En 2002, poco más de un año después del ataque a las Torres gemelas, el dramaturgo (y cineasta) Neil LaBute estrenaba en Nueva York su obra The mercy seat. En ella, un hombre que trabajaba en el WTC acababa de salvar su vida al llegar aquel fatídico 11 de septiembre tarde a la oficina y aparecía, al iniciarse la representación, cubierto completamente de ceniza en el apartamento de su amante (que se acababa de enterar de la tragedia) y le planteaba aprovechar el “aftermath” para desaparecer y comenzar una nueva vida juntos, lejos de la que habían llevado hasta aquel momento.
En otro “aftermath”, más cercano espacial y temporalmente a nuestro país sitúa la escritora y periodista Emma Riverola su debut teatral, #puertasabiertas que se puede ver en el barcelonés teatro Romea hasta el próximo 6 de junio tras su exitoso estreno en el Teatro Español de Madrid.
Los atentados en la sala Bataclán (y otros espacios de ocio) que sumieron en el caos a París en 2015 provocaron que cientos de personas no pudieran regresar esa noche a sus casas. En Twitter, bajo el #puertasabiertas, vecinos de las zonas cercanas a las masacres ofrecieron sus casas para que los afectados pudieran refugiarse en ellas al menos hasta que la situación se empezara a reconducir a la mañana siguiente.
¿Qué pasa si esa noche una mujer francesa, solitaria y en su cincuentena le abre la puerta de su vivienda a un árabe?
Es este, sin duda, un excelente punto de partida dramático desde el que reflexionar acerca de los prejuicios, las sospechas, los recelos y las creencias que resultan no serlo tanto cuando se trata de ponerlas en práctica… pero también sobre cómo la incongruencia de las religiones solo se aprecia cuando no son las adheridas a tu cultura, cómo lidiar con las soledades encontradas y las heridas del pasado.
Muchos y muy interesantes temas que Riverola va abordando en unos diálogos a los que les falta subtexto y ambigüedad. Todo está excesivamente explicitado, incluso se subraya que las mentiras lo son cuando debería ser el espectador quien lo dedujera. Un pretendido duelo verbal que no siempre está a la altura de su planteamiento pero que contiene fragmentos (la explicación que hace la protagonista sobre sus “dioses caseros”) decididamente bellos y acertados (pero que lo serían más de reiterarse menos).
Tampoco ayuda mucho la abstracción en la puesta en escena por la que apuesta Abel Folk, aquí en labores de dirección. Al no dar a los actores elementos tangibles con los que interaccionar y ubicarse, estos solo tienen su gestualidad para comunicarse pero no es suficiente. Sí funciona, a nivel simbólico, el cubo/ventana/caleidoscopio en el que en ocasiones enclaustra a los dos actores; no así las coreografías de Ariadna Peya que puntúan los bloques narrativos y solo logran cierta desconexión entre texto y público.
Un público, todo hay que decirlo, que, al menos en la representación a la que acudió quien esto escribe, parecía estar escaneando la función en busca de cualquier palabra, frase o movimiento con el que poder proferir una inoportuna e injustificada carcajada.
Cayetana Guillén Cuervo y Ayoub El Hilali llevan sobre sus hombros todo el peso de la representación. La primera hace un estupendo trabajo tanto gestual como vocal, modulando sin aparente esfuerzo las certezas y dudas que se va encontrando su personaje en tan peculiar noche.
Su compañero de escena le va dando las réplicas con solvencia pero le faltan tablas para que se produzca entre los dos actores esa conexión que quizás un texto más reescrito y una dirección más concreta pudiera haber hecho nacer.