El motor de ignición falló y el cohete no se elevó. Desesperado, el piloto Pirx descendió de su cabina y retornó a los barracones. No sabía qué más podía hacer. Los mecánicos habían revisado el sistema de lanzamiento dos veces aquella mañana y él debía partir hacia una de las lunas de Marte en misión extraordinaria. Debía supervisar en secreto el estado de las instalaciones mineras de aquella luna.
Mientras transcurrían las horas muertas, Pirx jugueteaba con una pelotita vieja. Era costumbre entre los pilotos llevar sus pequeños bibelots a bordo y él le había tomado cariño a aquella pelotita. Al rato hizo su entrada Kurz, su viejo amigo y compañero. Venía de patrullar el cinturón de asteroides en misión rutinaria. Kurz y Pirx se enredaron en su discusión favorita, cuál era la mejor perspectiva para observar los anillos de Saturno. Una hora después avisaron a Pirx de la reparación, supuestamente definitiva, de su nave.
Emprendió la marcha hacia el cohete que refulgía bajo el sol de otoño. Subió a la cabina y se preparó para iniciar el lanzamiento. De pronto, se acordó de su pelotita. Palpó con seguridad el bolsillo izquierdo de la pernera de su pantalón, y, en efecto, allí estaba. Al poco rato, ya fuera de la órbita terrestre, Pirx recordó con nostalgia su adolescencia y pensó, que, curiosamente, ya estaba entonces ahí su vieja pelotita. Enfrascado en peloteos varios de días pasados no reparó al principio en el manómetro que empezaba a estar fuera de control. Cuando lo miró ya empezaba a ser tarde para todo y pronto sólo tuvo tiempo de embarcar precipitadamente en la cápsula de salvamento embutido en su traje espacial.
Perdido en el espacio, pronto su único punto de referencia fue la pelotita que, previsoramente, llevaba consigo. Sin referencias espacio-temporales claras, no le extrañó sentir que la pelotita se convertía en un punto de referencia absoluto y ni se inmutó cuando la navecilla comenzó a orbitar alrededor de ella. Pronto, su cerebro se enredó en esa cadena orbital y giraban sus pensamientos obsesivamente alrededor de los recuerdos asociados a aquel entrañable objeto.
Se despertó de su ensoñación justo a tiempo para observar el abordaje de la nave de patrulla con base en la estación número dos. Cuando subió a bordo dejó la pelotita en su navecilla de salvamento que se perdió con ella en el espacio. Anulados los sistemas de alarma, nunca nadie con probabilidad elevadísima podría nunca recuperarlas. Desconsolado en un principio, el piloto Pirx pensó que había depositado en una caja fuerte de combinación desconocida su infancia y adolescencia.
Ya sin inmutarse, recordó que hubiera vivido siempre en un mundo de ciencia-ficción si no hubiera perdido, de algún modo, su infancia. Pues el avance de la cohetería había sido fulminante en muy pocos años, desde su infancia lejana, precisamente, y el mundo había cambiado vertiginosamente mientras él, Pirx, y otros muchos como él, seguían viviendo de sus ensoñaciones futuristas adolescentes. Pirx acababa pues de darse autorización para vivir su vida presente.
Un poco más confortado, pensó en hablar de aquello con Kurz, en cuanto lo viera. Pero mejor no, esperaría a que Kurz se lo contara; estaba seguro de que ocurriría algún día, quizá muy pronto.
Lo acabo de leer Pepe. Me ha encantado!
Enhorabuena!!
Por cierto, crees que puedo, como Pirx, darme autorización para vivir mi vida presente? o me esperó un poco más?
Un beso!!
Como ya te he respondido, cálzate unas buenas botas y sal a la calle! Beso!!