hasta el XX. No son solo historietas de apariciones fantasmales. Podemos encontrar un elemento psicológico en el relato de Marie Lowndes, una alegoría religiosa en el de Marie Corelli, un drama histórico en el de Marjorie Bowen y un amor fantasmagórico, algo subido de tono, en el de May Sinclair. Estas Reinas del abismo traspasaron los límites para mantener el relato de terror vivo, fresco y fortalecido para el comienzo del nuevo siglo.

Mike Ashley

 

Los cuentos, todos deliciosos en invierno y casa de pueblo con puertas chirriantes, maderas crujientes, lumbre y viejas habitaciones de velatorio, son también maravillosos en verano, porque tienen la gran cualidad del éxodo mental y el entretenimiento absoluto. Enganchan. Todos escritos por mujeres de finales del XIX y principios del XX, no solo rasgan todo tipo de tabús y convencionalismos victorianos, cuando ser escritora era una osadía, sino que además lo hacen en un género casi prohibido, el terror. De hecho <<estas damas del escalofrío –apunta Mike Ashley, compilador de la obra- canalizaron la angustia de sus vidas en la ficción, para hacerla, si cabe, aún más real>>.

Es agradable que algunos relatos queden cerrados, y otros más abiertos, pues de esta manera desistimos de la monotonía y la homogeneidad literaria de los fantasmas, los muertos, los caballeros y las damas, malévolos y maléficas, los santones, las alimañas, y el libro de cuentos resulta más distendido, frente a la habitualidad de leer libros de relatos que son todos iguales, circulares, predecibles y excesivamente manipulados y tallados. No es el caso, hay algo experimental y extravagante en todas estas escritoras. Algunos extenúan, otros maravillan, los hay que dan una vuelta de tuerca imprevisible, de apariciones de niños, de damas enamoradas, de fuerzas ocultas que impiden seguir su camino al vivo, de islas mágicas donde se resucitan amores muertos, de censos imaginarios, mujeres que ven hijos falaces y quiméricos, alegorías religiosas, dramas históricos, amores fantasmagóricos. Tiene este libro el don de la abstracción y el fluir ligero y tenebroso de los muertos. Nos plantea jeroglíficos con la muerte, con la sangre, la dinastía, la progenie, el amor y el odio entre el vivo (por ahora) y el que no estaba tan muerto, en un surrealismo victoriano de querencia por lo desconocido y la vida post mortem, veteado de poesía, caballos, candelabros, jardines humanos, versos sentenciosos y frases lapidarias, un libro acerca de lo que uno puede hacer, hacia dónde puede precipitarse, una vez repose en el cementerio, a quién puede abrazar y dónde puede hacer la vida imposible, provocar incendios o cuidar a los vivos.

En todos estos cuentos amenos y más o menos terroríficos, me ha interesado más la historia que la prosa, como si la calidad de las crónicas hubiera devorado el prosaísmo, que debe ser algo latente cuando el relato y la narrativa son excelentes. El lector dejando de analizar, disfrutando sin más. El embelesamiento de la literatura. Más interesado por el entorno que por la mente y la capacidad de las escritoras, que no tardan más de un párrafo en crear la atmósfera apasionante de los fantasmas, los candelabros y la época victoriana.

Hay también relatos con mucha miseria y un fondo incluso más lúgubre y siniestro que un fantasma tras una ventana; una gitana hambrienta escondida en un jardín de burgueses o algún niño ejerciendo la mendicidad en un Londres nebuloso, esa clase de pánico.

Es por ello que el terror requiere toda clase de excesos, el terror de verdad, no ese sombrío fantasma de la sábana blanca. El viaje desde la muerte, el peligro al borde del vacío, el pánico, la venganza o el amor. El terror que se alimenta de litigios grotescos, traiciones, histeria y almas sin descanso. Tal vez, la única ley natural que se puede aplicar al terror verdadero es que el vivo acabe muriendo de pánico, tal vez suicidándose, tal vez de un infarto, para cerrar un círculo y abrir otro. El regreso de los seres amados y detestados, concretamente de los seres amados y detestados que tenemos en los cementerios. Una maravilla de lo espectral y lo macabro.

 

 

Autor

Javier Divisa. Mercader a tiempo parcial y escritor a intervalos fragmentarios. Autor de la novela Tres Hombres para Tres Ciudades, su segunda obra vio luz bajo el título Valientes Idiotas. Desarrolla su cáustica y rigor literario en reseñas literarias para Eñe y Revista Cultural Tarántula. Ejerce como articulista y cronista en CTXT y compagina la literatura con el business de la moda. Ha ganado algunos premios narrativos, todos sin la pertinente dotación económica, aunque eso es algo que podría lograr un mono con lobectomía cerebral. También ha sido incluido en diversas antologías de jóvenes autores de libros que están enterrados hace años en el cementerio de Père-Lachaise y no leyó nadie. Actualmente muere en Madrid, escribe varias veces todos los días a lapsos de quince minutos y nunca aparenta estar feliz en Facebook. Su tercera novela se llama Magdalena.

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