¿Cómo llegué hasta ahí? No es que carezca de importancia, quizá si de interés, y además robaría espacio de esta trepidante y bella historia. El caso es que diez minutos antes de que el enorme Raphael saliera al escenario, mi amigo Patricio Alvargonzalez, de Mondo Berlanga y yo, tras colarnos astutos en el backstage y preguntarle amablemente a lo que creíamos era alguien del equipo de managers (para luego descubrir que era el pianista de la banda y ¡menudo pianista!) dimos con los camerinos del Teatro de la Zarzuela. Milagrosamente no había nadie rondando, ni road manager, ni seguridad, ni nadie; yo volviendo súbitamente a mis catorce años y Patricio, entre el ataque de nervios y un sosiego antemortem, sigilosos lo buscábamos. De repente damos con una puerta entreabierta y escuchamos sonarse los mocos a alguien. ¡Hostias, es Raphael! Nos quedamos helados, y tras tres segundos de incertidumbre le comento a mi compinche que no creo que sea un buen momento, que no está bien «molestar» aun artista antes del show, y tras otros tres segundos de certidumbre llamé a la puerta ya abierta. Con el mayor de los respetos le deseamos suerte, le dimos la mano y le agradecimos su arte. Os juro que fue una sensación fuera de lo normal. Raphael, y es la segunda ya, es enorme.
Antes de ir para el teatro, algunos compañeros de bar y de batalla me decían: «Después de ver a Raphael nada volverá a ser lo mismo». Yo siempre he tenido en cuenta la importancia de su figura, y aunque tal afirmación me parecía exagerada, también suscitaba en mí una credibilidad clara, y es verdad que posiblemente sea la mejor voz de España, por lo menos que yo conozca, con el permiso de Enrique Bunbury, a lo que creo que se referían mis colegas es a su plante, su energía ególatra, su manera de manejar el show, su liderazgo. Algo impresionante, aunque también es cierto que 53 años entonando canciones que dicen aquello como:
«Son muchos, muchos más los que perdonan que aquellos que pretenden a todo condenar. La gente quiere paz y se enamora y adora lo que es bello nada más»
O por ejemplo:
«No me importa que murmuren y que mi nombre censuren por todita la ciudad ahora no hay quien me detenga aunque no pare la lengua de la alta sociedad. Este río desbordado no se puede controlar si lo nuestro es un pecado no dejaré de pecar»
Es normal, creo, sentirse con el control si eres Raphael.
Centrándonos en el concierto, tres horas por cierto, hay que decir que fue un verdadero gusto. La segunda canción y para no vacilar en sus intenciones fue Mi Gran Noche, con lo que todo eso conlleva: la adrenalina de los vientos (trompeta y trombón), la exuberante rítmica, los arreglos del teclado y el piano de cola presidiendo y arropando al maestro, que si con la voz te atrapa, lo del movimiento corporal ya es una pasada. Todo el teatro en pie y aplaudiendo como si fuera la última a los diez minutos de empezar. La mayoría abuelas, aunque también jovenzuelas y algún que otro hombrecillo ípico. Igual que ellos, Patricio y yo, dándolo todo. Eso que llaman amor, Perdóname, Yo sigo siendo aquel…, ufff, demasiada intensidad. Yo como buen pirata me colaba las copas de vino blanco en la platea, me salía a fumar, daba paseos…, por varias razones, aunque la de mayor peso es la siguiente: el sentimiento que provoca este hombre con su canto y sus gestos para gente sensible al espectáculo y a la música provoca un desgaste psíquico importante, además yo ya iba un poco tocao.
En definitiva un gran concierto con un final inmejorable. Tras pasar por delante de todos los accesos al backstage, mientras Raphael cantaba su último tema, decidimos que era mejor salir a la calle, rodear el teatro y entrar directamente por la puerta de artistas, que aunque anónimos, lo somos, y es verdad que si entras como si estuvieras en tu casa nadie te dice ni pío. Esperamos pacientemente nuestro turno, éramos unos quince, esperamos para el final y por fin Patricio le entregó una carta que minutos antes de salir de casa había escrito para él. Después les hice una foto juntos, gozando del momento como un chaval, y es que al final, viendo a un hombre de setenta tacos con un espíritu así cantando tres horas seguidas, te quitas mínimo diez años de encima. Una experiencia inolvidable que me apetece y veo necesario compartir. ¡Larga vida a Raphael!
Fue realmente maravilloso, Raphael tiene a su público como quiere. Había gente rota en sus sueños y otra dándolo todo bailando al ritmo del gran Raphael.
Gracias por compartir tan maravillosa experiencia!!! me ha gustado leer las emociones que provoca Raphael!!! y es que sí, después de verlo uno no puede hacer como si nada, simplemente altera nuestros sentidos, con el derroche de energía a un éxtasis total!!! Saludos desde México!!!
GRACIAS POR LO QUE NOS COMENTARON, FABULOSO, ES COMO VER , AL RAPHAEL HOMBRE, LASTIMA NO HABER ESTADO ENTRE LAS 15 PERSONAS QUE ESPERAVAN, ABRAZOS !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!